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«Tesoros de la Fe» Nº 30 > Tema “Fundadores”

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San Norberto

Fundador de los Premostratenses

San Agustín aparece a San Norberto y le entrega una regla para sus seguidores, escrita por él mismo


Su conversión ocurrió de modo semejante a la de San Pablo. De muy noble estirpe, se transformó en un gran predicador popular, flagelo de herejías, reformador de costumbres y fundador de monasterios.


Plinio María Solimeo


Norberto nació en Santen (Alemania), en la margen izquierda del Rin, próximo a Colonia, el año 1080. Su padre, Eriberto, era conde de Gennep y estaba emparentado con la familia imperial; y su madre, Hadwige, pertenecía a la Casa de Lorena.

Sus padres lo encaminaron en la carrera eclesiástica, recibiendo las órdenes sagradas hasta el subdiaconado. Sin embargo, rico, agraciado, inteligente, no quería sino llevar una vida fácil, primero entre los pajes del Arzobispo de Colonia, después en la corte del Emperador alemán, Enrique IV.

Así, pasó alegre y superficialmente su juventud hasta  los 33 años. “Yo era entonces un ínclito ciudadano de Babilonia —declaró él mismo después de su conversión— esclavo del placer y prisionero de mis caprichos. Los terrores del infierno, la belleza de la virtud y la promesa  de la felicidad eterna me parecían cuentos de viejas, o fábulas como las de las mitologías antiguas. Sólo oía los aplausos de los que me rodeaban y que me lanzaban por caminos laboriosos y difíciles, andando siempre sin volver atrás, vago y fugitivo, desbarrancándome de cima en cima con una inconciencia que hoy me llena de terror”.

Caída del caballo y conversión, como San Pablo

Así continuó, hasta que sonó la hora de la Providencia. Y ésta llegó de la manera más inesperada. Viajaba un día a caballo acompañado por un paje, hacia una villa llamada Freten, en Westfalia, atravesando una bella pradera. El cielo, límpido y sereno, de repente se cubrió de espesas nubes negras y comenzó a desatarse una tempestad con rayos y truenos pavorosos. El paje, tal vez inspirado por una gracia divina, exclamó: “Señor, ¿a dónde vais? Retornad, señor, retornad, pues la mano de Dios esta seguramente contra vos”. Pero Norberto seguía adelante, cuando oyó una voz poderosa que le gritó de lo alto: “Norberto, Norberto, ¿por qué me persigues? ¡Yo te destiné a edificar mi Iglesia, y tu escandalizas a los fieles!”

Al mismo tiempo un rayo cayó a su lado, haciéndolo caer del caballo al suelo, donde permaneció inconsciente durante una hora. Volviendo en sí, aún asustado y considerando la vida que llevara durante tanto tiempo, fue tomado de arrepentimiento y preguntó como el Apóstol: “Señor, ¿qué queréis que yo haga? Oyó entonces la misma voz: “Deja el mal y haz el bien; busca la paz y síguela”. Esto sucedió en 1114.

El ejemplo de su vida convertía almas

Norberto se volvió otro hombre. Pasó a amar aquello que había despreciado y a despreciar aquello que había amado; se transformó en un rígido asceta, en un censor severo de cuanto había buscado y amado, en un predicador intransigente de la verdad.

Para entregarse con más facilidad a la prédica se ordenó sacerdote, vendió su castillo y sus pertenencias, distribuyó todo entre los pobres. Mientras tanto, visitaba frecuentemente al monje Conon, Abad de Seigberg, próximo a Colonia, de quien aprendió los rudimentos de la vida religiosa y los principios de la vida espiritual, de manera que pasó a recibir de buen corazón todo lo que le sucedía de importuno y a mortificar sus malas inclinaciones.

Norberto se transformó entonces en un predicador ambulante, yendo de aldea en aldea, de ciudad en ciudad, fustigando al vicio y predicando la virtud. Andaba descalzo en cualquier estación del año, incluso con nieve, vivía de limosnas, dormía en hospitales y monasterios.

En sus prédicas, no exoneraba ni siquiera a los canónigos relajados y a los clérigos mundanos, combatiendo la simonía, una de las plagas de la época. Su imponente presencia impresionaba; y cuando contaba su historia, conmovía. Su ejemplo era más eficaz que su palabra.Pero muchas veces fue víctima de agresiones y malos tratos por parte de pecadores empedernidos.

San Norberto obtiene del Papa Honorio II la aprobación de la Orden de los Premostratenses

Predicador del Evangelio y taumaturgo

Así llegó hasta la Abadía de Saint-Gilles, en la diócesis de Nimes, en el Languedoc (sur de Francia), donde el Papa Gelasio II se había retirado para huir de la persecución del Emperador Enrique. Obtuvo del Pontífice autorización formal para poder predicar como orador evangélico en todos los lugares.

Estando en Valenciennes, se encontró con el obispo Burchard, su par en la corte del Emperador. El obispo quedó extremamente sorprendido al ver al antiguo y elegante cortesano así transformado. Lo abrazó amablemente. Uno de sus capellanes quedó tan impresionado con la historia de San Norberto, que quiso seguirlo como discípulo. Se llamaba Hugo, y tanto se impregnó del espíritu de su maestro, que fue el sucesor de Norberto en la Orden que éste fundaría.

