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«Tesoros de la Fe» Nº 71 > Tema “Santos de la Nobleza”

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Santa Margarita de Escocia

Reina y patrona de Escocia


Santa Margarita es recibida por el rey Malcolm III de Escocia, su futuro esposo


Por maravillosos designios de Dios, llegó al trono de Escocia. Perfeccionó el esplendor de las iglesias y de la corte, aliando admirablemente una profunda piedad con mucha firmeza.


Plinio María Solimeo


Cuando el rey de Inglaterra Edmundo II fue asesinado en 1017, Canuto II, el Grande, rey de Dinamarca, aprovechó la ocasión para tratar de concluir la conquista de ese país, del cual ya ocupaba algunas provincias. Envió a los dos hijos del fallecido rey, Edmundo y Eduardo, a Suecia con la intención de que allí encontraran la muerte. Pero el rey sueco no quiso manchar sus manos con sangre inocente y mandó a los dos huérfanos a Hungría, donde reinaba el gran San Esteban. Éste los recibió con gran afecto y se encargó de darles una educación acorde con su cuna. Edmundo murió sin sucesión, pero Eduardo, llamado “de Ultramar” o “el Proscrito”, se casó con Agata, sobrina del Emperador San Enrique y hermana de Gisela, esposa del rey San Esteban. De ese matrimonio nacieron tres hijos: Edgard, Cristina y Margarita, ésta en 1046.

En 1041 sube al trono de Inglaterra San Eduardo III, el Confesor. Tan pronto se afirmó en el trono, sabiendo que su pariente vivía exiliado en la corte de Hungría, lo invitó a volver con su familia a Inglaterra. Volvieron en 1054, siendo recibidos con pruebas de estima y afecto.

La princesa Margarita, entonces en la albor de la adolescencia, encantó a todos por su piedad y modestia. Era devotísima de la Santa Madre de Dios y extremadamente caritativa con los pobres y necesitados.

Designio de la Divina Providencia

El padre de la santa falleció en 1057, y su hermano Edgard se convirtió en heredero directo del santo rey, que no tenía descendientes. Siendo aún menor de edad y habiendo nacido en tierra extranjera, colocaron en su lugar al conde Haroldo. Guillermo, el Conquistador, atravesó el Canal de la Mancha en 1066 e invadió Inglaterra. En la batalla de Hastings, mató a Haroldo y se apoderó del trono inglés. Para escapar de la tiranía del conquistador, Edgard y Margarita, ésta con 20 años de edad, huyeron en una embarcación, pretendiendo llegar a Hungría, donde sabían que serían bien recibidos. Pero otro era el designio de la Providencia, y durante una tempestad el barco fue lanzado a las costas de Escocia.

En ese país fueron bien recibidos por el rey Malcolm III que, encantado con las cualidades de Margarita, le propuso matrimonio. Ésta desde hacía mucho tiempo alimentaba el deseo de hacerse religiosa como su hermana Cristina. Pero su confesor le hizo ver que podría auxiliar más a la religión subiendo al trono. Así, se realizó en el año de 1070 el matrimonio y la coronación de Margarita como reina de Escocia. A los 24 años de edad, era reconocida como la más hermosa princesa de su siglo.

Una reina que aliaba piedad y firmeza

Aunque Malcolm era un tanto rudo, tenía muy buena índole y disposición para la virtud. Sobre todo amaba tiernamente a la reina y tenía por ella una confianza sin límites. Así, Margarita, por una conducta llena de respeto y condescendencia, se hizo dueña de su corazón; y se sirvió del ascendiente que tenía sobre el rey para hacer florecer la religión y la justicia, procurar la felicidad de sus súbditos e inspirar a su marido los sentimientos que lo volvieron uno de los más virtuosos reyes de Escocia. Amenizó su carácter, cultivó su espíritu, pulió sus maneras y lo inflamó de amor hacia la práctica de las máximas evangélicas. La reina se empeñaba en ese apostolado, pues no dudaba que la transformación y mejora de las costumbres del pueblo dependían en gran medida del ejemplo del rey y de la corte. Así, toda Escocia progresó, haciendo del reinado de Malcolm uno de los más felices y prósperos de Escocia.

En suma, Margarita era una reina “piadosa y varonil al mismo tiempo. Cabalgaba gentilmente entre los magnates, tejía y bordaba entre las damas, rezaba entre los monjes, discutía entre los sabios, y entre los artistas, planeaba proyectos de catedrales y monasterios”.1

Dios bendijo sus matrimonio con ocho hijos, seis hombres y dos mujeres, habiendo seguido todos la senda de su madre. Dos de ellos —una hija, también llamada Margarita, casada con el rey de Inglaterra, y un hijo, David I, rey de Escocia— fueron elevados a la honra de los altares.

Santa Margarita compra la libertad de algunos prisioneros

Celo por el esplendor tanto en la casa de Dios y como en la corte

Uno de los cuidados de Margarita fue el de establecer en todo el reino sacerdotes virtuosos y predicadores celosos. Fue convocado así un sínodo, y las más importantes reformas instituidas en él fueron la regulación del ayuno durante la Cuaresma y la observancia de la comunión pascual, entonces casi olvidados, y la remoción de ciertos abusos concernientes al matrimonio dentro de los grados de parentesco prohibidos.

