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«Tesoros de la Fe» Nº 255

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Grandezas inconmensurables de San José

El mes de marzo está dedicado en la liturgia católica a san José, castísimo esposo de María, cuya fiesta se celebra el día 19. Los teólogos, en gran número, son unánimes en declararlo el mayor de todos los santos después de la Santísima Virgen. En la encíclica Quamquam Pluries, León XIII lo proclamó patrono y defensor de la Iglesia universal y de los cristianos.

Renato Murta de Vasconcelos

San José, padre adoptivo de Jesús, Miguel Cabrera, s. XVIII – Óleo sobre tela, Museo Nacional del Virreinato, Tepozotlán (México)

Hoy que vivimos en el auge del proceso de autodemolición de la Iglesia y de descristianización de Occidente, el auxilio y la protección de san José se vuelven cada vez más necesarios. En este sentido, su devoción es más actual que nunca. Entre sus innumerables cualidades morales, destaca de manera especial la virtud de la pureza, tan odiada por la Revolución gnóstica e igualitaria. San José, indeciblemente puro, fue elegido por Dios para ser el esposo y castísimo guardián de María y el padre adoptivo de Jesús. Privilegios estupendos, que le confieren un lugar único en el orden del universo y en la historia de la salvación.

Jacob engendró a José, el esposo de María

Cornelio a Lapide, el célebre exégeta jesuita del siglo XVII, al estudiar el Evangelio de san Mateo (Mt 1, 16-25), apoyándose en la enseñanza de los Padres de la Iglesia, de los santos y de los teólogos, comenta la incomparable vocación de san José.

Uno puede preguntarse por qué la ascendencia de Cristo se presenta en el Evangelio de san Mateo recurriendo a la genealogía de José, habida cuenta de que Jesucristo no era hijo de José, sino de la Virgen María. Se argumenta que Ella podría casarse con un hombre de otra tribu, como ocurrió con su prima Isabel, que era de la tribu de Judá y se casó con Zacarías, de la tribu de Leví.

De hecho, las mujeres judías podían casarse con miembros de otra tribu. Pero ellas mismas, a falta de herederos varones, se convertían en herederas de sus padres, en cuyo caso estaban obligadas a casarse con hombres de su propia tribu y familia, para que su herencia no pasara a otra tribu por matrimonio (cf. último capítulo de Números, versículo 7). San Joaquín, el padre de la Santísima Virgen, no tuvo hijos varones, hecho que san Mateo omite porque era algo perfectamente conocido en la época en que escribió. Por lo tanto, era deber de María casarse con un hombre de su propia tribu y familia, es decir, José. Así, la genealogía de san José se convirtió en la genealogía de la Santísima Virgen y, por consiguiente, de Cristo nuestro Señor. Además, los Padres de la Iglesia enseñan universalmente que José y María eran de la misma tribu y familia.

San José, padre legítimo de Jesucristo

San Mateo presenta la genealogía de nuestro Señor Jesucristo a partir de José, y no de María, en primer lugar porque entre los judíos y otros pueblos la genealogía acostumbra a trazarse a partir de padres y maridos, y no de madres y esposas. En segundo lugar porque Cristo, quien era el heredero del trono y del cetro de David, no lo fue por medio de María, sino por su padre legal san José, según la promesa de Dios a David (2 Sam 7, 12; Sal 88 y 131).

Los desposorios de la Virgen, Rosso Fiorentino, 1523 – Óleo sobre tabla, Basílica de San Lorenzo, Florencia

El cetro de Judá recayó, por lo tanto, sobre Jesucristo, no solo por la promesa y el don de Dios, sino por el derecho de sucesión hereditaria. Pues si por el derecho común los hijos suceden a los padres en la herencia, bastando para ello ser considerados sus hijos por la común reputación, ¡con mayor razón Cristo era heredero de José, su padre, puesto que era Hijo de su Esposa, por obra y poder del Espíritu Santo! Por consiguiente, José tenía el derecho paterno sobre Cristo. En realidad, tenía todos los derechos que los padres tienen sobre sus hijos. Por otra parte, Cristo poseía para con José todos los derechos que tienen los hijos para con sus padres. Tenía, por tanto, derecho al trono de Israel tras la muerte de José. De ahí la pregunta de los Reyes Magos: “¿Dónde está el Rey de los judíos, que ha nacido?” (Mt 2, 2).

