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«Tesoros de la Fe» Nº 153 > Tema “Confesores de la Fe”

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San Lorenzo Justiniano

Primer Patriarca de Venecia


Después de haber sido un religioso ejemplar, fue modelo de obispo y de
patriarca; siendo venerado ya en vida como santo

Plinio María Solimeo

LOS GIUSTINIANI de Venecia, que se consideraban descendientes de los emperadores de Bizancio, poseían ricos palacios, tesoros magníficos, tierras, nobleza, mucha historia y varios santos en la familia.

Bernardo Giustiniani, casado con Querina Querini, dama de igual nobleza, fue el padre de San Lorenzo, que nació el día 1º de julio de 1381. Se celebraba entonces en Venecia la reconquista de Chioggia del dominio de los genoveses y había una gran algarabía en la ciudad. Tal vez llevada por ese sentimiento patriótico, Querina, al saber que había dado a luz un hijo, exclamó: “Dios y Señor mío, disponed que este niño sea un día el sustento de nuestro país, y el terror de sus enemigos”. Le fue concedido mucho más, pues Lorenzo Justiniano se convirtió en una de las mayores glorias no solamente de la Serenísima República, sino de toda la Iglesia, y en el terror de los espíritus infernales.

Sin embargo, antes que eso sucediera, Querina tuvo que soportar un gran dolor: su marido la dejó viuda a los 24 años, con cinco hijos pequeños. “A pesar de su juventud, ella no pensó sino en santificarse en su nuevo estado, resuelta a no cambiarlo más. Se consideró inclinada a la penitencia y al retiro, y no se ocupó más sino del ayuno, de la oración y de las buenas obras. La educación de sus hijos fue también uno de sus principales cuidados”.1

Esta mujer fuerte notó en Lorenzo una docilidad poco común y una grandeza de alma extraordinaria para su edad. En lugar de los juegos infantiles, el niño se entretenía con personas ilustradas y trataba de cosas serias.

Un misterioso encuentro con la Sabiduría

Siendo adolescente, Lorenzo “era magnánimo, entusiasta, soñador. Todo respiraba elegancia en su persona, en su ademán y en sus costumbres. Como todos los de su raza, sentía el anhelo de cosas grandes, la ambición de lo irrealizable, de lo caballeresco”.2 Para prevenirlo contra el orgullo, a veces su madre le llamaba la atención. Y el chico le respondía entre risas: “Madre, no tengas miedo; todavía me has de ver convertido en un santo”.

Fue entonces que, a los 20 años, Lorenzo tuvo una visión que cambió su vida. Cuenta él: “Era yo entonces como todos. Con ardor apasionado buscaba la paz en las cosas exteriores, sin poder encontrarla. Hasta que un día se me apareció una Virgen más brillante que el sol, cuyo nombre yo desconocía. Y acercándose a mí, me dijo con dulce palabra y rostro sonriente: «¡Oh joven amable!, ¿por qué derramas tu corazón en tantas cosas inútiles? Lo que buscas tan desatinadamente te lo prometo yo si quieres tomarme por esposa». Le preguntó su nombre y su alcurnia, y ella me dijo que era la sabiduría de Dios. Le di mi palabra sin vacilación alguna, y, después de abrazarnos, desapareció”.3

Lorenzo juzgó entonces que el mejor medio de adquirir la sabiduría sería en la vida religiosa. Pero quiso consultar a un pariente materno, canónigo regular de la congregación de San Giorgio in Alga, cuyo monasterio quedaba en una isla de Venecia que lleva ese nombre. Viendo en él la acción de la gracia, su tío le aconsejó que en casa se fuera habituando poco a poco a la práctica de las austeridades del claustro. Lo que el joven hizo con tanto rigor, que asustó a sus parientes. Él les repetía entonces: “Veo que los mártires caminaron al cielo derramando la sangre y los confesores macerando la carne; no encuentro más caminos”.

