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El amor conyugal; divorcio y sentimentalismo Seguimos trascribiendo algunos pensamientos escogidos del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, recogidos por Leo Daniele en su obra «En busca de almas con alma», publicada en 1998. Quien ve pasar, en su carro de color risueño, al joven —o a la joven— en esta era de buen humor, deporte y vitaminas, ¿no pensará que estamos a leguas del sentimentalismo?
El joven es robusto, alegre, parece cómodamente instalado en la vida, lleno de sentido práctico y del deseo de vencer. La joven es desinhibida, emprendedora, utilitaria, muchas veces brillante. También ella está alegre, se siente bien, y quiere “aprovechar” la existencia. ¿Qué hay de común en ella con la dama de tipo “lagrimoso” que conmovía a nuestros abuelos? No obstante, a despecho de todo el utilitarismo actual, el terreno reservado al sentimentalismo continúa siendo bastante considerable. Y, si analizamos este “sentimiento” moderno, veremos que él no es sino una adaptación muy superficial de los viejos temas sentimentales. * * * La cuestión de la estabilidad de la convivencia conyugal depende de saber hasta qué punto el interés o el sentimentalismo pueden llevar a los cónyuges a soportarse mutuamente. El sentimentalismo es esencialmente frívolo. No perdona trivialidades. De manera que —para tocar en la carne viva de la realidad es necesario ejemplificar— un modo ridículo de roncar durante el sueño, el mal aliento, cualquier otra miseria humana, en fin, puede matar inapelablemente un sentimiento romántico... que resistiría a las más graves razones de queja. Ahora bien, la vida cotidiana es un tejido de trivialidades, y no hay persona que en la convivencia íntima no las tenga más o menos difíciles de soportar. Y como el sentimentalismo, por esencia y por definición, es todo hecho de ilusiones, de afectos descontrolados e hipotéticos hacia personas que sólo serían posibles en el mundo de las quimeras, la consecuencia es que en poco tiempo los sentimientos, que eran la única base psicológica de la estabilidad de la convivencia conyugal, se deshacen. Naturalmente, una persona así no va al fondo de las cosas, no percibe lo que hay de sustancialmente irrealizable en sus anhelos, y juzga pura y simplemente que se equivocó. Le parece que aún puede encontrar en otro la felicidad que su matrimonio no le dio. De donde el divorcio le parecerá absolutamente tan necesario como el aire, el pan o el agua. En último análisis, sentimentalismo es apenas egoísmo. El sentimental no busca sino su propia felicidad, y sólo concibe el amor en la medida en que el “otro” sea instrumento adecuado para hacerlo feliz. Y sobre el egoísmo nada se construye... la familia, menos aún que cualquier cosa. Es necesario, pues, mostrar la substancial diferencia que va de la caridad cristiana —toda hecha de sobrenatural, de sentido común, de equilibrio de alma, de triunfo sobre los desarreglos de la imaginación y de los sentidos, toda hecha de piedad y de ascetismo en fin— al amor sensual, egoísta, hecho de descontroles, de sentimentalismo romántico todavía tan de moda. Mientras la concepción sentimental influya implícita o explícitamente en la mentalidad de los novios, todo matrimonio será precario, pues habrá sido construido sobre el terreno esencialmente pegajoso, movedizo, volcánico, del egoísmo humano.
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