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«Tesoros de la Fe» Nº 79 > Tema “Fundadores”

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San Antonio María Zaccaria

Fundador y apóstol celoso


Aunque falleció siendo aún joven, este extraordinario santo fundó a los barnabitas y a las angélicas, además de ser, como San Antonino de Florencia en el siglo anterior, un intrépido adversario del paganismo renacentista.


Alejandro Hofer


Antonio María vio la luz en 1502, en la ciudad de Cremona, al norte de Italia. Su padre, Lázaro, pertenecía a la noble familia de los Zaccaria; su madre, la virtuosa Antonieta Pescaroli, viuda a los dieciocho años, pocos meses después del nacimiento de su único hijo.

Surgió este enviado de Dios cual “lirio en medio de un monstruo de corrupción”, pues Europa —y particularmente Italia— se encontraba atascada en la crisis moral provocada por la revolución renacentista.

A Antonio María le incumbiría —como a otros santos suscitados por Dios para combatir aquellos males— oponer diques al avance de la Revolución anticristiana y restablecer los principios religiosos y morales que tenían vigor en la Cristiandad medieval.

Vigilancia frente a la corrupción renacentista

Después de una infancia marcada por una profunda piedad junto a su madre, Antonio María se separó de ella a los 15 años para estudiar filosofía en Pavía.

Allí permaneció durante tres años. Su paso por aquella ciudad coincidió con la rebelión del monje apóstata Martín Lutero, en la vecina Alemania, que el 31 de octubre de 1517 mandó fijar en la puerta del castillo de Wittenberg sus 95 tesis contra las indulgencias.

Tres años después, en 1520, Antonio María se dirigió a Padua, a fin de estudiar medicina. En aquel mismo año, el día 10 de diciembre, Lutero hizo quemar la bula de excomunión papal, dando inicio a la escisión con Roma y a la guerra religiosa.

Todos los centros de estudios —unos más, otros menos— quedaron estremecidos por el acontecimiento. En el norte de Italia, había un acentuado ambiente de antagonismo entre italianos y alemanes. En la mente del italiano, el alemán es el dominador execrado, mientras para éste, el italiano es un pueblo muelle, liviano y voluptuoso.

Ése fue el ambiente que Antonio María encontró en la universidad, lo cual le exigía imperiosamente tomar las debidas cautelas, a fin de enfrentar con éxito los peligros que le acechaban.

Discípulo de San Lucas y celo apostólico de San Pablo

Terminado el curso de medicina en 1524, Antonio María regresó a Cremona.

Como médico se inclinó sobre el dolor y la miseria ajena, para curarlas y confortarlas. Pero no se limitó a tratar los males del cuerpo. Su celo no conoció límites para prodigar el bien a las almas, apartándolas del error y conduciéndolas a Jesucristo y a su Iglesia.

Pero viendo que la medicina no le abría a su generosidad sino un campo superficial, Antonio María se dedicó por entero al cuidado de las almas.

Comenzó su apostolado en la pequeña iglesia de San Vital, vecina de su casa, reuniendo a niños, pobres y ricos, interpretándoles la palabra sagrada. Eran lecturas cortas, conferencias sobre la doctrina cristiana, homilías compuestas cuidadosamente en cuadernos escolares, llenas de principios morales, en contraposición a la mentalidad laxista y pagana del Renacimiento.

Además de los niños, comenzaron a concurrir también los jóvenes, las madres, las hermanas, los parientes y los amigos, para oír “al ángel de Dios”.

Su apostolado sacerdotal enfrenta al espíritu renacentista

Como aquel ambiente resultó pequeño para contener a sus oyentes, y los males y escándalos que pululaban en las calles eran grandes, decidió ir hasta ellas con el crucifijo en la mano, el arrojo de un guerrero y la dignidad de un hidalgo, para reprender a los transeúntes por sus pecados e incitarlos a la enmienda a través de la prédica de los sufrimientos del Redentor.

San Antonio María Zaccaria enseña a los niños el catecismo

Llegó a tomar el hábito eclesiástico y recibió las ordenes menores. Llegó a ordenarse sacerdote, en 1528, a los 26 años. Durante su primera misa, a la hora de la consagración, una luz no encendida por manos terrenas transfiguró el altar como un Tabor. Según una ininterrumpida tradición, el oficiante fue rodeado por un grupo visible de espíritus celestiales, curvados a su lado en una misma adoración, hasta el momento en que las sagradas especies fueron consumidas.

Una penitente convertida por fray Bautista, la condesa Luisa Torelli, de Guastalla, dio todo el apoyo necesario al padre Antonio María, no solamente en su condado sino aún en Milán, donde ella había comprado una casa para llevar vida religiosa juntamente con un grupo de señoras y señoritas.

En una época en que todo se quería reformar, había una verdadera y una seudo-reforma. Emblemática de esta última fue el protestantismo y el mismo Renacimiento, tan enaltecido por los compendios de historia.

San Antonio María Zaccaria fue uno de los pilares de la verdadera Reforma que se opuso al paganismo renacentista y a la seudo-reforma protestante.

En Milán, son suscitados sus dos primeros discípulos

En 1530 Antonio María se dirigió a Milán. Con la diócesis vacante hacía más de 50 años, la paz en aquella ciudad era más aparente que real, siendo un foco permanente de irradiación de las ideas revolucionarias.

Para contraponerse a esa difícil situación, la Providencia había suscitado allí, desde comienzos del siglo XVI, la Sociedad de la Sapiencia Eterna. Antonio María es presentado en esta Sociedad, y aunque casi desconocido, conquistó gran simpatía, entusiasmando a los presentes con sus palabras.

