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«Tesoros de la Fe» Nº 202

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Virgen Madre Aparecida: Reina y Patrona del Brasil

“¡Nuestra Señora Aparecida! – La exclamación acude frecuentemente al espíritu de los brasileños. Sobre todo en las grandes ocasiones. Puede ser el grito de un alma afligida que se dirige a Dios por la intercesión de la Medianera que nada niega a los hombres, y a la cual Dios, a su vez, nada rehúsa. Puede igualmente ser la exclamación de un alma que no se contiene de alegría, y desborda su agradecimiento a los pies de la Madre, de quien nos vienen todos los beneficios” (Plinio Corrêa de Oliveira).

Gustavo Antonio Solimeo

Luis Sergio Solimeo

LA DEVOCIÓN A NUESTRA SEÑORA APARECIDA echó raíces tan profundas en la psicología y en la religiosidad del pueblo brasileño que, en los momentos de crisis como el que vive actualmente, debe renovar su amor a la Patrona para fortalecer la fe auténtica y reencontrar su verdadera identidad nacional. Solo así podrá vencer las presentes dificultades y caminar rumbo a los altos destinos históricos que aguardan al grande y querido vecino.

El hallazgo milagroso

Milagroso hallazgo de la imagen en el río Paraiba

Fue en plena época colonial, cuando la nación brasileña estaba forjando su personalidad, evangelizando a los aborígenes, desbravando la selva, conquistando y poblando el suelo, que la Providencia quiso intervenir milagrosamente, mediante el hallazgo de la imagencita de Aparecida.

La historia de ese encuentro tiene la belleza simple y sublime de las narraciones evangélicas.1

Era el año de 1717. Corría el mes de octubre.

D. Pedro de Almeida y Portugal, conde de Assumar y gobernador de la Capitanía de São Paulo, se dirigía hacia las Minas Gerais, siguiendo el curso del río Paraíba.

Al llegar a la Villa de Guaratinguetá, por ser día de abstinencia de carne, la Cámara Municipal solicitó a los pescadores de la región que proporcionaran peces para el banquete que sería ofrecido al ilustre hidalgo portugués.

Entre los pescadores que se lanzaron con sus barcas en las aguas del caudaloso Paraíba se encontraban Domingo Garcia, Juan Alves y Felipe Pedroso.

En vano, sin embargo, echaban sus redes a un lado y a otro: ellas regresaban siempre vacías, pues no era la mejor temporada para la pesca.

Después de muchos lances, Juan Alves, al recoger su red, percibió que había atrapado alguna cosa. Sorprendidos, los tres pescadores vieron que se trataba del cuerpo de una pequeña imagen de barro, a la que le faltaba la cabeza.

Volviendo a lanzar la red a una mayor profundidad, el mismo pescador recogió la cabeza de la imagen, lo cual dejó a todos maravillados. De inmediato reconocieron que se trataba de una representación de Nuestra Señora de la Concepción.

La pesca, hasta entonces infructífera, se hizo tan abundante que la barca estuvo a punto de zozobrar.

Prodigios confirman la devoción

La devoción a Nuestra Señora Aparecida se propagó gracias a los prodigios y milagros que la cercaron, siendo el primero de ellos el propio encuentro de la imagen.

Uno de los pescadores, Felipe Pedroso, conservó la imagen durante unos quince años en su humilde casa, y después se la obsequió a su hijo Atanasio, que la colocó en un tosco altar.

Todos los sábados los vecinos se reunían allí para rezar el rosario y otras devociones ante la imagen milagrosamente encontrada, la imagen “aparecida”, como decían.

Y el nombre de “Aparecida” quedó designando a la imagen: Nuestra Señora da Concepción Aparecida.

En una de aquellas ocasiones en que los devotos allí rezaban el rosario, las velas se apagaron, sin que hubiera viento, pues la noche estaba serena. Silvana Rocha se levantó para prenderlas, pero todos, maravillados, vieron que ellas se encendieron nuevamente por sí mismas.

Este fue, según las antiguas crónicas, el primero de los grandes prodigios obrados por la Virgen Aparecida.

Pronto ocurrieron otros.

Varias veces se oyeron ruidos y estruendos donde se encontraba la imagen, y el tosco altar temblaba, sin que nadie tocara en él. Estos hechos se repitieron con insistencia.

Comprendieron entonces que la Virgen quería que la imagen sacada de las aguas del Paraíba fuera venerada públicamente.

Para atender a ese manifiesto deseo de la Virgen Aparecida, le irguieron una capillita, con el apoyo del padre José Alves Vilela, piadoso vicario de la parroquia de San Antonio de Graratinguetá, en cuyo territorio la imagen fuera encontrada.

“Famosa por los muchos milagros realizados”

La Basílica Vieja consagrada el 9 de setiembre de 1909

Las gracias y favores que la Señora de la Concepción Aparecida ha derramando sobre el Brasil son atestiguados por documentos dignos de todo crédito.

