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«Tesoros de la Fe» Nº 239

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¿Por qué Jesús llamó “mujer” a su madre en las bodas de Caná?

PREGUNTA

Un evangélico intentó convencerme de que en la respuesta dada por Jesús a su Madre en las bodas de Caná: “Mujer, ¿qué tengo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora”, quiso reprender a la Virgen y, al mismo tiempo, minimizar su papel en la obra de la salvación, mostrando que Él es el único Señor. No me convenció, porque Jesús acabó realizando el milagro que María le había pedido, pero me quedó una duda: ¿por qué llamó “mujer” a su propia Madre y le dio esa respuesta?

RESPUESTA

Padre David Francisquini

La observación del lector es muy acertada, pues interpretar esta frase de Nuestro Señor como una “reprensión” a su Madre habría sido cierto si el relato hubiera terminado ahí. Pero continuó. María Santísima ordenó a los sirvientes: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5), y Jesús mandó que llenaran las tinajas de agua y la convirtió en vino. Si la petición hubiera sido inapropiada y la Virgen mereciera una represión, Jesús no habría realizado el milagro. Si lo que se le solicitaba estaba mal, ¿por qué lo habría hecho? Y si no lo fuera, ¿por qué entonces le habría hecho una censura?

Sin embargo, esto no impide que el lector se sorprenda por la aparente dureza de las palabras de Nuestro Señor, y por el hecho de que llame a la Virgen “mujer”. Como ocurre con la Revelación divina, aquellas cosas que a primera vista son difíciles de ser entendidas encierran verdades muy hermosas, que los santos y los mejores intérpretes de la Sagrada Escritura han sabido desentrañar, como es el caso de este pasaje del Evangelio.

María aplastará la cabeza de la serpiente

El primer punto a considerar es que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento el apelativo “mujer” no es un desprecio. Nuestro Señor lo empleó en otras ocasiones, por ejemplo, en un contexto de gran respeto y ternura. Al dirigirse a María Magdalena, poco después de la Resurrección: “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?” (Jn 20, 15). Igualmente al responder a la samaritana: “Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Jn 4, 21). A la cananea que pedía la liberación de su hija atormentada por el demonio: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas” (Mt 15, 28). Y nuevamente a su propia madre, desde lo alto de la Cruz, al confiarla a san Juan, el discípulo amado: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26).

Las bodas de Caná, Giotto di Bondone, c. 1302 – Fresco, Capilla Scrovegni, Padua (Italia) “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26), dijo Jesús a su madre, de lo alto de la Cruz, al confiarla a san Juan, el discípulo amado.

Además, en el caso del portentoso milagro que da inicio a la vida pública de Nuestro Señor, podemos suponer que Él quiso dejar en claro que María es la Nueva Eva, y que en este episodio comenzaría a cumplirse el anuncio hecho a la serpiente: “Pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia, ella te aplastará la cabeza” (Gn 3, 15).

A su vez, la frase “¿qué tengo yo que ver contigo?” —que algunas versiones de la Biblia traducen con embarazo como “ese no es asunto nuestro”— es una locución hebrea que presenta muchos matices, aunque distingue una divergencia de opiniones, o la no aceptación de una solidaridad, o incluso el rechazo de una propuesta (cf. Jos 22, 24; Jdt 11, 12; 2 Re 16, 10; Mt 8, 29).

En el episodio de las bodas de Caná, la locución está asociada a la frase “todavía no ha llegado mi hora”, que no se refiere al inicio de su vida pública, sino a la consumación de su Pasión en lo alto del Calvario, como en muchos otros pasajes del Evangelio.

Crucifixión de Jesús, Lucas Cranach el Viejo, c. 1515 – Museo de Unterlinden, Colmar (Francia).

La secuencia de los acontecimientos mostró, por el contrario, que el ministerio de Jesús ya había comenzado. Al objetar, nuestro divino Redentor quiso asegurarse de que su Madre Santísima era consciente de que, al realizar públicamente un espléndido milagro, ya no podría permanecer en la penumbra de su vida privada, sino que emprendería un camino que le llevaría hasta lo alto de la Cruz.

