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«Tesoros de la Fe» Nº 14 > Tema “Las mil devociones a la Santísima Virgen en el Perú”

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La Candelaria de Cayma


Nuestra Señora de Cayma en Arequipa


«Reina hermosa, consuelo de afligidos,
A vuestra dignación nos acogemos,
Y de tantas angustias oprimidos
Con vuestro aliento respirar queremos.
Aquí, Señora, nos tenéis rendidos,
Y por las prendas que de Vos tenemos
Esperamos que siempre os guste y cuadre
Tratarnos con amor de dulce Madre»,
(D. Manuel Abad e Illana,
obispo de Arequipa, 1771-1780).


El Evangelio refiere que al cumplirse los días de la purificación llevaron al Niño Jesús a Jerusalén “para presentarle al Señor”, pues todo varón primogénito debía ser consagrado a Dios según la Ley de Moisés. Ordenaba además dicha Ley, que toda madre pasara por un periodo de purificación de 40 días después del alumbramiento, a cuyo término debía presentar una ofrenda al Señor en pago de sus culpas.

No quiso María sustraerse a la ley mosaica, y así la vemos llegar al Templo de Jerusalén con el Niño en los brazos y la ofrenda purificadora de los pobres, es decir un par de tórtolas o dos pichones y una vela de cera. Con este acto, la Virgen Santísima dio muestras de su admirable humildad, pues se prestó a un ritual del que bien podía haberse dispensado, como que era Ella inmaculada y su Hijo el Unigénito de Dios.

Existen incontables imágenes en que se venera a María en este misterio de la Purificación o Candelaria, cuya fiesta la Iglesia celebra el 2 de Febrero. Una de las más antiguas del Perú se halla en la parroquia de San Miguel Arcángel de Cayma, en Arequipa. Su existencia remonta a los orígenes de la Ciudad Blanca y su historia se confunde con la leyenda. Lo cierto es, según constante tradición, que fue un obsequio a aquella región del Emperador Carlos V y que un día, siendo conducida por los indios, escucharon éstos una voz que les ordenaba que se detuviesen en aquel sitio y aunque intentaron proseguir su marcha no les fue posible moverla, levantándole allí una ermita.

La Virgen de Cayma es una talla de tamaño regular, de rostro delicado y dulce. Sostiene al Niño Jesús, con su respectiva candela y canasto, infaltables en las imágenes de esta advocación mariana, muy difundida bajo diversos nombres (p. ej., Nuestra Señora de Chapi) en el sur andino. En numerosas ocasiones Ella ha sido el consuelo y el amparo de Arequipa, afligida por las epidemias y los terremotos, comenzando por la violenta erupción del Huaynaputina en el 1600.

Cuatro años después, a raíz de una terrible epidemia de cólera —conocida vulgarmente por “el vómito negro”— que devastaba a la población “hasta el punto de no caber los muertos en las iglesias y ser enterrados en masa en grandes zanjas”, se acordó traer en su socorro a la imagen de la Candelaria de Cayma... y fue tan sólo pasearla por la ciudad que la mortandad cesó. Por lo que se hizo costumbre, en agradecimiento por haber ahuyentado tan implacable pestilencia, bajarla todos los años en esa fecha, 28 de agosto, fiesta de San Agustín. Devoción ésta que perduró hasta fines del siglo XIX.

Gobernando en el siglo XVIII la diócesis de Arequipa Mons. Abad e Illana, fue repentinamente afligido por una severa parálisis. Conducido en silla de manos al Santuario, habiendo invocado a la Santísima Virgen de la Candelaria, alcanzó la milagrosa curación de su dolencia.

La constancia de su devoción y el fervor nunca desmentido de los arequipeños ha quedado inmortalizado en los numerosos cuadros que relatan los favores de esta Virgen de la Candelaria y que se conservan al interior del templo. En uno de ellos —pues faltaría espacio para transcribir tantos hechos que se le atribuyen— aparece estampada esta elocuente inscripción: “No es posible reducir a número los muchos y portentosos milagros que ha obrado y obra cada día esta divina Señora de Cayma. Cojos, mancos, calenturientos, los que padecen flujos de sangre, apretones de garganta y otras enfermedades interiores, especialmente bultos; las mujeres en sus partos: muchos casados deseosos de tener sucesión, la han conseguido por intercesión de María”.

