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«Tesoros de la Fe» Nº 51 > Tema “Santos de la Nobleza”

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Santa Catalina de Suecia

Hija de Santa Brígida


Madre e hija, llamadas a una gran santidad, se emulaban en el modo más perfecto de servir a Dios, asemejándose en la práctica de las virtudes


Plinio María Solimeo


Catalina era la cuarta de los ocho hijos de Santa Brígida y de Ulpho, príncipe de Nericia, en Suecia, y nació alrededor del año 1330. Al tener como madre a una santa, y como padre a un hombre devoto y temeroso de Dios, Catalina mostró desde temprano inclinación hacia la virtud.

Aún pequeña fue entregada a una virtuosa abadesa para ser instruida en la ciencia y en la virtud. El demonio le tenía tanto odio que, una noche, cuando su tutora estaba en la iglesia para cantar Maitines, el enemigo de la salvación tomando la forma de un toro echó con los cuernos a la niña fuera de la cama, pretendiendo matarla. A los gritos de Catalina, acudió prontamente la abadesa y encontró a la niña postrada en tierra. El demonio entonces se apareció y le dijo a la abadesa: “Con qué gusto yo habría acabado con ella, si Dios me hubiese dado permiso”.

Dios, que preparaba a Catalina para una gran santidad, no quería que ella se entretuviese con los juegos infantiles propios de su edad. Cierto día, cuando tenía siete años, se distrajo excesivamente con otras niñas jugando con muñecas. Esa noche, en sueños, se le aparecieron demonios con forma de muñecas y la azotaron tan duramente, que ella desistió desde entonces de cualquier recreación propia de su edad.

Con su esposo, hacen voto de virginidad

Al llegar a los trece años, su padre quiso que contrajese matrimonio, a pesar de que no se sentía para nada inclinada a ello. Suplicó mucho a Dios y a su Madre Santísima que la protegiesen en esa circunstancia. Realizadas las bodas, convenció a su esposo Edgardo de Kurner, joven también piadoso, a vivir en continencia perfecta. Lo cual fue aceptado por él, de modo que vivieron como hermanos bajo el mismo techo.

Más aún. Influenciado por ella, el esposo se entregó también a obras de piedad, y vivían en el palacio como en un monasterio. Consiguió también convencer a una cuñada de la futilidad de las cosas del mundo, y a secundarla en las buenas obras.

Su madre, santa Brígida, hizo con su marido una peregrinación a Santiago de Compostela, en España, durante la cual él se sintió mal y falleció poco después, estando aún en suelo español. Viuda, Santa Brígida se mudó a Roma a fin de estar más cerca de los lugares de devoción y socorrer a los peregrinos suecos que se dirigían hacia allá. Con permiso de su marido, Catalina fue a ayudar a su madre. Poco después, recibió la noticia del fallecimiento de Edgardo.

Luchas para mantenerse virgen

Aún joven, bella y rica, surgieron varios pretendientes para desposarla. Como rechazó todas las propuestas, uno de los pretendientes quiso secuestrarla para casarse a la fuerza. Un día en que Catalina fue con algunas damas piadosas a la iglesia de San Sebastián, el tal hombre cercó su camino, pretendiendo llevarla consigo. Pero súbitamente surgió un ciervo en el camino, que distrajo la atención del secuestrador, y Catalina pudo huir.

Pero el truhán no se dio por vencido. Y otra vez, cuando Catalina iba con su madre a la iglesia de San Lorenzo, fuera de los muros de la ciudad, intentó secuestrarla nuevamente. Pero en el mismo instante quedó ciego. Reconociendo el justo castigo recibido, pidió a ambas santas que lo perdonasen y que rezasen por él a Dios para que recuperase a vista. Lo cual efectivamente sucedió.

Otro peligro ocurrió durante una peregrinación de las dos santas a Asís, para visitar la famosa iglesia de la Porciúncula. Parando en una posada, un grupo de bandidos combinó asaltarlas. En el mismo instante se oyó una gran conmoción que venía de afuera: eran unos policías que estaban buscando a los malhechores. Éstos huyeron como pudieron. Mas al día siguiente las cercaron en el camino, y cuando iban a ponerles las manos encima, todos quedaron ciegos. En esta oportunidad, como los bandidos no mostraran señales de arrepentimiento, no fueron curados por las santas, que siguieron su camino.

Placa que identifica la casa en la cual vivieron Santa Catalina y su madre, Santa Brígida, en Roma

Tentación de regresar a su país

Sin embargo, al no poder hacer nada directamente contra Catalina, el demonio comenzó a darle tedio por la vida que levaba en Roma. A pesar del consejo de su madre y de su confesor, deseaba regresar a Suecia. Vivía triste, había adelgazado y perdido la alegría. Por sugerencia de su madre, ambas resolvieron recurrir a Nuestra Señora para saber realmente si Catalina debería regresar o no a Suecia. Cierta noche, la Madre de Dios se le apareció en sueños, con aire severo, reprendiéndola por olvidarse de su deber, llevada por el deseo de volver a ver su país, donde le aguardaban innumerables peligros para su alma. Apenas se despertó, Catalina corrió a lanzarse a los pies de su madre, prometiendo no abandonarla jamás.

