El Perú necesita de Fátima Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honra, que soy la Señora del Rosario, que continuéis siempre rezando el rosario todos los días.
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Segunda Parte del Secreto
El anuncio del castigo y de los medios de evitarlo

España: el fusilamiento de una estatua
del Sagrado Corazón de Jesús

Hungría: el heroico Cardenal Mindszenty

Miles de familias fueron deportadas
y exterminadas en campos de
concentración nazis

Asustados, pues, y como pidiendo socorro, los videntes levantaron los ojos hacia Nuestra Señora, que les dijo con bondad y tristeza:

Nuestra Señora: Visteis el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón.

Si hacen lo que Yo os diga, se salvarán muchas almas y tendrán paz.

La guerra va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. 1 Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida, sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. 2

Para impedirlo, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la Comunión Reparadora de los primeros sábados. Si atienden mis pedidos, Rusia se convertirá y tendrán paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia; los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas; por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. 3

En Portugal se conservará siempre el Dogma de la Fe.

Esto no se lo digáis a nadie. A Francisco sí, podéis decírselo.


NOTAS DEL AUTOR.-

1. En las declaraciones prestadas en febrero de 1946 al padre montfortiano holandés Iongen, la Hna. Lucía confirmó haber oído a Nuestra Señora pronunciar el nombre de Pío XI, no sabiendo, en la ocasión, si se trataba de un Papa o de un Rey.
     Para la Hna. Lucía no representa mayor dificultad el hecho de entenderse habitualmente que la guerra comenzó solamente bajo el pontificado de Pío XII. Observa ella que la anexión de Austria –y podríamos añadir varios otros acontecimientos políticos del fin del reinado de Pío XI– constituye un auténtico prolegómeno de la conflagración, la cual se configuraría enteramente como tal algún tiempo después.

2. La Hna. Lucía juzgó ver “la gran señal” en la luz extraordinaria –que los astrónomos tomaron como aurora boreal– que iluminó los cielos de Europa en la noche del 25 al 26 de enero de 1938 (desde las 20:45 hasta la 1:15, con breves intermitencias). Convencida de que la guerra mundial –que “había de ser horrible, horrible”– iba a comenzar, redobló los esfuerzos para obtener que se atendiesen los pedidos que, como se verá en el capítulo IV, le habían sido comunicados. Escribió una carta directamente al Papa Pío XI, en ese sentido.