Con tal disposición fue recibido en la congregación de San Jorge. Estaba tan contento en el monasterio, que decía que era por una providencia especial de Dios que los hombres desconocen la gracia de la vida religiosa, pues si la conociesen, no habría nadie tan necio que no quisiera gozar de semejante dicha. Con relación a la mortificación de los sentidos, afirmaba que “dar satisfacción a los sentidos y querer ser casto, es igual que pretender apagar un incendio arrojando leña en él”. Mortificaba también su sed, diciendo: “¿Cómo podremos sufrir los ardores del Purgatorio, si ahora no podemos soportar la pequeña molestia de la sed?” Comparaba la humildad a un curso de agua que es casi insignificante en el verano, pero que en el invierno, al crecer con el agua de las nieves derretidas, se vuelve grande y voluminoso. “Del mismo modo —decía—, la humildad, aunque escondida en la prosperidad, debe hacerse magnánima en los sufrimientos y en las tribulaciones”.

Una mortificación bastante dura para aquel virtuoso aristócrata, consistía en pedir limosnas para el convento. Un día en que debía pasar por una plaza llena de gente de alta sociedad, el religioso que lo acompañaba le sugirió cambiar de camino. Él respondió categóricamente: “Caminemos valientemente. Nada adelantamos con renunciar al mundo de palabra si no le despreciamos también con los hechos”.

Uno de sus biógrafos comenta: “Siempre era igual: nadie le vio ni conmovido por la ira, ni disipado por la prosperidad, ni turbado por el placer, ni encogido por el miedo, ni acobardado por el dolor”.4

De regreso de un viaje al Oriente, un antiguo compañero de juventud quiso sacarlo a toda costa del monasterio. Para ello se dirigió hasta allá con una banda musical y un grupo de alegres muchachos. Sin embargo, de tal modo le habló Lorenzo del desprecio del mundo y de la alegría que hay en el servicio de Dios, que el amigo terminó ingresando en el monasterio.

Nombrado obispo de Castello por el Papa Eugenio IV

Lorenzo fue elegido prior general de su congregación. Como tal, redactó sus constituciones definitivas, se esforzó por establecer la observancia regular y propagarla. Los religiosos lo consideran por ello su segundo fundador.

Antiguo mapa de la ciudad de Venecia

En 1433 el Papa Eugenio IV lo nombró obispo de Castello, una de las tantas islas del Véneto, forzándolo a aceptar el cargo en nombre de la santa obediencia.

Su nombramiento episcopal tuvo lugar cuando aún resonaban en el aire las duras palabras de Santa Catalina de Siena a respecto de la situación de la Iglesia: “Hay tres vicios que atormentan, sobre todo, el corazón de Cristo: la avaricia, la lujuria y el orgullo. Esta triple corrupción ha invadido a la esposa de Cristo, es decir, a los prelados, que sólo buscan las delicias de la vida, el aumento del poder y la abundancia de las riquezas”.5

San Lorenzo convocó a un sínodo diocesano del cual salieron sabias constituciones, muchas de ellas destinadas a la reforma del clero. “No olvidemos que un siglo más tarde un ex fraile alemán iba a buscar pretextos a su seudorreforma en las costumbres decadentes, de los estamentos eclesiásticos. Pero debe saberse también que en España, en Italia, en Francia, en la misma Alemania los santos se anticiparon a los herejes y por el camino recto. Los siglos XIV y XV son testigos de la aparición de varios millares de libros titulados De Reformatione Ecclesiae in capite et in membris (Sobre la reforma de la Iglesia en la cabeza y en los miembros)”.6

El Gran Canal desde Palazzo Flangini a la iglesia de San Marcuola, Canaletto, 1738

Tanto empeño tenía en que su palacio episcopal reflejara el espíritu de pobreza, que San Lorenzo lo mantenía ordenado y limpio. Redujo a cinco el número de sus domésticos, pero aumentó el número de sacerdotes y cantores en su catedral, para dar mayor esplendor al culto litúrgico.