Uno de los primeros que escribió sobre estos favores fue el mismo padre Vilela, el cual hizo un relato básico del hallazgo de la imagen y de los primeros milagros de Aparecida. En un documento de 1743, el perseverante párroco ya se refiere a los “muchos milagros que ha hecho la dicha Señora a todos los moradores”.

La crónica de la misión predicada en 1748 por los jesuitas resalta igualmente la fama de los milagros: “Aquella imagen, moldeada en arcilla… es famosa pelos muchos milagros realizados. Muchos afluyen de lugares alejados, pidiendo ayuda para sus propias necesidades”.

El padre Juan de Morais y Aguiar, párroco en 1757, comenta que “se fue dilatando la fama hasta que, al hacerse patentes muchos prodigios, que la Señora hacía, fue creciendo la fe… Los prodigios de esta imagen fueron autenticados por testimonios y aún continúa la Señora con sus prodigios, acudiendo a su santa Casa romeros de lugares distantes a gratificar los beneficios recibidos de esta Señora”.

Aparecida y la Independencia del Brasil

El Brasil se volvió independiente bajo la maternal protección de Nuestra Señora Aparecida.

D. Pedro, entonces Príncipe Regente, viajando do Rio de Janeiro a São Paulo, quis rezar ante la imagen de Aparecida. Prometió consagrar al país, en caso de que se resolviera favorablemente la complicada situación política.

Esto ocurrió el día 22 de agosto de 1822. Quince días después, el 7 de setiembre, en la colina de Ipiranga, en São Paulo, nacía el Brasil independiente, con el grito histórico del príncipe que se convertía así en su primer emperador, D. Pedro I.

Visitas de la princesa Isabel

La princesa Isabel del Brasil (1846-1921)

El año 1868, la fiesta en Aparecida, que entonces se celebraba el día de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre), tuvo un brillo especial.

La princesa Isabel, heredera del trono brasileño, quiso participar en las festividades junto con su marido, el conde d’Eu. Venían a pedirle a la Santísima Virgen la gracia de un heredero.

Para manifestar su devoción, la princesa donó a la imagen un manto riquísimo, engastado con veintiún brillantes, representando a las veinte provincias del Imperio y una más por su capital.

Años después, en 1884, doña Isabel regresó a Aparecida para agradecer la gracia recibida. Feliz, llegó acompañada no apenas por su esposo, sino igualmente por sus tres hijos, los príncipes D. Pedro, D. Luis y D. Antonio.

La piadosa princesa quiso honrar a la milagrosa imagen de la Virgen Aparecida ofreciéndole en esta ocasión una riquísima corona de oro, engastada de brillantes. Esta corona sirvió, veinte años después, para la solemne coronación de la imagen, por orden del Papa san Pío X.

Coronación de la Reina del Brasil

En 1903, los obispos de la Provincia Eclesiástica Meridional del Brasil rogaron al Santo Padre que mandase coronar en su nombre a la imagen de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, por ocasión del cincuentenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, que tendría lugar el año siguiente.

El día 8 de setiembre de 1904 se reunieron en Aparecida ocho obispos y dos abades, encabezados por el Nuncio Apostólico, Mons. Julio Tonti, numerosos sacerdotes y religiosas, autoridades civiles y militares, además de una gran multitud de fieles, venidos de los más lejanos puntos del territorio brasileño.

Después de la Misa Solemne celebrada por el Nuncio, el obispo de Petrópolis, Mons. Juan B. Braga, profirió un vibrante sermón y leyó la fórmula de la Consagración del Brasil a Nuestra Señora Aparecida, que el pueblo arrodillado iba repitiendo.

Acto seguido, el obispo de São Paulo, Mons. José de Camargo Barros, ciñó la frente de la imagen con la corona ofrecida por la princesa Isabel.

Solemne coronación de Nuestra Señora Aparecida como reina del Brasil, el 8 de setiembre de 1904

Patrona del Brasil

En 1930, atendiendo al siempre creciente aumento de la devoción a Nuestra Señora Aparecida, y verificando las gracias y favores insignes que Ella derramaba sobre el país, el Papa Pío XI, a pedido de los obispos brasileños, la proclamó su Patrona.

Renovación de la Consagración y apoteosis de la Patrona

Al año siguiente, el cardenal Sebastián Leme, arzobispo de Rio de Janeiro, quiso renovar, en unión con todos los obispos brasileños, la Consagración del País a la Virgen de la Concepción Aparecida, por medio de una grandiosa ceremonia, con la presencia de la auténtica imagen de la Patrona.

El viaje de la Reina del Brasil por vía férrea fue un triunfo, con gran aglomeración de fieles en todas las estaciones del trayecto.

En la entonces Capital Federal, la Virgen Aparecida fue recibida y acompañada por una multitud calculada en un millón de personas.

