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Los objetos preciosos y la doctrina católica
VOSOTROS SABÉIS bien, dilectos hijos, que cuando nos es dado recibir grupos profesionales como es el vuestro [orfebres], no dejamos de poner en foco muy particularmente la importancia moral de sus actividades. (...) Algunos podrían creer que vuestro arte es el fruto de una civilización demasiado refinada, en la cual ella no tendría más que una parte del todo accesoria y superficial. Sin embargo, acaso ¿no se han descubierto en algunos depósitos de la edad neolítica pequeños ornamentos de oro trabajados toscamente con instrumentos de piedra? Tumbas antiguas de varios milenios encierran a veces collares, anillos, brazaletes de fina factura, obras maestras de orfebres de aquellas épocas, que dan testimonio de un gusto, de una exquisitez y de una habilidad técnica considerable. Este arte se ha perpetuado a través de todos los periodos de la historia, según el ascenso o el declive de las civilizaciones. ¿No es, pues, ésta la prueba de que los trabajos de orfebrería corresponden a deseos profundos del hombre, ante todo a aquél de dar a un material precioso y durable una forma artística, o incluso a un recuerdo o idea una expresión imperecedera? Trátese de un objeto ornamental, o de un instrumento destinado al servicio del hombre, su carácter raro o tal vez único confiere un especial esplendor a las personas que se sirven de él o a las circunstancias en las cuales es utilizado. ¿No es cierto también que en la vida de los individuos y de las sociedades hay coyunturas excepcionales, en que la belleza del aparato exterior debe corresponder a la vivacidad interior de los sentimientos? Cuando se quiere realzar más especialmente la dignidad de la persona humana y su eminente grandeza, o poner en evidencia los servicios que ella ha hecho a la comunidad, se recurre a las obras de vuestro arte, no sólo por su material precioso, sino sobre todo por su misma concepción y la perfecta ejecución, que reproducen excelentemente la idea que se quiere expresar. (...) Por lo tanto, no sería justo juzgarlo en sí mismo inútil, o hasta nocivo; ver en él un insulto a la pobreza, y casi un desafío lanzado a aquellos que no pueden tener parte en él. Sin duda en este campo, más que en otros, es fácil el abuso. Muy a menudo, a pesar de los límites que la recta conciencia fija para el uso de las riquezas, se ve a algunos hacer gala de un lujo provocador, desprovisto de toda significación razonable y destinado solamente a la satisfacción de una vanidad, que ignora y, por eso mismo, insulta los sufrimientos y las necesidades de los pobres. Pero sería, por otro lado, injusto condenar la producción y el uso de objetos preciosos, siempre y cuando correspondan éstos a un fin honesto y conforme a los preceptos de la ley moral. Todo lo que contribuye al embellecimiento de la vida social, todo lo que pone en relieve sus aspectos jubilosos o solemnes, todo lo que hace resplandecer en las cosas materiales la perennidad y la nobleza del espíritu, merece ser respetado y apreciado.
S.S. PÍO XII, Discurso a los participantes del IV Congreso Nacional de la Confederación Italiana de Orfebres, 9 de noviembre de 1953.
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