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«Tesoros de la Fe» Nº 61 > Tema “Vírgenes”

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Santa Genoveva

Misión histórica providencial de la patrona de París


Viviendo entre dos mundos —el de la Galia romana, que se extinguía, y de cuyo desmoronamiento ella fue testigo, y el de la Galia franca, que nacía de sus cenizas y por cuya conversión trabajó con denuedo— Santa Genoveva sirvió de punto de unión entre romanos y bárbaros. Y recibió de Dios la misión de transmitir la fe católica de los vencidos a los vencedores, preparando así las semillas de la nación que sería llamada Hija Primogénita de la Iglesia: Francia.


Plinio María Solimeo


Corría el año 400 de nuestra era. El gigantesco Imperio Romano de Occidente vivía sus últimos días. En la provincia romana de la Galia (actual Francia), en medio de paganos que aún realizaban sacrificios humanos al dios Tor, el cristianismo comenzaba a lanzar sus raíces cuando una horda de bárbaros, atravesando el Rin, devastó la región casi sin encontrar resistencia.

“¿Por qué los galos, otrora tan bravos, no se defendieron? —Porque los romanos, con su lujo, les habían dado su dejadez y sus vicios”.1

Con el tiempo, la vida recomenzó con la asimilación de los nuevos bárbaros a la población del país.

Fue en ese período que, en el año 422, en la pequeña ciudad de Nannetodorum (hoy Nanterre), en los alrededores de París, nació en una familia cristiana Genoveva, que tan importante papel desempeñaría en la vida de la futura nación convertida al cristianismo.

Instrumento de grandes maravillas

Sus padres, Severo y Geroncia, siendo católicos fervorosos, procuraron formarla en los mismos principios religiosos. Dócil y siempre abierta a la acción de la gracia, Genoveva crecía de modo análogo al del Niño Jesús: “en gracia y santidad delante de Dios y los hombres”.

Cuando tenía de siete a ocho años, en el año 430, pasaron por Nannetodorum los obispos Germano, de Auxerre, y Lobo, de Troyes. Enviados por el Papa San Celestino I, esas dos luminarias de la Iglesia en su época, se dirigían a Inglaterra a fin de combatir una perniciosa herejía defendida por el monje Pelayo. Toda la población católica se reunió para oír el sermón que Germano predicó. Como los que son amigos más íntimos de Dios se reconocen rápidamente, el gran prelado discernió, entre sus oyentes, a la niña Genoveva, que traía en la frente la señal de los elegidos.

Quiso saber quién era, y hablar con sus padres. Cuando los tres se presentaron, San Germano, poniendo la mano en la cabeza de la niña, dijo: “Bendito día aquél en que el Señor os concedió tal hija; sin duda los ángeles la saludaron en su nacimiento, y Dios Nuestro Señor la destina a ser instrumento de grandes maravillas”.2

Volviéndose después hacia Genoveva, la exhortó a consagrarse enteramente a Dios y a no tener otro esposo más que Jesucristo. La niña le respondió que nunca tuvo otro deseo más que el de vivir como virgen cristiana. El obispo, viendo en el piso una moneda, en la cual estaba grabada una cruz, la tomó, y entregándosela a Genoveva, le recomendó que la llevase al cuello como señal de su consagración a Jesucristo.

Cierto día de fiesta, Geroncia, que por algún motivo no estaba de buen humor, le negó permiso para ir con ella a la iglesia. Como Genoveva insistiese, alegando que al haberse hecho esposa de Jesucristo tenía obligación de servirlo del mejor modo, su madre irritada le dio una bofetada, quedando ciega en el mismo instante. Después de un año de ceguera, se iluminó el espíritu de Geroncia, que reconoció en el castigo una justa punición de Dios. Pidió entonces a su hija, cuya virtud ahora reconocía, que le trajese agua del pozo, haciendo sobre ella la señal de la Cruz y lavándole los ojos.

En ese momento la ceguera quedó curada. El episodio revela la humildad de la madre y el don de obrar milagros de que estaba dotada la hija.

En la ciudad de la cual sería Patrona

En aquel tiempo, no habiendo en París y alrededores un convento para las vírgenes que se consagraban al Señor, éstas, para dar mejor el ejemplo, permanecían en sus casas, en medio de todos. Tenían lugar reservado sólo en la iglesia. Cuando llegaban a una edad conveniente (que era habitualmente los 25 años), se presentaban al obispo que, después de las oraciones y ceremonias apropiadas, les concedía el velo. Como la virtud de Genoveva y su piedad eran ya eminentes, el prelado la admitió a la edad de quince años. A partir de entonces, como hacían las vírgenes consagradas, la adolescente pasó a alimentarse apenas de legumbres, a beber solamente agua, y se cubrió con un cilicio, pasando largas horas en oración.