San Norberto continuó sus andanzas apostólicas y su palabra persuasiva fue acompañada de milagros. Un señor flamenco, que después de oír la palabra del santo no quiso reconciliarse con su vecino, cayó en manos de sus enemigos y fue asesinado. A otro señor, que quiso partir a caballo para no reconciliarse con su enemigo, le sucedió que la bestia no conseguía moverse. Reconociendo el milagro, pidió perdón al santo y abrazó a su enemigo.

Mientras tanto, habiendo fallecido el Papa Gelasio II en la Abadía de Cluny, fue electo el Arzobispo de Guy, de Vienne, con el nombre de Calixto II. San Norberto fue a visitarlo para obtener un permiso análogo al que le concediera su antecesor para continuar predicando. Pero el obispo de Laon, que quería llevarse al gran predicador a su diócesis, le suplicó al Papa que lo enviase para reformar la Abadía de San Martín de Laon, que pertenecía a los canónigos regulares. El Sumo Pontífice consintió en ello.

Pero al empresa fracasó, porque los canónigos no quisieron abrazar la reforma que Norberto les proponía, pues deseaban seguir con su sistema de vida casi de seglares.

Fundación de la Orden de los Premostratenses

El obispo, para no perder la colaboración del santo, le propuso que fundase un monasterio en sus tierras, donde podría recibir discípulos y fundar una nueva Orden religiosa. Norberto aceptó y escogió un valle de difícil acceso cerca de Soissons, que se llamaba Premostratum. Inspirado por Dios, exclamó: “Éste es el lugar de mi descanso y el puerto de mi salvación”.

El día de la conversión de San Pablo del año 1120, el obispo mudó los trajes de penitente de San Norberto y de su discípulo Hugo por un hábito blanco, conforme al que la Santísima Virgen le había mostrado al santo. Comenzó así la Orden de los Premostratenses, que más tarde se extendería por toda Europa.

Norberto edificó una ermita, conquistó nuevos discípulos y les dio el hábito blanco y la regla de San Agustín, y un modo de ser que consistía en vivir como monjes y servir al prójimo como clérigos.

Él era una regla viva para sus monjes y un modelo de las virtudes religiosas. Les recomendaba frecuentemente tres cosas: la pureza de corazón y la limpieza exterior en lo que concernía a los divinos oficios y al servicio del altar; la expiación de sus faltas y negligencias en el capítulo; y, la hospitalidad para con los pobres.

San Norberto estableció también en Premontré una comunidad de jóvenes y viudas, para ser el buen olor de Jesucristo en su Iglesia.

Su fama se extendió a toda la región. Muchos fueron los nobles que le cedieron tierras para fundar otros conventos, y no pocos los que lo siguieron como religiosos.

El conde Thibault de Champagne quiso imitar el fervor de San Norberto como discípulo suyo. Mas el santo le expresó que era voluntad de Dios que él lo sirviese en el estado matrimonial. Pero, para que perteneciese a la Orden, le dio un pequeño escapulario blanco para que lo usase bajo la ropa y le prescribió una regla para vivir de manera religiosa en medio del mundo. Concediendo después la misma gracia a innumerables personas, surgió así la Tercera Orden Premostratense.

Después de la muerte del santo, su cuerpo permaneció expuesto varios días sin ninguna señal de corrupción

Combate a la herejía y a la charlatanería

En Avers, surgió un perverso heresiarca de nombre Tanquelino, que se presentó como profeta y reformador religioso. Simple lego, combatía la existencia de obispos y de clero como cosa innecesaria y perniciosa. Predicaba una moral laxa y convertía las iglesias en lupanares. La borrachera, la vida fácil y la impureza imperaban entre sus discípulos. Lograba fanatizarlos de tal manera, que llegaban a beber el agua en la cual se había bañado. Nadie osaba hacerle frente a tal innovador. Nadie, excepto Norberto.

Como un capitán, organizó el ataque contra aquel impío que quería destruir la Iglesia de Jesucristo. Predicó al pueblo con tanta elocuencia, que los herejes comenzaron poco a poco a pedir perdón y penitencia por sus malicias, entregando las hostias consagradas que guardaban en sus casas, con el fin de agraviarlas. De tal manera refutó los errores de Tanquelino, que éste no vio otro camino sino huir a otra ciudad, donde nadie lo conociese.

Obispo de Magdeburgo y santa muerte

En 1126, Norberto fue aclamado obispo de Magdeburgo y entró a su diócesis montado en un asno. De una bondad conmovedora para con el pecador arrepentido, el nuevo obispo era de una intransigencia sin igual para con los recalcitrantes, usando de la excomunión cuando fuera necesario. Fue amenazado de muerte y víctima de un atentado, pero siempre protegido por la Providencia.

Sin embargo, a pesar de sus 52 años, su cuerpo estaba consumido por los ayunos y penitencias, por las andanzas apostólicas y por el celo. Después de una visita apostólica a su diócesis, fue acometido por una violenta enfermedad que, cuatro meses después, lo llevó al sepulcro.

Un religioso suyo, vio su alma transformarse en un lirio blanquísimo, que los ángeles llevaron al Cielo.     


Obras Consultadas.-

1. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, d’apeès le Père Giry, Bloud et Barral, Libraires-Édireurs, París, 1882, t. VI.
2. Fray Justo Pérez de Urbel  O.S.B., Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. II.
3. F. M. Geudens, The Catholic Encyclopedia, t. XI.





  




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