Entre ellos se encontraban dos caballeros unidos por aspiraciones de perfección. Se llamaban Giacomo Antonio Morigia y Bartolomé Ferrari. Según algunos, Giacomo y Bartolomé ya habían pensado en la idea de formar una sociedad de sacerdotes dedicada a la reforma del clero y del pueblo. Sin embargo, tal idea sólo se cristalizó por ocasión del encuentro con Antonio María en 1530, que marcó el inicio de la congregación de los Clérigos regulares de San Pablo, conocidos comúnmente como barnabitas, por el hecho de reunirse en la iglesia de San Bernabé.

Aprobación pontificia para los “barnabitas” y las “angélicas”

En 1532 Bartolomé Ferrari es ordenado sacerdote. Y al año siguiente, Giacomo Morigia se convirtió por deseo del santo en el primer superior de la orden, conservándose seis años en el cargo. Sin embargo, mientras el fundador vivió, Morigia siguió otorgando a Zaccaria la honra de la dirección, tomando las decisiones siempre según su arbitrio.

Finalmente, en 1533, el Papa Clemente VII, dada la buena fama de la obra, aprobó la congregación que, con la Bula de Paulo III, en 1535, pasaron a denominarse Clérigos regulares de San Pablo.

Las angélicas fueron osadamente establecidas por la condesa Torelli, bajo asistencia de nuestro santo, en 24 casas, otrora ocupadas por antros de prostitución. Ese lugar de infamia sería en adelante habitado por numerosas vírgenes consagradas, realizando así la antigua profecía de un bienaventurado franciscano, que después de haber llorado sobre aquel barrio de perdición, proclamó que sería transformado en “deliciosa morada de los ángeles”. Allí, en el año de 1535, se terminó de erigir un monasterio cuya iglesia está dedicada a la conversión de San Pablo.

Devoción eucarística de las 40 horas

Para la regeneración de una sociedad que había dado las espaldas a Dios, no bastaban las oraciones, las amonestaciones, los ayunos y las penitencias; era menester reintroducir al Divino Maestro ofendido para ser el foco de la adoración a la que tiene derecho.

En Milán, Antonio Bellotto había instituido una adoración de cuarenta horas, para aplacar la cólera divina frente al sacrílego asalto de Roma, que en 1527 el condestable de Borbón hiciera al frente de 20 mil luteranos, seguido de saqueos, orgías y profanaciones que se prolongaron por espacio de seis meses.

El célebre Duomo de Milán, en donde se realizó la primera adoración eucarística de las 40 horas

Esa adoración, no obstante, hecha para recordar las cuarenta horas en que Nuestro Señor permaneció en el sepulcro, se realizaba solamente cuatro veces al año.

Zaccaria la quiso solemne y perpetua, valiéndose para ello de los buenos oficios del duque Francisco María Sforza. Éste, cuyo casamiento se realizara en mayo de 1534 en la catedral de Milán, magníficamente engalanada para el acto, pidió que la iglesia estuviera revestida de la misma pompa para el día 11 de junio, cuando se celebraría la festividad del Corpus Christi. Así se dio, habiendo sido regiamente expuesto el Santísimo a la vista de todos. Desde entonces, se propagó a todo el orbe.

Frente a las probaciones: fortaleza heroica

Como no podía dejar de ser, el demonio hizo de todo para armar celadas contra este hijo de la Virgen. Una de ellas surgió en 1532, a través de un religioso, que en sus prédicas no escatimaba amenazas contra los Clérigos regulares de San Pablo, tachándolos de locos, fanáticos, hipócritas, etc. Tales amenazas culminaron con una triple denuncia al arzobispado de Milán, al tribunal de la Inquisición y al Senado.

Confiado en la asistencia del Cielo, Zaccaria enfrentó con determinación la tormenta, comenzando por levantar, a ejemplo del Divino Maestro, el ánimo de sus atemorizados discípulos. Iniciado el proceso, oído el calumniador, cumplidos los interrogatorios, citados los testigos, los jueces sólo tuvieron frente a sí la evidencia de una inicua maquinación. No mucho después, el mismo calumniador, antes de morir, hizo una honrosa retractación en los brazos de Zaccaria.

Combatiente aún joven del buen combate

Joven aún, a la edad de 36 años, doblegado por el peso de la lucha, cae exhausto en Guastalla. Se acuesta y el mal se agrava. Imposibilitado de ir a expirar en medio de sus compañeros, pide que lo lleven junto a su madre en Cremona. Al verla llorar, profetiza: “¡Ah, madrecita, dejad de llorar! En breve, gozaréis conmigo de aquella gloria eterna en que, desde ya, espero entrar”. Declarando que morirá el día de la octava de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.

Después de ofrecerse como víctima expiatoria y de recibir el viático, este seguidor del “combatiente del buen combate” —San Pablo— entregó su alma a Dios, asistido, según la tradición, por el propio Apóstol. Era un sábado, 5 de julio de 1539, cuando comenzaban en las iglesias las vísperas de la octava de los Apóstoles Pedro y Pablo.

La causa de beatificación de Antonio María fue introducida en 1806, en el pontificado de Pío VI, y León XIII lo canonizó el 27 de mayo de 1897.     


Fuentes.-

  • Guy Chastel, San Antonio María Zaccaria, Ed. Vozes Ltda., Petrópolis, 1943.
  • Pères Bénédictins de París, Vies des saints et des bienheureux, Librairie Letouzey et Ané, París, 1949.




  




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