La reina procuró también organizar la Iglesia en Escocia. En consecuencia, por sus consejos, el reino fue dividido en diócesis, con una demarcación claramente determinada. Fueron creados cabildos en las catedrales, con su correspondiente clero, y establecidas parroquias. Atrajo a las órdenes religiosas, principalmente de Francia y de Inglaterra, con miras a contribuir eficazmente al incremento de la vida litúrgica, pues deseaba el esplendor en la casa de Dios. Para eso, construyó magníficas iglesias y restauró otras, dotándolas con lo que había de mejor para el servicio divino. Aunque era poco exigente hacia su propia persona, la reina quería que la corte fuese espléndida, a fin de valorizar la autoridad real; que la nobleza se vistiera muy bien, y que los reyes se ataviasen con pompa. Protegió también las ciencias y las artes y fundó diversos establecimientos de cultura.

“Oh reina santa, socorrednos”, “Oh madre nuestra, asistidnos”

Sobresalió también por la caridad hacia el prójimo. En nuestra época, en que se hace tanta demagogia y poco de concreto por los pobres, el ejemplo de Margarita de Escocia es paradigmático.

Servía diariamente con sus propias manos la comida a nueve niñas huérfanas y a 24 ancianos. Durante el Adviento y la Cuaresma, atendía con el rey —ambos de rodillas por respeto a Nuestro Señor Jesucristo en sus miembros padecientes— a 300 pobres, sirviéndoles la comida en la mesa real. También todos los días la reina salía por las calles, siendo rodeada por innumerables huérfanos, viudas y necesitados de toda especie, que clamaban: “Oh reina santa, socorrednos”, “Oh madre nuestra, asistidnos”.

Y ella a todos socorría, aunque para eso tuviese que pedir a los miembros de su comitiva algo con que asistir a aquella gente. Regularmente visitaba los hospitales para socorrer a los enfermos pobres. Los deudores insolventes encontraban en ella su auxilio. Rescataba a cautivos, no sólo escoceses, sino también de otras nacionalidades. En fin, no hubo miseria física o moral que ella no hubiese socorrido.

Profundamente humilde y austera

Santa Margarita, como todos los santos, tenía una profunda humildad. Pedía frecuentemente a su confesor que la advirtiese de cualquier falta que la viese practicar. Y le reclamaba —pues éste no encontraba qué advertir— alegando que no estaba cumpliendo su misión.

Dormía poco y rezaba mucho. Su alimentación era tan parca, que se restringía apenas a lo necesario. Comenzó a sentir el organismo minado, con terribles dolores de estómago. Se privaba de todo pasatiempo fútil y huía de todo cuanto pudiese alimentar la sensualidad. Poseía también un vivo espíritu de compunción y tenía el don de las lágrimas. Guardaba silencio absoluto en la iglesia, por respeto a la Presencia Real, y bastaba verla rezar para conocer cómo es que se practica la oración.

Margarita observaba dos Cuaresmas, la de Navidad y la de Pascua, aumentando aún más sus austeridades.

Su confesor y biógrafo dice que no es necesario constatar si practicó milagros, pues su vida entera fue un prodigio.

Ultima privación y santa muerte

Cuando la reina estaba en cama durante su última enfermedad, tuvo que pasar por una prueba durísima. Habiendo el rey Guillermo, el Rojo, de Inglaterra, invadido la Northumbria escocesa, Malcolm organizó un ejército para reconquistarla. La reina le insistió en que no fuese personalmente a esa campaña, pero él resolvió ir con sus hijos Eduardo y Edgard, juzgando que el temor de la reina se debía a la bondad de su corazón.

Capilla de Santa Margarita en el castillo de Edimburgo

Cuatro días antes de su muerte, ella dijo a los presentes: “Hoy tal vez haya sucedido una gran infelicidad para Escocia, como ella no veía hace muchos años”. Entretanto su hijo Edgard regresó de la guerra, y ella le pidió noticias de su padre y de su hermano. Temiendo que la verdad le fuese fatal, el joven respondió que estaban bien. “¡Ah! Hijo mío, sé muy bien lo que ha pasado; por eso no tienes que negarme la verdad”, respondió ella. Edgard entonces relató la muerte de su padre y hermano en una emboscada durante la campaña. Margarita, elevando los ojos al cielo exclamó: “Dios todopoderoso, os agradezco por haberme enviado tan grande aflicción en los postreros momentos de mi vida. Espero que, con vuestra misericordia, servirá para purificarme de mis pecados”.

Por fin, su alma quedó libre de los lazos del cuerpo el día 16 de noviembre de 1093, a los 47 años de edad. Se volvió así patrona de Escocia.

Algún tiempo después, al caer este país en la herejía protestante, los católicos recogieron secretamente las reliquias de la reina santa y de su esposo, a quien también consideraban santo, y las enviaron al rey Felipe II de España, quien les dio refugio seguro en el monasterio de El Escorial, que acababa de construir en las cercanías de Madrid.2     


Notas.-

1. Fray Justo Pérez de Urbel  O.S.B., Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. II, p. 579.
2. Otras obras consultadas:

  • P. Jean Croisset, Año Cristiano, Saturnino Calleja, Madrid, 1901, t. II, pp. 807-810.
  • Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, París, 1882, t. VI, pp. 548-554.
  • Edelvives, El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1947, t. III, pp. 413-423.
    G. Roger Huddleston, The Catholic Encyclopedia, tomo IX, Online Edition, Copyright © 2003 by Kevin Knight.
  • P. Pedro de Ribadeneyra  S.J., Flos Sanctorum, in Dr. Eduardo María Villarrasa, La Leyenda de Oro, L. González & Cía. Editores, Barcelona, 1896, t. II, pp. 412-414.




  




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