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El Milagro de la Santa Casa de Loreto
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Centenario del Nacimiento de
Plinio Corrêa de Oliveira (1908 - 2008)


Monseñor José Luis Villac

Cuando me sentí llamado por Dios al ministerio sacerdotal, encontré en el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira un estímulo inquebrantable para sustentarme en este sublime ideal. Ya lo seguía de cerca, entusiasmado y hasta maravillado, admirando desde entonces todo su espíritu católico, observando que todas las fibras de su alma estaban vueltas hacia Dios.

El autor de esta nota junto al Dr. Plinio.

Lo vi por primera vez a comienzos de los años 40. Yo tenía unos 11 años. Discursaba él en una kermesse, sobre una improvisada tarima en el patio de la incipiente iglesia de los padres dominicos, en el barrio de Perdizes, en São Paulo. Ya entusiasmaba por su elocuencia fulgurante y convincente, nada quijotesca. ¡Su palabra arrastraba! Eran la convicción y la seguridad que la autorizaban. Característica suya fue la acendrada admiración por San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, defensor intrépido del Papado y autor de los famosos Ejercicios Espirituales; y también por otro sobresaliente varón, San Luis María Grignion de Montfort, el mariólogo de los mariólogos, autor del Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, que fue su libro de cabecera.

Algunos años después, ya adolescente, lo seguí de cerca en la Congregación Mariana del Colegio San Luis, hasta que, sintiéndome llamado, me decidí por el sacerdocio con su esclarecido apoyo. Providencialmente, en aquella ocasión colocó en mis manos el Tratado de la Verdadera Devoción.

Me honró, apadrinando mi ordenación sacerdotal en 1957, y desde entonces lo tomé como polo de referencia en lo concerniente a mi deseo de la más estricta fidelidad a la Iglesia y especialmente al Papado. El Dr. Plinio era el hombre de las certezas irrebatibles. Le oí decir, en 1965, que consideraba la infalibilidad de la Cátedra de Pedro la mayor maravilla del Universo, naturalmente sin anteponerla al Verbo Encarnado y a su Madre Santísima. Tal era su deslumbrante amor por la verdad. Era el hombre de la lógica, la certeza y la radicalidad. Parece haber sorbido ya en la leche materna el espíritu católico, del cual resultó su coherencia aristotélico-tomista.

Siempre vi en el Dr. Plinio al defensor acérrimo de la coherencia. Y por ser tomísticamente lógico, su honestidad intelectual —por lo demás intachable— lo llevó siempre a reconocer y a proclamar la supremacía de las verdades de la fe sobre los dictámenes de la razón y de las ciencias humanas, cuyas conclusiones, debidamente comprobadas, no pueden estar en contradicción con aquéllas.

Como Santo Tomás de Aquino, él tenía siempre presente la soberanía absolutamente infinita de Dios sobre todas las cosas. Esa convicción regía su modo de ver al hombre, la sociedad y la vida. Concluía entonces, llevado por la lógica, la necesidad ineludible de que el hombre, la familia, así como la sociedad con todos sus cuerpos intermedios, deben prestar imperiosamente como tales su culto a Dios, por ser su Creador; y de la manera deseada y dispuesta por Él, o sea, a través de Jesucristo en su Reino visible en la tierra: la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Romana. De ahí deducía la indeclinable necesidad de que el Estado —criatura de Dios— esté armoniosamente unido a la Iglesia en una “feliz concordia”, como le placía decir, citando las palabras de León XIII en la Encíclica Immortale Dei: “Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados...”.

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El Dr. Plinio recibió en
diversas ocasiones a la
Virgen de Fátima

Elegido diputado federal en 1934, con la mayor votación en el Brasil a los 24 años, no violó sus convicciones católicas para favorecer intereses contrarios a su coherencia tomista y a la doctrina de la Iglesia. Hidalgo y generoso en la convivencia y en el trato, fue hombre de acción y de lucha acérrima contra el espíritu subjetivista, igualitario y agnóstico de nuestro tiempo. Siempre con vistas a actuar sobre la opinión pública, lideró en los años 30 y 40 el Movimiento Católico, llegando a ser nombrado Presidente de la Junta Arqui­diocesana de la Acción Católica de São Paulo; fue insigne militante en las filas de las Congregaciones Marianas, con repercusiones en todo el Brasil; especialmente como director del semanario “Legionario”, órgano oficioso de la arqui­diócesis paulista, donde comentaba los principales aconte­cimientos de la semana, además de redactar artículos de fondo, a la luz de los altos intereses de la Civilización Cristiana. Su pluma fue especialmente fulgurante en el análisis y denuncia de las embusteras idas y venidas de Hitler y Mussolini, en las décadas del 30 y del 40, ¡manifestando así su coherencia y su “sentire cum Ecclesia”!