El día 31 de mayo de 1931, el cardenal Leme leyó la fórmula de la Consagración, en presencia de todo el Episcopado, de las más altas autoridades civiles y militares, del Cuerpo Diplomático y de una inmensa multitud de fieles.

Esta fue una de las mayores demostraciones de de de la historia del Brasil y selló definitivamente la unión del país con la Virgen Aparecida.

Las gracias y milagros continúan

Se puede afirmar que la prodigiosa restauración de la imagen de Nuestra Señora Aparecida, constituye un testimonio de la estrecha alianza de María con el Brasil

La historia de Aparecida tiene al milagro en su origen.

Pinturas en las paredes de la nave central de la Antigua Basílica representan muy expresivamente algunos de los primeros milagros que se hicieron famosos.

Esas gracias y prodigios, sin embargo, no cesaron con el correr del tiempo. María Santísima, desde su trono en Aparecida, continúa aún hoy a derramar sobre sus fieles devotos lluvias de gracias y bendiciones, y a operar verdaderos milagros.

Reproducimos aquí, por falta de espacio, apenas un caso, ocurrido hace pocos años:

Una humilde familia vino desde la ciudad de Cuiabá, capital del estado de Mato Grosso, para agradecer a la Virgen. Quien nos cuenta la gracia alcanzada es la madre del niño, la señora Edna Neri:

Nuestro pequeño hijo estaba jugando debajo de un camión. Sucedió que el chofer, sin darse cuenta, puso en movimiento el camión. Todo fue tan rápido que no pudimos impedir la salida del camión, pero imploramos a Nuestra Señora Aparecida.

Asustado, el chofer frenó el vehículo, juzgando haber pasado por encima del niño. El niño sufrió apenas algunas heridas leves y ya está perfectamente bien.

Era el día de su fiesta, 12 de octubre de 1983. En aquel día mi marido había hecho, muy temprano, una oración ante su imagen agradeciendo y pidiendo la protección de toda la familia. En aquel mismo día Nuestra Señora nos amparó, salvando a nuestro hijo de ser aplastado por las ruedas del camión. Estamos aquí con toda la familia para agradecer”.2

Una sacrílega profanación

El Brasil se sentía tranquilo bajo la protección maternal de la Virgen Aparecida. Tal vez demasiado tranquilo, pues la decadencia moral y religiosa de los últimos tiempos –– que había culminado con la introducción del divorcio en 1977–– hacía temer que la Virgen Santísima estuviera descontenta con el rumbo del País.

Fue entonces cuando ocurrió uno de los hechos más graves de su historia: el día 16 de mayo de 1978, durante la misa vespertina, en la Basílica Vieja, un protestante fanático arrebató de su nicho a la milagrosa imagen, tirándola al suelo. Ella se partió en más de ciento sesenta fragmentos.

La conmoción en el Brasil entero fue enorme, y las personas piadosas procuraron ofrecer actos de reparación por tamaña afrenta a la Patrona, Nuestra Señora de la Concepción Aparecida.

En desagravio a la Santísima Virgen, el pensador católico Plinio Corrêa de Oliveira promovió una gran romería a Aparecida, el domingo siguiente a la sacrílega profanación, 21 de mayo. Una columna de más de dos mil metros de extensión, caminó algunos kilómetros en peregrinación hasta el santuario mariano, conduciendo una réplica de la imagen de la Patrona.

En la Basílica Vieja, donde había ocurrido el atentado, fue celebrada una misa reparadora ofrecida por los peregrinos, durante la cual comulgaron todos ellos. Dirigiéndose después a la Basílica Nueva, allí rezaron y entonaron cánticos en alabanza de la Madre de Dios.

La perfecta restauración de la imagen fue un nuevo prodigio de la Virgen Aparecida, ahora a través de las manos de artistas y técnicos competentes.

Maternal advertencia

El sacrílego atentado redujo la imagen a 165 fragmentos

María Santísima permitió la quiebra de la milagrosa imagen de Aparecida para alertar a sus hijos, a fin de que abandonen el estado de indiferentismo religioso en que se encuentran sumergidos; abandonando el uso de modas inmorales, que tanto ofenden a Dios y entristecen a la Virgen Inmaculada; renunciando asistir a novelas y películas inmorales; combatiendo las costumbres que corrompen la sociedad; en fin, restaurando en toda su fuerza la verdadera familia cristiana.

Por tanto, se impone un fervor renovado, confiados en la tierna y embelesada devoción a Aquella que es abogada clemente y llena de dulzura, la Virgen de la Concepción Aparecida, Madre de Dios y Madre nuestra.

¡Virgen Aparecida, salvad al Brasil!

 

 

Notas.-

1. Gustavo Antonio Solimeo y Luis Sergio Solimeo, Reina del Brasil - La maravillosa historia y los milagros de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, Diario das Leis, São Paulo, 1992.

2. P. Julio Brustoloni, La Señora de la Concepción Aparecida, Ed. Santuario, Aparecida, 1984, p. 280.



  




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