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«Tesoros de la Fe» Nº 82 > Tema “Fundadores”

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San Antonio María Claret

“El santo de todos”


Una de las mayores figuras católicas del siglo XIX. No se comprende cabalmente la historia española de aquella época, sin el estudio de la vida del gran misionero catalán.


Plinio María Solimeo


San Antonio María Claret fue uno de los grandes pilares de la Iglesia Católica en su tiempo. Pío XII, al canonizarlo en 1950, lo llamó “el santo de todos”. Porque, dijo el Pontífice, “en él miran los artesanos, los sacerdotes, los obispos y todo el pueblo cristiano, ya que se encuentran en él ejemplos preclaros con qué alentarse y animarse, cada quien según su estado, en esa perfección cristiana de la cual únicamente pueden salir, en las perturbaciones presentes, los oportunos remedios y atraer tiempos mejores”.1

Este santo, de una sorprendente actividad, fue “en frase de Pío XI, apóstol de la palabra, predicando innumerables sermones; apóstol de la pluma, publicando muchísimos volúmenes; apóstol de la Prensa, creando academias, librerías y bibliotecas; apóstol de la acción social católica y de los ejercicios espirituales. Fue catequista, misionero, formador del clero, director de almas, fundador de congregaciones, pedagogo y «ángel tutelar de la familia real»; pero sobre todo, eminentemente santo”.2

Predicador popular, fundó la Congregación Misionera de los Hijos del Corazón Inmaculado de María. Fue arzobispo de Santiago de Cuba, confesor y consejero de la reina Isabel II, de España. En el Concilio Vaticano I se destacó como intrépido defensor de la infalibilidad pontificia.

Como no es posible abarcar aquí toda la obra de este incansable batallador, nos limitaremos a algunas rápidas pinceladas.

Antonio Adjutorio Juan nació el 23 de diciembre de 1807 en Sallent, diócesis de Vich, provincia de Barcelona, España, quinto de los once hijos de Juan Claret y Josefa Clará. Propietarios de una pequeña tejeduría, eran ellos “honrados y temerosos de Dios y muy devotos del Santísimo Sacramento del Altar y de María Santísima”, como dice el santo en su autobiografía.3 “Yo después, por devoción a María Santísima, añadí el dulcísimo nombre de María, porque María Santísima es mi Madre, mi Madrina, mi Maestra, mi Directora y mi todo después de Jesús”.

Piedad y verdadera vocación sacerdotal

De una piedad precoz, desde los cinco años de edad ya se preocupaba con la eternidad y con el destino del hombre. Adulto, pondera: “No sé comprender cómo los otros sacerdotes que creen en estas mismas verdades que yo y todos debemos creer, no predican ni exhortan para preservar a las gentes de caer en los infiernos”.

Su devoción a la Santísima Virgen surgió casi con el uso de la razón: “nunca me cansaba de estar en la iglesia delante de María del Rosario, y hablaba y rezaba con tal confianza, que estaba bien creído que la Santísima Virgen me oía”.

Se comprende que, así, la vocación sacerdotal despertase en él muy temprano: “Siendo muy niño, cuando estaba en el silabario, fui preguntado por un grande señor que vino a visitar la escuela qué quería ser. Yo le contesté que quería ser sacerdote”.

Acentuado espíritu misionero

Adolescente, comenzó a trabajar en la fábrica de su padre; como hiciera muchos progresos en ese arte, fue a especializarse en Barcelona, gran centro de industria textil. Con mucha aplicación en el trabajo y un talento fuera de lo común, dominó tan bien el arte textil, que hubiera llegado lejos, de haberse dedicado exclusivamente a ella. Pero el llamado de Dios se hizo más apremiante, y resolvió romper de una vez con el mundo y retirarse a una cartuja. Sin embargo, terminó optando por ser sacerdote secular.

En 1829 Antonio ingresó al Seminario de Vich. En aquel tiempo, como adoleció de una fuerte gripe, le fue mandado guardar cama. En uno de esos días fue atacado por una terrible tentación contra la pureza. Recurría a Nuestra Señora, al Angel de la Guarda, a sus santos patronos, pero todo en vano. Finalmente, “he aquí que se me presenta María Santísima, hermosísima y graciosísima, [...] y me dijo: «Antonio, esta corona será tuya si vences». [...] Y vi que la Santísima Virgen me ponía en la cabeza la corona de rosas que tenía en la mano derecha”.

Ésa no fue la única gracia mística que recibió. En su vida, hay varias manifestaciones palpables de lo sobrenatural.

El día 13 de junio de 1835, fiesta de su patrono, Antonio recibió la ordenación sacerdotal, y fue nombrado coadjutor en su ciudad natal. Comprendió entonces que su vocación era la de ser misionero, y quiso evangelizar los pueblos de Cataluña, huérfanos desde la supresión de las órdenes religiosas. Como eso no era posible a causa de la guerra civil, fue a Roma para ser admitido en la Congregación de las Misiones Extranjeras.

Predicar “oportuna e inoportunamente”

En la Ciudad Eterna, después de hacer los Ejercicios Espirituales con los padres de la Compañía de Jesús, resolvió ingresar en ésta, y comenzó el noviciado. Pero le sobrevino un agudo dolor en una pierna, y tuvo que regresar a España. Poco después el Padre General de la Compañía de Jesús le escribía: “Dios le llevó a la Compañía no para que se quedase en ella, sino para que aprendiese a ganar almas para el cielo”.

