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«Tesoros de la Fe» Nº 152

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Deterioro moral del
mundo moderno


PREGUNTA

Quisiera saber si… una esposa que no ama más a su marido, porque la decepcionó mucho en ocho meses de casada. Ella no tiene hijos con él: cuando se casaron, él estaba divorciado y tenía dos hijas. Ya se había hecho una operación para no tener otros hijos. No los quiere, pues dice que no tiene paciencia con los niños, que no es su sueño y que ya tiene dos. Su familia también no quiere que tenga más hijos y además se vive entrometiendo en este asunto.

Al contrario, ése fue siempre el sueño de la esposa, quiere ser madre, vive triste y sufre mucho por ello… Ya no ama al marido y se siente muy mal al tener relaciones conyugales con él, la indispone y llora a escondidas, porque lo hace sólo por la obligación de casada. ¿Tiene esto alguna solución? ¿No sería éste un motivo para pedir la anulación del matrimonio en la Iglesia?

RESPUESTA

La frase final de la pregunta indica que ella se casó regularmente por la Iglesia, pues el primer “matrimonio” del marido habría sido —es de suponer— apenas por lo civil, disuelto más tarde por un divorcio. De ser así, el “matrimonio” anterior fue nulo ante la Iglesia, y el divorcio produjo apenas efectos civiles (tales como pensión para la mujer, solventar la educación de las hijas, etc.). Por eso él podía casarse legítimamente por la Iglesia, y la mujer con quien se casó es su legítima esposa.

Sucede, no obstante, que habiéndose hecho él anteriormente una operación para no tener hijos, y siendo la propagación de la especie una finalidad primaria del matrimonio, ese enlace fue nulo desde el principio. Cabe, por lo tanto, perfectamente formular un pedido de declaración de nulidad del matrimonio. Nótese bien que la expresión “anulación del matrimonio” es totalmente impropia, pues no se puede anular lo que desde el principio fue nulo.

Con estas explicaciones, la consulta está esencialmente respondida, y podríamos dar la respuesta por concluida. Pero ella da ocasión a consideraciones de mayor importancia, que conviene recordar al lector.

Deterioro moral del mundo moderno

Leyendo con atención la consulta que nos fue enviada, se percibe el laberinto moral en que vive el mundo contemporáneo. Una joven que desea tener un matrimonio normal, con el sueño de ser una esposa fiel y madre dedicada a la crianza de sus hijos, se depara con un candidato que ya tiene dos hijas de un matrimonio fracasado y disuelto por el divorcio. Y,además, aunque quiere casarse nuevamente, se ha realizado una cirugía para no tener más hijos, frustrando el fin primario de todo matrimonio.

Antiguamente —alguien dirá— también sucedían cosas así. Es verdad, pero en el conjunto de la sociedad prevalecía la normalidad. Hoy la normalidad de otrora se volvió excepción. Y las novelas de la televisión se encargan de mostrar un mundo aún peor que la realidad. Con lo que diseminan aún más la anormalidad.

¡Y así estamos frente a un mundo que, humanamente hablando, no tiene remedio!

La Iglesia tiene los elementos necesarios para restaurarlo todo

Alguien podría objetar que no se puede declarar al mundo totalmente perdido porque la Iglesia dispone de los elementos necesarios para restaurar el recto orden que debe imperar en la sociedad. Ella dispone, en primer lugar, de la doctrina que recibió de Nuestro Señor Jesucristo, y que, con la asistencia del Espíritu Santo, viene explicitando y diseminando a lo largo de los siglos. Tiene además los Sacramentos, instituidos también por Jesucristo, para santificar y regenerar a todas las almas, y consecuentemente a las familias y a todas las sociedades formadas por el hombre. Así, no hay situación, por más degradada que sea, que no pueda ser restaurada por la acción de la Iglesia.

Fue lo que observó y quiso el Papa San Pío X , que escogió como lema de su pontificado justamente la frase de San Pablo: “Instaurare omnia in Christo” (Restaurar todas las cosas en Cristo— Ef 1, 10).