El comportamiento de la Santísima Virgen, indicando simplemente a los sirvientes que hicieran lo que Jesús les ordenara, demuestra que María aceptaba fielmente el hecho de que el Verbo de Dios no se hizo carne apenas para quedarse en su casa de Nazaret, sino para realizar la obra de la Redención por medio de su Pasión y Muerte, a la que desde ya consentía con tal energía que ella misma tomó la iniciativa del gesto que la inició.

Jesús no dudó en obrar el milagro solicitado

Desde una perspectiva diferente, san Bernardo extrae del episodio de las bodas de Caná una lección para quienes han renunciado al mundo y se han consagrado a Dios en la vida religiosa. Respondiendo a la pregunta de Nuestro Señor, el Doctor Melifluo exclama:

“¿Qué tenéis Vos con ella Señor? ¿Acaso no lo mismo que un hijo con su madre? ¿Qué os toca de ella, preguntáis, siendo el fruto bendito de su vientre inmaculado? ¿Qué, no es esta la misma que quedando salva su virginidad os concibió y os parió sin corrupción? ¿No es la misma en cuyo vientre habitasteis nueve meses, de cuyos pechos virginales mamasteis y con quien siendo de doce años bajasteis desde Jerusalén y estabais sometido a ella? ¿Pues ahora Señor por qué le sois molesto diciéndole: ¿Qué tenéis conmigo? Mucho por otros modos tiene.

“Pero ya veo manifiestamente que no como indignado, o queriendo confundir la tierna vergüenza de la Virgen Madre, le dijisteis: ¿Qué tenéis conmigo? Pues viniendo a Vos los sirvientes según el precepto de la madre sin dudar nada hacéis lo que ella os ha insinuado.

Aparición de la Virgen a San Bernardo, Matteo di Pacino, c. 1365 — Galería de la Academia, Florencia (Italia)

“¿Por qué, pues, hermanos míos, por qué respondería antes así? Por nosotros ciertamente, para que después de convertidos a Dios, no nos ocupe ya el cuidado de nuestros padres carnales y el trato y correspondencias con ellos no impidan nuestros ejercicios espirituales. Porque mientras somos del mundo es constante que somos deudores de nuestros padres materiales del cuidado y asistencia: pero después que a nosotros mismos nos hemos dejado, con más fuerte razón estaremos libres de toda solicitud por ellos” (San Bernardo, segundo sermón para el primer domingo después de la octava de la Epifanía).

Intercesora universal de todas las gracias

Para los simples fieles, que deben buscar la salvación en los quehaceres del mundo, la principal lección es la omnipotente súplica de la Santísima Virgen. En efecto, la aparente negativa de Nuestro Salvador a la petición inicial de María tenía por objeto subrayar el papel central de la Virgen como intercesora en su obra de salvación. Jesús rechazó tres veces la petición de la cananea, para instarla a persistir y dejar en claro que liberó a su hija del demonio gracias a la perseverante intercesión de la madre. Del mismo modo, en Caná, utilizó primero una fórmula de rechazo para “dejarse vencer” por su Madre, indicando así su papel de intercesora universal para todas las gracias.

Pidamos a la Santísima Virgen que transforme el agua insípida de nuestra vida espiritual en el mejor vino de la santidad. Y no dejemos de recurrir a tan poderosa intercesora en todas nuestras necesidades, especialmente por la preservación de la fe católica contra la propaganda de los herejes y por la fidelidad a los mandamientos en una sociedad tan corrupta como la nuestra.



  




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+ . Anteriormente Fiesta de Nuestra Señora Reina. En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor...(Lucas 1:39-46) La celebración de la fiesta es iniciativa de San Buenaventura, franciscano, en 1263. El Papa Urbano VI (reinó de 1378-1389), la extendió a toda la Iglesia, pidiendo el fin del cisma que sufría la Iglesia.

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