Restaurador del cetro de Judá

Esto es lo que ha querido demostrar san Mateo, que, como dice san Agustín, insiste en la realeza de Cristo. Y esto explica por qué traza la genealogía de José, en lugar de la progenie de María. Ella no podía ser la heredera del trono mientras sobrevivieran los herederos varones, como José y otros. En consecuencia, es preciso afirmar que el padre de José y otros antepasados eran también primogénitos, o al menos los hijos mayores supervivientes de sus padres, por lo cual el derecho a reinar recaía sobre ellos.

Así lo explicita el primer capítulo de san Lucas con las palabras: “el Señor Dios le dará el trono de David, su padre” (1, 32). Así también lo dice el Génesis: “No se apartará de Judá el cetro, ni el príncipe a su descendencia, hasta que venga aquel a quien está reservado” (49, 10); es decir, Cristo debía restaurar el cetro a Judá, inicuamente arrebatado por Herodes; y en realidad debía elevar su reino a una grandeza mucho mayor, haciéndolo espiritual en vez de corporal, celestial en vez de terrenal, y eterno en vez de temporal.

Incomparable dignidad de José y María

Es necesario notar la expresión latina Ioseph, virum Mariae, es decir, “José, el esposo de María”, tal como el texto árabe asimismo lo traduce. De esto se desprende que san José tenía todos los derechos de un verdadero esposo con relación a la Virgen, por lo que se le llama justa y verdaderamente padre de Cristo, según comenta san Agustín.

1. Cristo puede ser considerado fruto del matrimonio de José y María, porque nació en el matrimonio, aunque no del matrimonio. La filiación puede atribuirse, por tanto, al padre y a la madre.

2. Puesto que un hombre y su mujer se convierten en uno por el matrimonio —es decir, como si fueran una sola persona a los ojos de la ley—, tienen todo en común, por lo cual todos sus hijos son legítimos. Así pues, Cristo era el Hijo de la Virgen Madre de Dios, y era también el Hijo de José, que era el esposo de María y, por tanto, el compañero de todos sus honores y bendiciones. José fue más verdaderamente el padre de Cristo que alguien, cuando adopta a un niño, es el padre de ese niño. Era el padre de Cristo, no por adopción, sino por matrimonio. Por lo tanto se deduce que José tenía la autoridad de un padre sobre Cristo, por consiguiente la mayor solicitud y afecto por Él. Cristo, a su vez, amó y honró a José como a un padre, y le fue obediente, como se desprende claramente de Lucas: “Y estaba sujeto a ellos” (2, 51). Como dice Gerson: “Esta sujeción así como muestra la inestimable humildad de Cristo, así ha de ser tenida por dignidad incomparable de José y de María”.

3. Cristo pertenecía propiamente a la familia de José, pues pertenecía a la familia de su madre, como su propia madre pertenecía a la de José. En esta nobilísima, divina y celestial familia, el padre y soberano era José; la madre, la Santísima Virgen; el hijo, Cristo. En esta familia estaban las tres personas más excelentes de todo el mundo: primero, Cristo, Dios y hombre; en segundo lugar, la Virgen Madre de Dios, íntimamente unida a Cristo; y en tercer lugar, José, padre de Cristo por matrimonio.

Taller de José carpintero con María y el Niño Jesús, Modesto Faustini, 1890 – Fresco, Santuario de la Santa Casa, Loreto

Altísima nobleza y santidad del esposo de María

Muchos de los sabios de este mundo, e incluso la mayoría de los hombres, piensan en José tan solo como un carpintero pobre y despreciado. Sin embargo, conviene tener presente que era “Hijo de David”, como hemos visto, lo cual no es poco decir. Cuanto más despreciado y desconocido fue en la tierra, mayor es su gloria en el Cielo. El Papa Gregorio XV decretó que su fiesta fuera celebrada por toda la Iglesia el 19 de marzo. Es un honor bien merecido, pues grandes eran sus prerrogativas, su cargo y su dignidad por encima de todos los demás hombres.

1. José fue el esposo de la Santísima Virgen y el padre de Cristo. Era, por tanto, cabeza y superior tanto de la Virgen como de Cristo en cuanto hombre.