Así en peregrinaciones, visitas a los pobres y buenas obras, Catalina vivió durante 25 años con su madre, a la cual procuraba imitar.

Cierto día estaba rezando en la iglesia de San Pedro, cuando se le apareció una mujer vestida de blanco con un manto negro, recomendándole que rezase por su cuñada, esposa de su hermano Carlos, que acababa de fallecer. La difunta le había dejado a Catalina la corona de oro que usaba, la cual le fue traída a Roma por un portador. Santa Catalina la vendió, pudiendo así socorrer con aquel dinero las obras de misericordia de su madre.

En 1372 Catalina y su hermano Birger fueron con su madre en peregrinación a Tierra Santa. Pero al llegar a Jerusalén, Santa Brígida enfermó. Retornando a Roma, entregó a Dios su espíritu.

Dos años después, atendiendo a un pedido de su madre, Catalina regresó a Suecia llevando sus restos mortales, para ser sepultados en el Monasterio de Wadstena, por ella fundado. En él entró Catalina, siendo muy pronto reconocida como priora.

Catalina crecía cada vez más en la virtud, principalmente en la humildad y el desapego del mundo; e instruía a las monjas del monasterio sobre a regla dejada por Santa Brígida.

Nuevamente en Roma - Milagros estupendos

Sin embargo, los innumerables milagros obtenidos por intercesión de Brígida llevaron a los prelados y a los príncipes de Suecia a pedir al Papa su canonización. Y, como embajadora, nadie mejor que la propia hija de la santa. En esta obra Catalina puso su mayor empeño.

Así, se embarcó hacia Roma y comenzó una serie de actividades al lado de cardenales y miembros de la Curia Romana. Pero lamentablemente, con la muerte de Gregorio XI y el cisma que ocurrió con la ascensión de Urbano VI, poco pudo hacer.

Por su intermedio Dios Nuestro Señor realizó varios milagros. Uno de ellos fue con una dama noble de mala vida, que no quería confesarse antes de morir. Catalina rezó por ella. Subió entonces del río Tíber una humareda negra y espesa, que penetró en la casa de aquella mujer, de tal modo que un morador no podía ver al otro. Iba acompañado de un ruido tan pavoroso que aterrorizada. La dama mandó llamar a Catalina, prometiéndole que haría todo lo que ella determinase. Se confesó entonces piadosamente.

En cierta ocasión, el Tíber salió de su lecho, inundando parte de la ciudad. Le pidieron a Catalina que rezase para que las aguas retrocediesen. Pero, por humildad, la santa no quiso atender la solicitud, siendo llevada a la fuerza hasta el borde de las aguas que, al contacto con sus pies, retornaron al lecho.

Estando en Nápoles, una viuda de la sociedad local le pidió a Catalina que rezase por su hija, que era continuamente molestada por el demonio durante la noche. La santa le aconsejó a la joven que hiciera una buena confesión porque a veces, por el hecho de callar algún pecado por vergüenza, Dios permitía que el demonio tuviera mayor poder sobre la persona. Le indicó también oraciones, actos de piedad y de misericordia, que atraerían las bendiciones de Dios, y prometió orar por ella. Poniendo esto en práctica, ocho días después la joven quedó enteramente libre de aquellos ataques del demonio.

Vuelta triunfal a Suecia y su muerte

Después de permanecer cinco años en la Ciudad Eterna, trabajando sin éxito para la canonización de su madre, Catalina regresó a su país. Tal era su prestigio que, por donde pasaba, los principales representantes de las ciudades iban a acogerla con pruebas de admiración. ¡Buenos tiempos en que se prestigiaba la virtud!

Aún en este viaje de regreso, la santa obró un milagro más a la vista de todos. Habiéndose caído del carruaje uno de sus acompañantes, fue aplastado por una de las ruedas, que le quebró varios huesos. Catalina rezó por él y, al simple toque de su mano, lo curó inmediatamente.

Monasterio de Wadstena, donde Santa Catalina fue abadesa

Al llegar a su monasterio en Suecia, vio a un obrero caer de un edificio y estrellarse contra el suelo. Las oraciones de Catalina y el contacto de su mano hicieron que el obrero se restableciera al instante.

Tras su regreso a Suecia, la salud de Catalina comenzó a declinar. Ella había contraído el hábito, desde niña, de confesarse todos los días y de recibir frecuentemente la Sagrada Comunión. Cuando fue obligada a guardar el lecho en virtud de su última enfermedad, no osaba recibir la comunión a causa de la debilidad de su estómago, que le provocaba continuos vómitos. Por eso pedía que llevasen el Santísimo Sacramento a su celda, para adorarlo y humillarse en su presencia.

Al fin, entregó su purísima alma al Creador el día 24 de marzo de 1381, apenas cumplidos los cincuenta años de edad. Habiendo ocurrido muchos milagros por su intercesión, fue canonizada en 1474.     


Fuentes de referencia.-

  • Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, d'après le Père Giry, París, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, 1882, t. III, pp. 600 y ss.
  • Edelvives, El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, vol. II, 1947, pp. 241 y ss.
  • J. P. Kirsch, The Catholic Encyclopedia, vol. III, Copyright © 1908 by Robert Appleton Company – Online Edition Copyright © 2003 by Kevin Knight.




  




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