“Siguiendo el ejemplo de la primitiva Iglesia, que para el ejercicio de la caridad echaba mano de las viudas de avanzada edad y de virtud bien probada, el obispo de Castello solicitó también el concurso voluntario y abnegado de unas cuantas señoras virtuosas de su ciudad episcopal para aumentar su acción caritativa en favor de los necesitados. Les encargaba especialmente la delicada misión de descubrir las miserias vergonzantes”.7

Otro de sus biógrafos así describe a San Lorenzo: “Tuvo un don maravilloso, y es que todos los que habían estado con él se despedían con el alma llena de gozo y de paz. Los buenos le querían y los malos le respetaban. Todo en él inspiraba el amor: su conversación, sus miradas, sus movimientos, lo que hacía, lo mismo que lo que decía”. Pues “sabía imponer el deber sin hacerse odioso; sabía ser austero sin dejar de ser amable. Juntaba la prudencia humana con la sabiduría divina, y sus consejos eran oráculos para los que gobernaban la ciudad”.8

El propio dux Francesco Foscari se molestó con el santo y le intimó a cuidar las cosas de la Iglesia, dejando las calles bajo la vigilancia de la autoridad secular. San Lorenzo le respondió con tanta gravedad y mansedumbre que el dux le pidió perdón diciendo: “Id, padre, y cumplid vuestro oficio”. Y después decía a todos: “No fue con un hombre con quien hablé, sino con un ángel”. Añadía después el primer magistrado de la República de Venecia que el único hombre con quien cambiaría su alma era con el obispo Lorenzo Justiniano. A su vez, el santo afirmaba que el oficio de dux era un juego en comparación con el de obispo, por la responsabilidad que conlleva la guía de las almas.9

Patriarca de la Serenísima República de Venecia

En 1451 el Papa Nicolás V suprimió el patriarcado de Grado, en las proximidades de Venecia, así como la diócesis de Castello, transfiriendo todos sus privilegios a la capital de la Serenísima República. Con ello San Lorenzo se convirtió en el primer Patriarca de Venecia.

Autor de muchas obras ascéticas, entre las cuales El árbol de vida, sus Tratados acerca de la humildad, la Vida solitaria, el Desprecio del mundo y, hacia el fin de su vida, Los grados de perfección, el santo patriarca se condujo con el mismo espíritu sobrenatural y la misma seriedad durante los cuatro años que ejerció el cargo.

Su muerte ocurrió el día 8 de enero de 1456 y fue recibida por él con el mismo espíritu: “¿Por qué temer la muerte habiéndola padecido por nosotros el adorable Redentor? ¡Oh buen Jesús y buen Pastor!, acoged la oveja extraviada que a Vos vuelve. Vuestra misericordia constituye mi única esperanza”. Su cuerpo sin vida exhalaba un suavísimo aroma, permaneciendo incorrupto durante los 67 días que se tardó en proceder a su sepelio, demora ésta causada por las divergencias en cuanto a la elección del lugar.

San Lorenzo Justiniano fue canonizado por Alejandro VIII el 16 de octubre de 1690. Su fiesta se celebra el 5 de setiembre, día de su ordenación episcopal.

Notas.-
1. LES PETITS BOLLANDISTES, Saint Laurent Justinian, Vies des Saints, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, París, 1882, t. X, p. 500.
2. FRAY JUSTO PÉREZ DE URBEL O.S.B., San Lorenzo Justiniani, Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. III, p. 534.
3. Id. p. 535.
4. Id, p. 537.
5. Id. p. 538.
6. ANTONIO MONTERO MORENO in www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/ 09/09-05_S_Lorenzo_Justiniano.htm.
7. EDELVIVES, San Lorenzo Justiniano, El santo de cada día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1955, p. 57.
8. PÉREZ DE URBEL, p. 538-539.
9. www.magnificat.ca/cal/es/santoral/san_lorenzo_justiniano.html.



  




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