En 1951 promovió el lanzamiento de la revista mensual de cultura “Catolicismo” que, ininterrumpidamente hasta hoy, viene informando y analizando a la luz de la doctrina católica los temas y acontecimientos de palpitante actualidad.

Su más relevante obra, la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad, fundada por él en 1960, se expandió como sociedades autónomas en 27 países de los cinco continentes, difundiendo el pensamiento católico y combatiendo denodadamente, sans peur et sans reproche, a los enemigos de la Civilización Cristiana.

Si mereció el título de Cruzado del siglo XX, como lo califica el escritor y profesor Roberto de Mattei, catedrático de Historia Moderna de la universidad italiana de Cassino, en una obra que tanto está repercutiendo en Europa y en los Estados Unidos, osaré denominarlo como ¡Cruzado del siglo XXI y de los siglos futuros!­

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Su concepción aristocrático-monárquica del Estado —sin despreciar la democracia auténtica como forma legítima de gobierno— afirmada en Santo Tomás, y que se refleja en el gobierno aristocrático-monárquico de la Iglesia por institución divina, lo llevó con su mirada de lince y profética a discernir y execrar las falacias y crímenes de las utopías totalitarias nazi-fascistas, y más aún los horrores del comunismo marxista-leninista, hermano mayor de aquellas utopías.

Lo acompañé entusiasmado en el gran lance de su vida de católico coherente y militante cuando, en abril de 1974, dirigió a S. S. Paulo VI su filial Declaración de Resistencia (publicada en 73 periódicos o revistas de ocho países), manifestando reverente pero enérgicamente su posición de Resistencia frente a la Ostpolitik vaticana, entonces conducida por Mons. Casaroli, que propugnaba la coexistencia pacífica de la Iglesia con los regímenes comunistas, bajo el falso pretexto de obtener así la libertad de culto. Estrategia que, a título de “pastoral”, se reflejaría en el Concilio Vaticano II por su silencio absoluto —y, en realidad, antipastoral— a propósito del comu­nismo, entonces el “lobo que embestía contra el rebaño católico”.

Fue también siempre buscando la coherencia y la fidelidad al Magisterio de la Iglesia que, en 1981, él difundió en todo el mundo (33,5 millones de ejemplares en 52 países y 14 idiomas) el amplio y famoso Mensaje desenmascarando con certera y absoluta eficacia las falacias del socialismo autogestionario de Mitterrand, presidente de Francia, que buscaba subrepticiamente, bajo la festiva artimaña de un nuevo socialismo, la implantación de la Revolución igualitaria en todo el mundo. El mismo golpe fulminante hirió igualmente de muerte los mentirosos malabarismos de la Perestroika, emprendida por el entonces mundialmente famoso Mijaíl Gorbachov, comunista y ateo metamorfoseado, pero auténtico, hecho presidente de la Unión Soviética.

Como católico militante y verdadero cruzado, el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira consagró las últimas décadas de su vida al combate a esa hidra roja y a todas sus vertientes, siempre guiándose por la Cátedra de Pedro. Como hombre de fe, se amparaba también en las revelaciones y profecías de Nuestra Señora de Fátima, en 1917. No temo exagerar al decir que, sobre el tema Fátima, él haya sido el más coherente y profundo propulsor de este celestial Mensaje del siglo XX. Un opúsculo de su inspiración, que relata y analiza las apariciones de 1917, vertido a 18 idiomas, ya sobrepasa los 4,5 millones de ejemplares. ¡Un verdadero bestseller!

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En la tumba de San Luis
Grignion de Montfort

Son varias las obras del Dr. Plinio Corrêa de Oliveira traducidas y publicadas en Europa y en las dos Américas; y son innumerables las conferencias y los artículos suyos en la gran prensa, en los cuales, haciendo eco al gran bienaventurado Pío IX, desenmascaró las maniobras y falacias del “mundo moderno”, en todo cuanto se opone a las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo.

Coherente en la imitación de Cristo, fue como el Maestro ¡Señal de contradicción! Pagó por eso el precio de la incomprensión y de las persecuciones casi todos los días de su vida. Pero la práctica inigualable de la virtud de la confianza y del secreto de María eran el soporte y el confort de su vida. Era lo que le daba la certeza indiscutible de un gran castigo de porte universal que pende sobre la humanidad, según la previsión de la Santísima Virgen en Fátima, seguido por la deslumbrante aurora del Reino de María, conforme fue previsto por San Luis Grignion en el Tratado de la Verdadera Devoción (nº 217).

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Me cupo el privilegio de acompañarlo junto al lecho de su última enfermedad, administrándole casi diariamente la sagrada comunión, y de recibir su último suspiro al ungirlo con el sacramento de la Unción de los Enfermos, cuando presencié el consummatum est de un varón verdaderamente “totus catholicus et apostolicus plene romanus”.

Su palabra sapiencial y sonora se calló, pero sus incontables escritos continúan iluminando a los discípulos de la verdad católica y de la coherencia aristotélico-tomista.