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«Tesoros de la Fe» Nº 107 > Tema “Objeciones más frecuentes”

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La inocencia bautismal

PREGUNTA

Ante el hecho de que mantener una relación sexual antes del matrimonio es pecado mortal, aunque ni siquiera conocía entonces lo que era un pecado mortal —tenía menos de 16 años— quisiera saber si cometí tal tipo de pecado. Estoy seguro que jamás habría ofendido a Dios si hubiera sabido de ello.

Además, cuando era más chico (entre 9 y 15 años), nos hacíamos bromas nada santas entre vecinos. Por curiosidad, inexperiencia juvenil y falta de noción del pecado mortal, buscábamos en esas bromas sensaciones sexuales de unos con los otros.

¿Qué tipo de pecado configura eso? Por supuesto que hoy me arrepiento, pero estoy seguro de que si en esa época hubiese sido advertido de tal gravedad para con Dios, jamás habría participado.

¿Eso me aleja de la comunión?

Asimismo, quisiera saber si se puede comulgar estando en pecado venial.

RESPUESTA

Comencemos por lo más fácil de explicar: el pecado venial no impide la comunión. Inclusive, cuando rezamos antes de la comunión el acto de contrición o el Confiteor (“Yo pecador, confieso ante Dios…”), con verdadero arrepentimiento de nuestros pecados, esa oración ya borra, al menos parcialmente, los pecados veniales. Desde luego, una comunión bien hecha, completa la purificación de nuestra alma.

Ahora bien, la cuestión del pecado mortal es más compleja. Para que un acto grave sea pecado mortal son necesarias dos condiciones: a) que se tenga pleno conocimiento de la gravedad del acto pecaminoso que se está practicando; b) que se dé pleno consentimiento de la voluntad a ese acto. Si no hubiese pleno conocimiento y pleno consentimiento, no hay pecado mortal.

Por ejemplo, un acto que es practicado durante la vigilia del sueño —por lo tanto, en un estado de semi somnolencia— no será normalmente pecado mortal, pues el sopor afecta las dos condiciones mencionadas.

Sacramento del Bautismo


¿Cómo se pierde la inocencia bautismal?

El consultante alega el desconocimiento que tenía de la gravedad de los actos que practicó siendo menor de edad, y declara su firme propósito de actuar siempre de acuerdo con los Mandamientos de la Ley de Dios y de jamás ofender a Dios con un pecado mortal. Excelente disposición de alma, que Dios —justísimo y amorosísimo— tomará debidamente en cuenta.

Pero cabe analizar con más cuidado el hecho de que muchas personas hoy en día, culposamente ignorantes y livianas, mantienen relaciones sexuales antes del matrimonio, como si se tratase de un procedimiento normal, legítimo, que en nada hiere la ley moral. Tanto es así que hasta se van multiplicando los casos de jóvenes que tienen la intención de constituir una familia legítima, pero pasan a vivir maritalmente antes del matrimonio, tomando frecuentemente el cuidado de evitar hijos antes de la unión legal y sacramental ante la Iglesia. Esta situación es gravemente pecaminosa, y las personas en tal caso viven en estado de continuo pecado mortal. Tanto más si, para evitar hijos, hacen uso de anticonceptivos u otros procedimientos condenados por la moral católica, que agravan aún más tal pecado.

¿Cómo se llegó a tal situación?

Aquí entra la cuestión de la pérdida de la inocencia bautismal. Muchas veces el proceso comienza por la educación recibida en la familia. En los propios padres no existe más la preocupación de preservar la inocencia de los niños. Principios freudianos, condenados severamente por la Iglesia, recomiendan que se les permita todo, que no se les niegue nada, porque —alegan— cualquier inhibición, máxime un castigo físico, aunque moderado y proporcional, perjudica el desarrollo psíquico y social del niño. La misma orientación es adoptada en la escuela, a partir de las primeras etapas de la educación inicial hasta los últimos grados de la secundaria. Con la enseñanza religiosa desafortunadamente en franca decadencia, y además, muchas veces en completa consonancia con tales principios freudianos, el resultado es que, con el despertar de la pubertad, niños y niñas se sientan completamente desinhibidos frente a las solicitudes del instinto sexual. De ahí la “sorpresa” del consultante cuando tomó conocimiento de que tal tipo de comportamiento constituye pecado mortal.

Dicho esto, la formación de la niñez de un modo absolutamente opuesto a la enseñanza tradicional de la Iglesia puede constituir un atenuante para los adolescentes que fueron víctimas de ese proceso. Atenuante, sin embargo, que no elimina del todo la responsabilidad personal, porque los restos de la inocencia bautismal y también de la rectitud natural, que subsisten en el adolescente a partir del despertar de la razón, serían suficientes para que él se retrajese y resistiese a esa reprobable corriente pedagógica, que contraría de manera tan escandalosa los principios de la moral natural y de la moral católica.

Sacramento de la Penitencia


Sin duda, los efectos deletéreos del pecado original incitan a la práctica de la pedagogía freudiana, pero las gracias del Espíritu Santo recibidas en el Bautismo y en la Confirmación actúan fuertemente, y un embate espiritual se desencadena al interior del alma. Y si ésta es enteramente fiel, mantendrá preservada su inocencia bautismal, a pesar de todos los hechos contrarios.

En cuanto a los no bautizados, ellos tienen inscrita en sus almas la ley natural, como enseña el Apóstol: “Porque todo cuanto se puede conocer acerca de Dios está patente ante ellos [los paganos]: Dios mismo se lo dio a conocer, ya que sus atributos invisibles, su poder eterno y su divinidad, se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo, por medio de sus obras. Por lo tanto, aquellos no tienen ninguna excusa” (Rom. 1, 19-20).

Por lo tanto, el consultante puede estar simplificando los datos del problema al afirmar que, en la época de minoridad, ni siquiera sabía que tales comportamientos configuraban un pecado mortal. Quien corresponde perfectamente a las gracias recibidas en el Bautismo, huye con horror de las solicitudes desordenadas de la sexualidad naciente. Esta afirmación vale, en particular, para las “bromas nada santas” —como él las llama— que tenía con las chicas de la vecindad, y máxime para las relaciones sexuales prematrimoniales.

De cualquier modo, la aplicación de la desastrosa pedagogía freudiana, desde la más tierna edad, puede constituir un atenuante que se permite tomar en cuenta en la evaluación de la gravedad de los pecados cometidos. Y sobre todo la sana reacción que demostró, al serle enseñados los principios de la moral católica, indica que la gracia del Espíritu Santo, por los ruegos de la Santísima Virgen, triunfó en su alma. ¡Magnificat!

Arrepentirse de los pecados restaura la inocencia

Si Dios abomina al pecador impenitente, al pecador arrepentido lo acoge amorosamente con gracias especiales para la restauración de la inocencia perdida. El camino de vuelta hacia Dios comienza con la gracia del arrepentimiento, que lo lleva al confesionario a los pies de un sacerdote legítimo e imbuido de la seriedad y santidad de su ministerio. El perdón que éste confiere al penitente, en nombre de Jesucristo, restaura la inocencia de su alma. El penitente sale del confesionario con el alma aliviada, leve como una pluma, presto para ser movido por el soplo de la gracia para los más altos páramos de la santidad. Así sea.   



  




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