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«Tesoros de la Fe» Nº 194

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¿Cuál es la posición de la Iglesia sobre las artes marciales?

PREGUNTA

Pienso inscribirme en un curso de autodefensa, porque lo considero de suma importancia en los convulsionados días de hoy. Ello me posibilitará también participar en campeonatos y conseguir algún dinero extra para ayudar en casa. Pregunto si existe alguna postura de la Iglesia con relación a las artes marciales.

RESPUESTA

Monseñor José Luis Villac

La pregunta puede interesar no solamente a jóvenes lectores deseosos de practicar algún deporte de autodefensa, sino también a padres de familia que, con la intención de dar buena formación y sana distracción a sus hijos, piensan en la posibilidad de matricularlos en alguna academia de artes marciales, como karate, judo, etc.

Dentro de la finalidad de esta columna, tres aspectos del problema pueden ser estudiados: la práctica de un deporte en general; el aprendizaje de técnicas de autodefensa; y, la cuestión de las artes marciales de origen oriental.

En cuanto al primer aspecto, o sea, la conveniencia de la práctica del deporte y de las condiciones para ser practicado de una manera moralmente provechosa, en particular si se trata de jovencitas, esta columna ya lo abordó en la edición de mayo de 2016.

Legítima defensa, según el Catecismo

En lo que se refiere al aprendizaje de técnicas de autodefensa —que, como dice nuestro consultante, se volvieron cada vez más necesarias en vista del aumento de toda suerte de violencia en la sociedad actual—, se trata en el fondo de una de las formas que puede tomar la legítima defensa.

En su artículo sobre el 5º Mandamiento de la Ley de Dios, “No matarás” (Ex 20, 13), el Catecismo de la Iglesia Católica explica, en los números 2263-2265, que la legítima defensa no es homicidio, porque “la acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación de la propia vida; el otro, la muerte del agresor”, este segundo efecto “está más allá de la intención” de quien se defiende. De hecho, “el amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad” y, por lo tanto, es “legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida”, ya que “es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro”. El Catecismo va más lejos y afirma que la “legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro”.

Si el uso de armas es legítimo para defender la propia vida, a fortiori es lícito que una persona aprenda técnicas muy eficaces de defensa personal para proteger la integridad física, la honra o los bienes propios o del prójimo. Por lo tanto, según la doctrina católica, es perfectamente lícito el aprendizaje de técnicas de defensa personal.

En principio, según la doctrina católica, es perfectamente lícito el aprendizaje de técnicas de defensa personal

Vigilancia necesaria en la práctica de ciertas disciplinas

La cuestión de las artes marciales de origen oriental es más delicada de tratar, una vez que ellas pueden ser consideradas o como simple deporte —el judo, por ejemplo, pasó a ser una disciplina olímpica en los Juegos de Tokio de 1964— o como una vía espiritual.

En cuanto mera actividad deportiva o de autodefensa, y mientras permanezca en ese ámbito, la práctica de las artes marciales orientales no presenta mayor dificultad, porque ellas se asemejan a otras formas occidentales de deportes de combate, que es lícito practicar con tal que no haya un riesgo desproporcionado para la vida o la integridad física de los deportistas.

En las religiones orientales y en las corrientes de la Nueva Era el “espíritu” se confunde con la energía divina que anima todo el universo; Dojo de meditación zen, en Kyoto, Japón

Pero dichas artes marciales presentan ciertos problemas delicados, si son abordadas como técnicas de desarrollo espiritual. Para comprender bien el problema es necesario proporcionar algunas informaciones, aunque sumarias y parciales, del origen y desarrollo de las artes marciales en Oriente. Para simplificar, vamos a tomar como ejemplo las artes marciales japonesas.

Los lectores deben haber notado que todas las artes marciales japonesas tienen como sufijo la sílaba “do”: ju-do, aiki-do, karate-do, kyu-do. El ideograma “do”, que se puede también leer “michi”, significa el camino, la vía, la ruta. Se trata de la vía espiritual seguida por el practicante de un arte marcial (un budo) para el desarrollo integral de su persona, sobre todo en su dimensión espiritual. En el fondo, es un modo de vida presentado como ideal por un maestro-gurú, que la persona acepta seguir para convertirse en una persona de carácter, un justo dotado de principios y convicciones que respeta la naturaleza de su humanidad.