Habiendo fallecido sus padres en esa época, Genoveva se mudó a la casa de su madrina, en la ciudad de Lutecia, actual París, que más tarde tendría la honra de tenerla como Patrona.

Querían quemarla como hechicera

Poco después de establecida en Lutecia, Genoveva fue acometida por una parálisis casi total, acompañada de fuertes dolores. No podía servirse de ninguno de sus miembros. La extraña enfermedad llegó a un auge en el cual ella perdió los sentidos. Permaneció durante tres días en ese estado, conociéndose que estaba viva solamente por el débil latir del corazón. Durante ese período fue transportada, en espíritu, entre los coros de los ángeles, dándole Dios a conocer lo mucho que debería hacer y padecer por su amor el resto de su vida.

Santa Genoveva cura la ceguera de su madre

Parte de ese sufrimiento comenzó para ella inmediatamente después, porque, en su inocencia, comunicó a algunas personas indiscretas el gran beneficio de que había sido objeto. Pero las almas mediocres no pueden soportar que otras vivan en horizontes más altos. Se vengan de ellas mediante la calumnia y la difamación. Así, comenzaron a decir que Genoveva aparentaba santidad para exhibirse, que sus pretendidas virtudes no pasaban de simulación, y otras cosas del género, sin atender a los buenos frutos que producía. Y como la calumnia atrae a las almas soeces más que la verdad, se inició contra la santa una verdadera campaña de difamación, llegándose al punto de querer quemarla como hechicera.

Sucedió entonces que volvía a Lutecia, nuevamente a camino de Inglaterra, el ilustre San Germano, ahora aureolado por fama universal de santidad y con el crédito de muchos milagros y prodigiosas conversiones. Oyó las calumnias en silencio. Se limitó a dirigirse a la casa donde vivía la santa, siendo acompañado por la multitud. Llegando allí, la saludó con profundo respeto y reverencia, luego de lo cual fue refutando calumnia por calumnia, mostrando, por el contrario, el mérito de esa virgen ante Dios. Una voz tan autorizada tuvo una acción verdaderamente exorcística, cortando por la raíz todo el vendaval levantado por la maledicencia.

La santa salva a París en diversas ocasiones

La virtud de Genoveva volvió a brillar ante los hombres. “Ella penetraba, gracias a una luz sobrenatural, en el fondo de las conciencias, y llevaba a todos, por su discurso inflamado, al amor de Jesucristo. Pasaba su vida en oración y lágrimas continuas. (...) Su abstinencia era prodigiosa, y apenas se podría creer si no se viese un excelente modelo en la vida de su maestro y director, San Germano de Auxerre”.3

Mientras ella edificaba a todos con sus virtudes, una gran calamidad amenazaba abatirse sobre París. El terrible Atila, rey de los más feroces bárbaros de la época, los hunos, habiendo atravesado los Alpes y el Rin, invadía con sus hordas la Galia. París estaba en su ruta de sangre y destrucción. En la consternación general, muchos pensaban en huir de la ciudad, pues por donde pasaba el “flagelo de Dios” —como era conocido— nada volvía a crecer en el suelo devastado.

Genoveva salió entonces de su retiro para exhortar al pueblo a obtener misericordia de Dios, por medio de oraciones, ayunos y penitencias. Y a aquellos que querían huir, dijo con autoridad: “Yo os predigo que, por la protección de Cristo, París será preservada, mientras que los lugares adonde os queréis refugiar caerán bajo el poder del enemigo, no restando allá piedra sobre piedra”.4 Muchos fueron los parisienses dóciles a sus consejos que se alternaban en la iglesia, en una continua oración al Cielo. Pero nuevamente el demonio suscitó a otros contra ella, alegando que los llevaba a una ruina inevitable con sus pseudo-profecías. Los ánimos se exasperaron de tal modo, que deseaban otra vez quemarla. Una vez más San Germano, que ya gozaba de la gloria celestial, la libró, en esta ocasión por medio de su arcediano. Éste, llegando a París, reunió al pueblo, mostrando como el santo obispo Germano, durante su vida, había honrado a Genoveva. Les citó los testimonios que de ella había dado antes de morir. Con ello, apaciguó de nuevo la tempestad.