2. En conclusión, existió un amor y una reverencia singulares por parte de la Santísima Virgen y de Cristo hacia José. De ahí que Juan Gerson, canciller de la Universidad de París, exclamara: “¡Oh, totalmente admirable, José, es tu sublimidad! ¡Oh, dignidad incomparable! ¡Que la Madre de Dios, Reina del Cielo y Señora del mundo, no desdeñe llamarte su dueño!” (Sermón sobre la Natividad de la Virgen). San Gregorio Nacianceno para ensalzar la excelencia del marido de su hermana Gorgonia, no encuentra nada mejor para ello que mencionar que era su marido: “¿Queréis que describa a mi elogiado con una sola palabra? Era esposo de Gorgonia, y no sé qué más añadir” (Orat. 11). Lo mismo puede decirse de san José: “¿Queréis saber quién y cuán grande era? Era el esposo de la Madre de Dios”.

3. El ministerio y el oficio de san José fueron muy nobles, en orden a la unión hipostática del Verbo con nuestra carne, pues ejerció todas sus labores y acciones en inmediata proximidad a la Persona de Cristo. Alimentó, educó y protegió a Cristo, y le enseñó su arte de carpintero, según la opinión común de los Doctores. Francisco Suárez dice a este respecto: “Hay ciertos ministerios que pertenecen, precisamente, al orden de la gracia santificante, y en este orden veo que los apóstoles llegaron a la cumbre más alta de la dignidad, y que en ella necesitaron dones de gracia (sobre todo de sabiduría y de gracia – gratis datae) superiores a los dones de los demás. Pero hay otros ministerios que rayan con los límites del orden de la unión hipostática, (orden que de suyo es más perfecto, como en su lugar lo hemos dicho, tratando de la dignidad de la Madre de Dios) y en este orden está constituido el ministerio de san José” (III pars, q. 29, disp. 8, sectio 1).

4. José, por su familiar y constante compañía con Cristo y la Santísima Virgen, se hizo partícipe de sus divinos secretos, y diariamente veía e imitaba sus sublimes virtudes.

5. José era un varón de altísima santidad, dotado por Dios de singulares dones, tanto de naturaleza como de gracia; de modo que en su tiempo no hubo hombre más santo ni más digno de desposar a la Madre de Dios. De donde Suárez presenta como probable que José fuese superior a los apóstoles y a Juan el Bautista en gracia y gloria, porque su oficio era más excelente que el de ellos: ser padre y gobernador de Cristo es más que ser predicador y precursor. Y añade que ya era un hombre maduro cuando se desposó con la Santísima Virgen. Habiendo muerto antes de la crucifixión, en la Pasión de Cristo no se hace mención de él. Resucitó con Cristo, junto con otros patriarcas, de los que se hace mención en Mateo: “Las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron” (27, 52).

*     *     *

Estas peculiares excelencias del excelso esposo de María están bellamente expresadas en los calificativos que se le atribuyen en las hermosas letanías aprobadas por la Iglesia: “San José, ilustre descendiente de David, luz de los patriarcas, esposo de la Madre de Dios, custodio purísimo de la Virgen, nutricio del Hijo de Dios, diligente defensor de Cristo, cabeza de la Sagrada Familia, justísimo, castísimo, prudentísimo, poderosísimo, obedientísimo, fidelísimo, espejo de paciencia, amante de la pobreza, modelo de los trabajadores, esplendor de la vida doméstica, custodio de las vírgenes, columna de las familias, consuelo de los desdichados, esperanza de los enfermos, patrono de los moribundos, terror de los demonios, protector de la Santa Iglesia”.



  




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Tesoros de la Fe


Nº 257 / Mayo de 2023

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+1431 Ruán (Francia). Suscitada por Dios para librar a Francia del yugo inglés, esta virgen guerrera fue después traicionada y quemada como hechicera, bajo las órdenes del Obispo Cauchon. Rehabilitada por Calixto III en 1456, tuvo la heroicidad de virtudes reconocida el 13 de diciembre de 1908, siendo beatificada por San Pío X en 1909 y canonizada por Benedicto XV em 1920. Heroína nacional de Francia, inspiró numerosas obras artísticas y literarias.

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