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«Tesoros de la Fe» Nº 114 > Tema “Grandes Devociones”

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Sagrado Corazón de Jesús

símbolo del amor infinito



Así como el mes de mayo está consagrado a la Virgen María, junio lo está
al Sagrado Corazón de Jesús. «Tesoros de la Fe» trató en diversos números este magno tema.1 En esta oportunidad, presentamos algunos datos y reflexiones
que enriquecen su conocimiento.

Paulo Roberto Campos


En la Sagrada Escritura, encontramos mencionada casi mil veces la palabra “corazón”. Un ejemplo del Antiguo Testamento: “Les daré otro corazón e infundiré en ellos un espíritu nuevo: les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 11, 19); y del Nuevo Testamento: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).

Corazón: símbolo del infinito amor de Dios por los hombres

Convento de Paray-le-Monial


Profundamente vinculado al símbolo que el corazón representa, está la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. En primer lugar, al simbolizar el amor infinito de Dios por el género humano: “El Corazón de Jesús forma parte de su adorable persona. Entre los elementos integrantes de la persona de Cristo, ninguno hay tan a propósito como el corazón para ser objeto de un culto especial, porque simboliza la obra de amor infinito llevada a cabo en obsequio nuestro por el Verbo hecho hombre en el misterio de la Encarnación y Redención; por tanto, el culto tributado al Sagrado Corazón de Jesús es culto tributado a Jesucristo en calidad de amante del hombre”.2

La encíclica de Pío XII, Haurietis Aquas —considerada el documento por excelencia sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús, y de lectura indispensable al respecto— fue escrita con la finalidad de exponer los fundamentos teológicos de ese culto, y publicada en el centenario de la institución de la fiesta litúrgica del Corazón de Jesús en toda la Iglesia. Ese memorable documento pontificio enseña que:

“El Corazón de nuestro Salvador en cierto modo refleja la imagen de la divina Persona del Verbo, y es imagen también de sus dos naturalezas, la humana y la divina; y así en él podemos considerar no sólo el símbolo, sino también, en cierto modo, la síntesis de todo el misterio de nuestra Redención. Luego, cuando adoramos el Corazón de Jesucristo, en él y por él adoramos así el amor increado del Verbo divino como su amor humano, con todos sus demás afectos y virtudes, pues por un amor y por el otro nuestro Redentor se movió a inmolarse por nosotros y por toda la Iglesia, su Esposa”.3

El primero y el mayor de todos los mandamientos


Se le debe a Santa Margarita —con el apoyo de su director espiritual, San Claudio de la Colombière— la gran expansión de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús


Un escriba de Jerusalén, doctor de la ley, le preguntó a Jesús cuál era el primero de todos los mandamientos. Ésta fue la respuesta de Nuestro Señor: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser” (Mc 12, 30).

Si una persona ama a Dios de todo corazón, estará dispuesta a ­sacrificarse por Él; estará pronta a combatir a aquellos que atacan y desprecian sus divinas enseñanzas, y hará de todo para reparar las ­ofensas que se hacen contra Dios. Cualquier ofensa contra Él, será tomada como algo más grave que una ofensa personal, y deseará conso­larlo ardientemente por el ultraje ­recibido.

Ejemplo admirable de esta disposición fue la vida de Santa Margarita María Alacoque (1647-1690), enaltecida por Nuestro Señor como “discípula dilecta de mi Corazón”. A ella se debe —con el apoyo de su director espiritual, San Claudio de la Colombière— la gran expansión en el siglo XVII, y en los siguientes, de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, principalmente bajo dos aspectos: el amor y la reparación a aquel Corazón, ofendido por los pecados de los hombres de “corazón duro”, “cerrado” a la gracia divina. En Paray-le-Monial, Francia, Nuestro Señor le pidió a ella que fuese instituida la excelente costumbre de la comunión reparadora de los primeros viernes de cada mes.­

Además de esta gran mística, se podría aludir a muchas otras almas santas que difundieron actos de piedad para desagraviar al Divino Corazón. Un ejemplo es el de una simple niña, Jacinta, a quien la Santísima Virgen, el año de 1917, se apareció en Fátima. Con apenas diez años, ella ya tenía una clara noción de esto. Poco antes de su fallecimiento, le dijo a su prima Lucía: “¡Si yo pudiese meter en el corazón de toda la gente la lumbre que tengo acá dentro del pecho y que me hace gustar tanto del Corazón de Jesús y del Corazón de María!” Palabras sencillas, pero que revelan de qué manera una niña inocente­ se abrasaba de amor de Dios y se compa­decía de aquellos Corazones ofendidos.

¡Cuántos católicos viven como si Dios no existiese!

El mundo actual sufre los estremecimientos de un terrible terremoto moral. Todas las instituciones de la sociedad y del Estado se encuentran azotadas por profundas crisis. Ciertamente porque el Creador y Redentor del género humano dejó de estar en el centro de los pensamientos, hasta se podría decir que en el centro de los corazones de aquellos que se llaman católicos. Él es ultrajado de todos los modos, llegando a ser destronado en la sociedad neopagana de nuestros días.