La profecía de la santa se cumplió con precisión, pues a pesar de que Atila corría de la ciudad de Champaña a Orleans y de Orleans a Champaña, no avanzó hasta París. Finalmente, fue derrotado por una coalición de romanos, francos y visigodos, en la estupenda victoria de Chalons-sur-Marne, en 451.

Algunos años más tarde, París fue sitiada, esta vez por Meroveo, tercer rey de los francos. Los romanos, que aún conservaban una fuerte guarnición, resistieron varios años, hasta caer ante esta nueva fuerza. “No debe sorprender que Santa Genoveva, que estaba allí, no haya evitado ese golpe, pues no tenía intención de oponerse a los designios de Dios, que quería hacer de esa ciudad la capital del más floreciente reino que jamás hubo sobre la tierra”.5

Entretanto, durante este prolongado cerco, que redujo a París a la más extrema penuria, “Genoveva, compadecida de tanta hambre, juntó gran cantidad de trigo. Lo condujo a París a través de innumerables dificultades, salvando así la vida de aquel pueblo afligido”.6

San Germano exhortó a Santa Genoveva a consagrarse enteramente a Dios

“Esa magnánima caridad, acompañada de muchos milagros, dio nuevo lustre a sus virtudes, siendo venerada hasta por los paganos. Childerico, padre de Clodoveo, estimaba tanto a nuestra santa que nunca se atrevió a negarle cosa alguna que pidiese”.7 Fue a instancias suyas que construyó un magnífico templo primitivamente consagrado a los Apóstoles San Pedro y San Pablo y más tarde dedicado a Genoveva. Muchos consideran que ella contribuyó poderosamente a la conversión de Clodoveo. A pedido suyo, este primer rey cristiano de Francia liberó prisioneros, dio grandes limosnas al clero y a los pobres, y edificó varias iglesias.

Siguiendo el ejemplo de Genoveva, muchas jóvenes se consagraron a Dios; algunas de ellas, como Santa Alda, bajo su dirección, llegaron a eminente santidad. La reina Santa Clotilde, esposa de Clodoveo, tenía a Genoveva en alta consideración, y siempre que le era posible la visitaba.

La fama de esta santa llegó tan lejos, que el famoso San Simeón Estilita, de lo alto de su columna en Asia Menor, pidió a peregrinos franceses que lo encomendasen a las oraciones de ella.

Llena de años y de virtudes, Santa Genoveva entregó su purísima alma a Dios en 512. Toda París lloró.

Milagrosa actuación post mortem

En el año 887, desde el Cielo, nuevamente ella salvó a su ciudad de París, sitiada por los terribles normandos. Por primera vez su urna, cincelada por el famoso San Eloy, fue llevada por el clero y los magistrados, lo cual hizo levantar milagrosamente el cerco en el momento en que el enemigo se preparaba para el asalto final.

Y, en 1129, cuando la epidemia llamada “de los ardientes” —porque provocaba alta temperatura y obraba innumerables víctimas en París— se propagaba en la ciudad, su intercesión fue decisiva. Nuevamente, la urna con sus restos recorrió la ciudad, curándose repentinamente catorce mil enfermos.     


Notas.-

1. Sabine du Jeu, Sainte Geneviève, Les Éditions du Clocher, Toulouse, 1939, p. 4.
2. Edelvives, El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, S.A., Zaragoza, 1946, p. 32.
3. Les Petits Bollandistes, Vie des Saints, d’aprés de Père Giry, par Mgr. Paul Guérin, París, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, 1882, tomo I, p. 95.
4. Sabine du Jeu, op. cit. p. 26.
5. Les Petits Bollandistes, op.cit., p. 97.
6. P. José Leite  S.J., Santos de Cada Día, Editorial A.O., Braga, 1993, p. 19.
7. Abbé Croisset, Año Cristiano, Madrid, Saturnino Calleja, 1901, tomo I, p. 27.





  




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+1846 Italia. Hijo de agricultores, se dedicó a la predicación, fundando para auxiliarlo en ese ministerio los Institutos de las Hijas de María Santísima del Huerto, de los Misioneros de San Alfonso de Ligorio y de los Oblatos de San Alfonso. Obispo de Bobbio, fue un verdadero misionero para sus diocesanos.








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