3. La frase “En Portugal se conservará siempre el dogma de la Fe” terminaba, en el manuscrito de la Hna. Lucía, con un “etc. ...”. Al escribir esta IV Memoria, la Hna. Lucía declara explícitamente que “exceptuando la parte del secreto que por ahora no me es permitido revelar, diré todo, advertidamente no dejaré nada” (p. 316). Se llegaba así fácilmente a la conclusión de que la tercera parte del Secreto se insertaba precisamente aquí.
     Hecha por fin esa revelación, el día 26 de junio del 2000, la frase en cuestión debe, pues, ser considerada, salvo ulteriores esclarecimientos, como conclusiva de la segunda parte del Secreto, y no como la frase inicial de la tercera parte, conforme se llegó a pensar. Lo declaró expresamente el Arzobispo Mons. Tarcisio Bertone, Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la presentación del documento en la Sala Stampa del Vaticano, en la fecha arriba referida.
     Lo que esa frase tiene de interesante es que, colocada de ese modo al final del segundo Secreto, parece quedar suelta en el aire, lo que llevaba a los lectores a la idea de que el tercer Secreto sería una explicación de ella. Como el tercer Secreto ahora revelado constituye algo de naturaleza bien diferente–una visión y no un texto discursivo– se impone releer el segundo Secreto tomándola como frase final.
     Ahora bien, los “fatimólogos”, de modo casi unánime consideran que, una vez que la Virgen ha juzgado necesario mencionar el hecho de que en una nación –Portugal– el dogma de la Fe siempre se conservaría (lo que, por lo demás, no excluye que, en esa misma nación, recibiese duros golpes), ello quiere decir que una gran crisis de fe afectaría al mundo entero.
     Una crisis de fe de tales proporciones desemboca naturalmente en una crisis de la Iglesia, o más bien, está en la raíz misma de una crisis de la Iglesia.
     El hecho que la tercera parte del Secreto, ahora revelada, no contenga tal explicación, en nada invalida este análisis; basta tener ojos para ver y oídos para oír. Libros voluminosos ya se han escrito sobre el asunto. Para efectos de este comentario es suficiente recordar los célebres pronunciamientos de Paulo VI sobre el proceso de autodemolición instalado en la Iglesia durante la crisis post-conciliar (Alocución del 7 de diciembre de 1968 a los alumnos del Seminario Lombardo) y la terrible sensación del Pontífice de que, después del Concilio, “por alguna fisura haya penetrado la humareda de Satanás en el templo de Dios” (Alocución del 29 de junio de 1972, en la conmemoración de la Fiesta de los Apóstoles San Pedro y San Pablo). También Juan Pablo II se refirió en diversas ocasiones a esa crisis, y en un documento solemne denunció los graves errores doctrinarios y prácticos en el campo moral, que entraron a circular en la Iglesia “en el ámbito de las discusiones teológicas post-conciliares” (Encíclica Veritatis Splendor, del 6 de agosto de 1993, §29).
     ¿Qué nexo establecer entre esa crisis y lo que está dicho en el cuerpo de la segunda parte del Secreto?
     Uno de los aspectos más espantosos de la crisis de la Iglesia es justamente el de la infiltración izquierdista en los medios católicos. Ese aspecto ya era tan alarmante en 1968, que en ese año 1.600.368 brasileños, 266.512 argentinos, 121.210 chilenos y 37.111 uruguayos suscribieron un mensaje a S.S. el Papa Paulo VI pidiendo urgentes medidas para contener tal infiltración (las memorables recolecciones de firmas fueron promovidas por las Sociedades de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad de los respectivos países).
     Sería, por lo demás, muy limitativo restringir los errores del marxismo a los aspectos económicos, sociales o políticos. Su igualitarismo radical es de naturaleza metafísica y afecta todas sus concepciones antropológicas, morales y, paradójicamente, teológicas (a pesar de su fundamental ateísmo). Por eso, en 1984, la Congregación para la Doctrina de la Fe se vio en la obligación de denunciar, en un documento de amplia repercusión, la infiltración de errores marxistas hasta en ciertas corrientes de la Teología de la Liberación.
     Ahora bien, el comunismo es exactamente el flagelo con el que Dios quiso castigar al mundo por sus crímenes. Nuestra Señora dice, en la segunda parte del Secreto, que “Rusia esparcirá sus errores por el mundo”. Cuando vemos que esos errores alcanzaron la nave sacrosanta de la Iglesia Católica, se vuelve clara la correlación entre el núcleo del segundo Secreto y su frase final, referente a la conservación de la fe en Portugal, que devela a nuestros ojos la crisis en la Iglesia.
     Así, es lícito pensar que, si Nuestra Señora no juzgó necesario explicar detalladamente esa crisis, sin embargo Ella nos dejó, en su maternal bondad, una simple frase a partir de la cual no sólo los teólogos experimentados, sino hasta los simples fieles instruidos pueden deducir la existencia de una crisis de la fe – crisis de la Iglesia y abrir los ojos a ella.
     De ese modo, una frase aparentemente suspendida en el aire –“En Portugal se conservará...”– es rica en sentido y contenido, y nos alerta sobre una punzante realidad que, sin esa frase, muchos tal vez no supiesen evaluar en toda su extensión y trascendencia.

(Texto tomado del libro Fátima: ¿Mensaje de Tragedia o de Esperanza?, pp. 43-47)

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