En 1947 se celebró en Arequipa un trascendental Congreso Mariano, que fue el marco preparatorio para la solemne coronación canónica de la Virgen de Cayma. Trasladada con la mayor pompa a la Plaza de Armas de la Ciudad Blanca, el día 11 de mayo tuvo lugar la ceremonia en la que el Emmo. Cardenal Juan Gualberto Guevara, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, ciñó sobre su frente una espléndida corona.

Pórtico del Santuario de Cayma

En su discurso de apertura del citado Congreso, ¡hace 56 años!, Su Eminencia traza una visión panorámica de los males que ya aquejaban a nuestra patria y no han hecho más que agudizarse, por lo que sus palabras conservan impresionante actualidad: “Se advierte disminución de la fe, relajación de costumbres y malestar social. Nuestros hogares distan mucho de ser lo que fueron aquellos formados por nuestros abuelos, en los que la autoridad paterna era respetada y se practicaban austeramente las virtudes domésticas. La lucha de clases va asumiendo caracteres alarmantes. La unidad religiosa está seriamente amenazada por la invasión de las sectas protestantes que asumen cada día actitudes más violentas. Al propio tiempo que el divorcio convierte en ruinas el hogar doméstico, la ignorancia religiosa está llevando a grandes sectores a la superstición o al escepticismo. (...) Insisto en afirmar que debajo de un catolicismo de simple etiqueta germinan doctrinas disociadoras, ideas disolventes, costumbres inmorales y una silenciosa pero efectiva apostasía que va apartando a individuos, familias e instituciones de la única fuente de toda verdad y de todo bien que es Dios (...) Prácticamente está desapareciendo la educación cristiana de los niños y de los jóvenes. Con raras excepciones el hogar y la escuela no son ya campo propicio para forjar y moldear el corazón del niño”. Mas concluía, con la mirada puesta en la Virgen:

“Pero si es cierto que la devoción a María es el último reducto que queda de la religión en los pueblos que han perdido la fe, es cierto también que esa misma devoción es el medio más eficaz y oportuno para instaurar, promover y fomentar la vida cristiana allí donde la fe languidece y se ha introducido la relajación de costumbres”.

Con el crecimiento de la ciudad, el pueblo de Cayma, hoy convertido en distrito, se encuentra plenamente insertado en el casco urbano de Arequipa. Desde el centro de la ciudad, se puede llegar a él cruzando el río Chili por el puente Grau, siguiendo por la Av. Ejército hasta la intersección con la Av. Cayma y subiendo por su empinada cuesta, hasta atravesar uno de los cinco hermosos arcos de cantería que dan acceso a su pintoresca plaza. En uno de sus lados, se encuentra el Santuario de Cayma con sus añejos sauces al pie y su bello artesonado labrado en sillar.

Aspecto del Congreso Mariano de 1947, que precedió a la coronación de la Virgen

Aún hoy son frecuentes las peregrinaciones al lugar y la tierna mirada de la Virgen está siempre dispuesta a acoger con la mayor ternura al caminante, escuchar sus congojas y atenderle cariñosamente.

La estructura del templo ha pasado por sucesivas recreaciones, fruto de los avatares del tiempo. Al presbítero Juan Domingo de Zamácola y Jáuregui, cuyos restos descansan en su interior, le debemos una edificación mayor y más espléndida, que llevó pacientemente hasta su culminación en 1802. Pero el violento terremoto de 1868 lo dejó prácticamente en ruinas, salvándose milagrosamente la imagen. Restaurado convenientemente, en la actualidad lo podemos apreciar como joya arquitectónica llena de inigualable encanto.     


Obras consultadas.-

1. Fray Francisco Cafré  O.F.M., Crónica del Congreso Mariano y Coronación Pontificia de Nuestra Señora de Caima, Tipografía O’Brien, Arequipa, 1949.
2. P. Rubén Vargas Ugarte  S. J., Historia del Culto de María en Iberoamérica y de sus imágenes y santuarios más celebrados, 3ª edición, Madrid, 1956, t. II.



  




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+349, d.C. Tréveris. Dejó el país natal atraído por la fama de las virtudes de San Agricio, Obispo de Tréveris, de quien se tornó discípulo. Con la muerte de éste, fue elevado a aquella Sede, donde se notabilizó por la intrépida defensa de la ortodoxia (= verdadera doctrina) y al acoger a San Atanasio, entonces exiliado.








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