Fátima: un decreto de condenación del mundo moderno

Pero las gracias del pontificado de San Pío X (1903-1914) no fueron correspondidas por los hombres. Ya en el pontificado siguiente, de Benedicto XV (1914-1922), la Santísima Virgen anunció en Fátima (1917) que pendía sobre la humanidad un juicio severo de condenación de la sociedad moderna, construida sobre los principios del Iluminismo de Voltaire y de los enciclopedistas. Y que si los hombres no se convirtiesen, abandonando esos principios anticristianos, laicos y ateos, vendría un enorme y devastador castigo sobre el mundo.

La advertencia de Nuestra Señora no fue transmitida a los hombres de sopetón, sino poco a poco —a lo largo del siglo XX— con mansedumbre y serena firmeza, como es propio de un recado materno. Sin embargo, el mensaje es claro y puede ser sintetizado por la frase de Ezequiel (18, 30): “Convertimini et agite poenitentiam” (Convertios y haced penitencia); de lo contrario vendrá el castigo previsto en Fátima: un ángel del Señor, con una espada de fuego, destruirá todo lo que no está conforme a la Ley de Dios y a los principios del Evangelio.

La figura del ángel con la espada de fuego, como lo vieron los pastorcitos y lo describe la Hna. Lucía, es evidentemente una metáfora que puede significar muchas cosas. La primera idea que nos viene es la de un meteorito como el que cayó en Rusia en febrero del año pasado, y que se incendió al penetrar en la atmósfera terrestre, reduciéndose a una roca de pequeñas proporciones que se precipitó sobre el lago Chebarkul, sin causar mayores estragos. El destrozo mayor resultó de la onda expansiva producida por el meteorito al penetrar en la atmósfera, la cual despedazó miles de vidrieras de la pequeña localidad de Cheliábinsk, que estaba en su dirección.


Al penetrar en la atmósfera terrestre, en febrero del año pasado, un meteorito se incendió y produjo un rastro de luz (foto al lado). El fragmento al que quedó reducido se precipitó sobre el lago Chebarkul, al sudoeste de Rusia. La roca, con un peso de 500 kg, fue retirada posteriormente del fondo del lago.

Pero la metáfora a que aludimos puede referirse también a los artefactos producidos por el hombre, de los cuales son ejemplos imborrables las bombas atroces lanzadas sobre Nagasaki e Hiroshima, en las postrimerías de la II Guerra Mundial. O, más recientemente, los obuses de gas sarín utilizados en la guerra civil siria, que desencadenaron lágrimas y horror alrededor del mundo.

Todo esto recuerda a los hombres que acatar el consejo de Ezequiel —convertimini et agite poenitentiam— aún sería el mejor camino…

La familia en el centro del huracán

Estas consideraciones nos traen de vuelta a la situación de la familia en nuestros días, que se encuentra en el ojo del huracán del desorden moral reinante. Parejas que se juntan sin mayores formalidades y pasan a convivir como si estuviesen casados. En la mejor de las hipótesis regularizan el matrimonio algún tiempo después. Mientras tanto, viven en estado de pecado mortal, sin acceso a los sacramentos de la Iglesia. Antes de casarse, ya vivían en juergas nocturnas de impureza, a veces con un desenlace fatal, como el de la discoteca Utopía. El país entero lloró a las víctimas de la tragedia, pero pocos se preguntaron en qué estado las almas de los que murieron en la ocasión se presentaron ante Dios: ¿cuántos hicieron un acto de contrición perfecta, pidiendo perdón por los pecados allí cometidos? La hipótesis de la contrición perfecta no se debe excluir, porque la misericordia de Dios es infinita, y llama a las almas para sí hasta en el momento postrero. Pero…

Cuando se ve que familias, algunas de ellas con práctica religiosa, usan de un lenguaje “florido”—¡incluso las chicas, o sobre todo ellas!— que antes era privativo de hombres de boca sucia, se puede imaginar cuál habrá sido el juicio de Dios a su respecto.

La familia está hoy en el ojo del huracán del deterioro moral, que devasta la sociedad de arriba a abajo. Entonces no es de extrañar que una persona, como la que nos consulta, se vea en una situación lamentable, que sería impensable medio siglo atrás.

Que estas consideraciones, hechas a propósito de su caso, le hagan ver que el problema que enfrenta tiene una amplitud y una profundidad que abarca a toda la sociedad moderna. La verdadera esperanza es que las profecías de Fátima se cumplan cuanto antes, con la efusión de las gracias de regeneración que le son conexas.



  




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