Un verdadero budo no adquiere apenas un conocimiento técnico que lo hace eficaz en una forma de combate. Él se distingue sobre todo por su comportamiento, cuyas raíces están en el código de honra de los samuráis (bushido) y en las reglas de vida prescritas por los antiguos maestros espirituales, consideradas como base para la recta comprensión de aquel arte marcial.

Como dice Peter Lewis, un divulgador de esa “vía” en Occidente, “la esencia de las artes marciales está en el hecho de que los combatientes no busquen únicamente vencer la resistencia del adversario, sino también conocer el propio ‘yo’ para poder vivir en armonía con el universo. En otras palabras, el combate pasó de un simple instinto animal, natural, a una ciencia exacta influenciada por las doctrinas religiosas orientales, enseñadas hace miles de años por aquellos grandes sabios y filósofos que descubrieron cómo, canalizando las propias energías a través de las artes marciales, la mente, el cuerpo y el espíritu se unen en un solo ‘yo’, haciendo así posible la perfecta armonía del ser con la naturaleza y el universo”.

De hecho, en las religiones orientales y en las corrientes de la Nueva Era el “espíritu” se confunde con la energía divina que anima todo el universo. De ese concepto panteísta deriva la noción de “ki”, muy popular entre los adeptos de las artes marciales, la cual se refiere a la porción de energía cósmica inherente a cada ser existente (en el caso del hombre, residente en el abdomen) y que se trataría de condensar y liberar en el golpe asestado al adversario (de ahí la costumbre de proferir el grito de combate ¡ki-ai!, o sea, “exhalación”, en la fase decisiva de la aplicación de una técnica).

Esa filosofía panteísta impregna toda la puesta en escena y práctica de las artes marciales orientales, desde el mokuso —o meditación, al comienzo y al final del entrenamiento, sentado en el dojo (literalmente, “lugar donde se practica la vía”, que era originalmente la plataforma de meditación budista, pero se convirtió en el espacio para el entrenamiento marcial)—, pasando por los saludos al instructor (sensei), hasta el aprendizaje de los kata, movimientos simples y recurrentes, alternando contracciones y relajaciones, y destinados, al menos algunos de ellos, a unificar el cuerpo, el espíritu y el alma.

Vigilancia en cuanto a la infiltración de religiones paganas

En vista de lo expuesto, el lector comprenderá la dificultad de dar una respuesta simple a una cuestión tan compleja, la cual se revierte en lo siguiente: en las artes marciales orientales —practicadas no como simple deporte, sino como auténtica vía de desarrollo personal— ¿es posible separar las técnicas de combate y los ejercicios de entrenamiento de los presupuestos filosóficos errados que les dieron origen y de los rituales que los encapsulan? En otras palabras, ¿es posible “cristianizar” las artes marciales en cuanto posible vía espiritual y transformarlas en algo análogo a los torneos de los caballeros medievales en que se adiestraban para el combate? ¿O están intrínseca e inseparablemente unidas a sus orígenes paganos?

Para nosotros, occidentales, conscientes de nuestra propia personalidad individual y formados por la cultura católica en la idea de un Dios personal y trascendente, eso parece viable. Pero ¿será posible para los cristianos orientales inmersos en una cultura impregnada por la idea de la inmanencia de la energía divina en el universo y de una futura desaparición de los individuos en el “todo universal”? Cabe plantearlo a los fieles católicos y a los pastores verdaderamente celosos residentes en aquellas regiones paganas.

La filosofía panteísta impregna toda la puesta en escena y práctica de las artes marciales orientales, comenzando por el mokuso —o meditación, al comienzo y al final del entrenamiento, sentado en el dojo (literalmente, “lugar donde se practica la vía”)—

Pero existe una obligación para todos los católicos de nuestros días, de Oriente y de Occidente: es el deber de abrir los ojos para la creciente infiltración de las religiones paganas y del New Age, incluso en nuestras parroquias, bajo el pretexto de la práctica del yoga o de artes marciales. Teniendo muy presente que en la casa del Padre hay muchas moradas, pero que el único Camino para santificarnos y llegar hasta ella es Jesucristo, Nuestro Señor, una vez que nadie va al Padre sino por Él (Jn 14, 6).



  




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