Mons. Claret fue confesor y consejero de la reina Isabel II de España

Antonio María obtuvo entonces permiso para predicar misiones en Cataluña y en las islas Canarias. Operaba curaciones milagrosas, tanto materiales cuanto espirituales, expeliendo demonios de los posesos, regularizando matrimonios de mal casados. A ello lo movía el intenso deseo de librar las almas del infierno, pues “me obliga a predicar sin parar el ver la multitud de almas que caen en los infiernos, pues que es de fe que todos los que mueren en pecado mortal se condenan”.

Lo animaba el ejemplo de San Pablo: “¡Cómo corre de una a otra parte, llevando como vaso de elección la doctrina de Jesucristo! Él predica, él escribe, él enseña en las sinagogas, en las cárceles y en todas partes; él trabaja y hace trabajar oportuna e inoportunamente; él sufre azotes, piedras, persecuciones de toda especie, calumnias las más atroces”. Se puede decir que esta descripción cabe también a San Antonio María Claret.

Dice él: “Como iba misionando, tocaba las necesidades, y según lo que veía y oía escribía el librito o la hoja suelta. Si en la población observaba que había la costumbre de cantar cánticos deshonestos, daba luego a luz una hoja suelta de un cántico espiritual o moral. Por esto, las primeras hojas que di a luz casi todas eran de cánticos”.

En 1849 el padre Claret fundó, con otros cinco sacerdotes, una congregación religiosa cuyos miembros serían sus auxiliares en la obra de las misiones, con el nombre de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. Así describe cómo debe ser ese misionero: “Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura por todos los medios encender a todo el mundo en el fuego del divino amor. Nada le arredra; se goza en las privaciones; aborda los trabajos; abraza los sacrificios; se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas”.

Nombrado arzobispo de Santiago de Cuba en 1850, afirma en sus palabras de saludo que “La Prelada será la Virgen Santísima. Mi forma de gobierno será la que Ella me inspire”. En la primera misión que predicó en la isla el fruto fue tan grande, que 40 confesores no fueron suficientes para atender todas las confesiones. La comunión general, distribuida por tres sacerdotes, duró ¡seis horas! Solamente en aquella misión, fueron regularizados 8.557 matrimonios.

Los “espíritus fuertes” hicieron varios intentos para matarlo, pero la Santísima Virgen velaba por él.

Desvendando el futuro de Cuba y de España

San Antonio María Claret hizo muchas profecías. Por ejemplo, cuando en Cuba, profetizó “grandes terremotos”. Éstos vinieron. Cuando las autoridades quisieron remover los escombros, alertó: “Habrá otro”. Después profetizó: “Si [los pecadores] aún no se despiertan, [Dios] pasará a castigarles el cuerpo con la peste o cólera”. Vino pues la epidemia del cólera-morbo, que en tres meses hizo 2.734 víctimas. Afirmó, sin embargo, que ello fue una misericordia de Dios, porque, “muchos se confesaron para morir que no se habían confesado en la misión; y otros que en la misión se habían convertido y confesado bien y que se habrían precipitado otra vez en los mismos pecados, y Dios en aquella peste se los llevó”.

En 1861, ya como confesor de la Reina Isabel II, “el Señor me hizo conocer los tres grandes males que amenazan a España, y son: el protestantismo, mejor dicho, la descatolización, la república y el comunismo. Para atajar a estos tres males me dio a conocer que se habían de aplicar tres devociones: el Trisagio, el Santísimo Sacramento y el Rosario”.

Combatiendo los errores de los socialistas

Escribiendo sobre una visita que hizo a las provincias de Andalucía, en España, en el año de 1862, el indómito arzobispo comenta el trabajo de los socialistas en aquella región, aprovechándose de la apatía de gobernantes y eclesiásticos. Anota varios errores por ellos difundidos, entre los cuales citaremos uno que podría haber sido suscrito en nuestro tiempo por los partidarios de la Reforma Agraria:

Catedral de Santiago de Cuba

“Hasta ahora, los ricos han disfrutado las tierras; ya es tiempo que las disfrutemos nosotros, y así entre nosotros las dividiremos. Esta división no sólo es de equidad y justicia, sino también de grande utilidad y provecho, pues que los terrenos aglomerados por los ricos ladrones son infructíferos, y divididos en pequeños lotes entre nosotros y cultivados por nuestras propias manos darán abundantes cosechas”.

Comenta el Santo: “Con esas peroraciones y con los demás medios tan halagüeños y fascinantes, y amenazando e insultando al que no cedía al momento, así fue como [el movimiento socialista] tomó grandes proporciones en tan poco tiempo”.

San Antonio María Claret, perseguido y desterrado, falleció el día 24 de octubre de 1870, a la edad de 62 años, en el monasterio cisterciense de Fontfroide, Francia. Fue beatificado por Pío XI en 1934 y canonizado por Pío XII el 7 de mayo de 1950.     


Notas.-

1. AAS 42 (1950), 480. Apud San Antonio Maria Claret — Escritos Autobiográficos y espirituales, B.A.C., Madrid, 1959, Prólogo, p. xv.
2. Edelvives, El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1955, vol. V, p. 543.
3. AutobiografíaEscritos autobiográficos, B.A.C., Madrid, 1981. Todos los textos citados entre comillas que no mencionan la fuente, fueron extraídos de esta obra.





  




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