¿Cómo remediar esta catastrófica situación? El Papa San Pío X nos indicó una solución: “Si alguno nos pidiese una consigna, como expresión de nuestra decidida voluntad, siempre daremos ésta y no otra: Restaurar todas las cosas en Cristo”. Para ello, hay una necesidad de reentronizar al Sagrado Corazón de Jesús en las almas, en las familias, en las instituciones, en todas las naciones. En una palabra: restaurar la realeza social y divina de Aquel que es “Rey de reyes y Señor de señores” (Ap 19, 16). Por lo tanto, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús es el remedio por excelencia.

“Haz nuestro corazón semejante al tuyo”

La Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en Roma,
ideada por los Papas Pío IX y León XIII, consagrada en 1887
gracias al empeño y tenacidad de San Juan Bosco


No seamos sordos e ingratos a esta sublime devoción, correspondiendo al divino amor de Dios por nosotros. ¿Cómo corresponder? Procurando, por ejemplo, hacerlo todo conforme a sus divinos preceptos, y evitar todo lo que los contraríe. Así, estaremos purificando nuestros corazones y asemejándolos a su Sacratísimo Corazón.

Una breve aplicación: por obra de la funesta Revolución Francesa, el rey Luis XVI fue condenado a la guillotina. Subió al patíbulo con toda paciencia, pero cuando el verdugo quiso atarle las manos, con un gesto enérgico no se lo permitió, diciendo que no aceptaría tal humillación. Su último confesor, el padre Edge­worth de Firmont, entonces le dijo: “Señor, esta humillación será un trazo más de semejanza entre Vuestra Majestad y Nuestro Señor Jesucristo”. A lo que Luis XVI respondió: “Si esto le agrada a Jesús, estoy dispuesto a ser atado”.

Tal respuesta del soberano francés podría ser aplicada en todas las circunstancias de nuestra vida: estar preparados para hacer todo lo que le agrada a Jesús; y nada, absolutamente nada que le desagrade. Para llegar a esta práctica habitual, es muy aconsejable una jaculatoria que se encuentra al final de la Letanía del Sagrado Corazón: “Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo”.

El Inmaculado Corazón de la Santa Madre de Dios

Pidamos esta gracia por intermedio del Inmaculado Corazón de María y tengamos la seguridad de que seremos atendidos. El fundador de la Congregación de Jesús y María, San Juan Eudes, comentaba que, de tal modo las devociones al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María eran inseparables y se unían en una sola y misma devoción, que se podría decir en singular: “Sagrado Corazón de Jesús y María”.

Terminemos éstas reflexiones para el presente mes, especialmente consagrado al Sagrado Corazón de Jesús, con un trecho de la citada encíclica Haurietis Aquas:

“Para que la devoción al Corazón augustísimo de Jesús produzca más copiosos frutos de bien en la familia cristiana y aun en toda la humanidad, procuren los fieles unir a ella estrechamente la devoción al Inmaculado Corazón de la Madre de Dios. Ha sido voluntad de Dios que, en la obra de la Redención humana, la Santísima Virgen María estuviese inseparablemente unida con Jesucristo; tanto, que nuestra salvación es fruto de la caridad de Jesucristo y de sus padecimientos, a los cuales estaban íntimamente unidos el amor y los dolores de su Madre.

Por eso, el pueblo cristiano que por medio de María ha recibido de Jesucristo la vida divina, después de haber dado al Sagrado Corazón de Jesús el debido culto, rinda también al amantísimo Corazón de su Madre celestial parecidos obsequios de piedad, de amor, de agradecimiento y de reparación.

En armonía con este sapientísimo y suavísimo designio de la divina Providencia, Nos mismo, con un acto solemne, dedicamos y consagramos la santa Iglesia y el mundo entero al Inmacu­lado Corazón de la Santísima Virgen María”.4    


Notas.-

1. Para profundizar en el estudio del Sagrado Corazón de Jesús, recomendamos la lectura de los siguientes artículos aparecidos en Tesoros de la Fe, que se encuentran disponibles en nuestra página web www.fatima.pe:
* Plinio Corrêa de Oliveira, “He aquí el Corazón que tanto amó a los hombres”, no 6, junio de 2002.
* Plinio Corrêa de Oliveira, Nuestra Señora del Sagrado Corazón, no 18, junio de 2003.
* Helvecio Alves, El Detente del Sagrado Corazón de Jesús, no30, junio de 2004.
* Pablo Luis Fandiño, La devoción en el Perú al Sagrado Corazón de Jesús, no 42, junio de 2005.
* Estandarte de la Victoria contra los males de nuestra época, no78, junio de 2008.
* Pericles Capanema, Fátima y Paray-le-Monial: Una visión de conjunto, no 90, junio de 2009.
2. P. Tomás Pègues  O.P., Catecismo de la Suma Teológica, Editorial Difusión, Buenos Aires, 1945, p. 151.
3. Pío XII, Encíclica Haurietis Aquas – Sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús, 15 de mayo de 1956, no 24 in www.vatican.va.
4. Pío XII, Encíclica Haurietis Aquas, no 36.




  




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+349, d.C. Tréveris. Dejó el país natal atraído por la fama de las virtudes de San Agricio, Obispo de Tréveris, de quien se tornó discípulo. Con la muerte de éste, fue elevado a aquella Sede, donde se notabilizó por la intrépida defensa de la ortodoxia (= verdadera doctrina) y al acoger a San Atanasio, entonces exiliado.








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