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«Tesoros de la Fe» Nº 188

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¿Murió la Virgen o fue llevada directamente al cielo?

PREGUNTA

En una homilía el predicador afirmó que la Virgen murió y que después fue llevada a los cielos en cuerpo y alma. También afirmó que el profeta Elías murió y después fue arrebatado en un carro de fuego. Dijo que lo cierto es hablar de la Asunción de María, y no de Nuestra Señora, porque María solo se convirtió en Nuestra Señora después de ser asunta a los cielos. Salí bastante confundido de la iglesia. ¿Podría usted, por favor, aclararme este asunto? ¡Muchas gracias!

RESPUESTA

Monseñor José Luis Villac

En la interesante pregunta que se nos formula hay, en realidad, dos cuestiones diferentes. El primer tema levantado es si la Santísima Virgen murió o si fue llevada directamente al cielo sin pasar por la muerte. El segundo es si Ella se convirtió en Nuestra Señora (Domina) solamente después de la Asunción.

En cuanto al primer tema, no tenemos ningún dato histórico ni pronunciamiento definitivo del Magisterio de la Iglesia. San Epifanio (+403) realizó indagaciones sobre las circunstancias del fin de la vida de María, pero no encontró ningún dato seguro y no quiso decidir si Ella había muerto o no (Haer. LXXVIII, 11). No obstante, la enseñanza general de los Padres de la Iglesia y de su Liturgia es de que la Santísima Virgen murió. La fiesta de la Anapausis (Dormitio, o sea, Dormición) es antiquísima y probablemente sea la fiesta litúrgica más antigua de María.

Sin duda, se podría deducir de su exención del pecado original su exención de la muerte, pero es necesario recordar que el hombre es naturalmente mortal y que la inmortalidad corporal de nuestros primeros padres fue una gracia especial, es decir, un don preternatural (es decir, que estaba por encima de su naturaleza). Ahora bien, en el orden concreto de la salvación, Dios no quiso unir ese don de inmortalidad al estado de justicia, puesto que el propio Nuestro Señor Jesucristo, como enseña san Agustín (De pecc. Merit. Et remi. II, 29), si no hubiese muerto de muerte violenta, habría muerto de manera natural.

Por lo demás, convenía a la Santísima Virgen, Madre del Redentor que salvó al mundo por su muerte, parecerse a su Hijo también en la muerte, al contrario de estar por encima de Él en este particular.

Por esas razones, María habría muerto, aunque su muerte no haya sido consecuencia directa del pecado original o de un pecado personal. Los teólogos admiten que Ella no murió a consecuencia de una enfermedad o de otra manera que no opacara su dignidad de Madre de Dios, sino que su muerte fue libre, provocada por la violencia de su amor por su Hijo y por Dios. Por eso es que la liturgia llama a su muerte de “dormición”.

La Virgen del Tránsito, Iglesia de San Juan Bautista, Jaén (España) Foto: Manuel J. Quesada Titos

Nuestra Señora Madre de Dios

Pasemos al segundo tema, o sea, si María se convirtió en Nuestra Señora solamente después de su Asunción y de su Coronación como Reina del cielo y de la tierra, o si ya poseía aquel título antes de su muerte.

Colocamos como premisa que, si en el caso de Nuestro Señor Jesucristo todos los privilegios y perfecciones de su humanidad tienen su razón de ser y su fuente última en la unión hipostática con la divinidad (o sea, en el hecho de que Él es el Verbo de Dios encarnado), todos los privilegios y ventajas de Nuestra Señora tienen como fundamento la unión especialísima que Ella tiene con Nuestro Señor por ser su verdadera Madre. Todos los demás dones y privilegios suyos (su exención del pecado original, su virginidad, su realeza, etc.) son consecuencia de la maternidad divina.

La Asunción de la Virgen, Alonso López de Herrera, s. XVII – Museo Nacional de Arte, Ciudad de México

El Concilio de Éfeso (431) definió que María es Madre de Dios en el sentido verdadero y propio del término, contra Nestorio que pretendía que Ella había dado a luz a un hombre, siendo por eso “Madre de Cristo”, pero no “Madre de Dios”. Al contrario, el Concilio definió que María es la Theotokos, o sea, “Aquella que dio a luz a Dios”. Esta enseñanza de fe fue después confirmada y reforzada en los Concilios de Calcedonia (451) y de Constantinopla (680-681). En esas definiciones se expresa un doble hecho: a) que María verdaderamente concibió y dio a luz, y que por lo tanto Ella es verdaderamente Madre, como todas las otras madres; b) que Ella concibió y dio a luz a Dios, en el sentido propio del término, puesto que su Hijo es el Verbo de Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Jesucristo tiene, por lo tanto, “dos nacimientos” y dos filiaciones. Según la divinidad, el Verbo es engendrado eternamente por el Padre y recibe de Él la filiación divina. Ese mismo Hijo nació de María según su humanidad y recibió de Ella su filiación humana. No obstante, no son dos Hijos, porque no fue un Hijo humano distinto del divino. Apenas el mismo Hijo divino, por la Encarnación, pasó a ser Hijo de María, según su humanidad.

Por esa maternidad, la Virgen María adquirió tal dignidad interna y obtuvo tal intimidad con el Verbo Eterno, como de modo general con toda la Santísima Trinidad, que es necesario hacer derivar de esa maternidad todos sus privilegios. No solamente aquellos negativos, como la exención del pecado y de la concupiscencia, sino también sus privilegios de gracia, o sea, positivos. Todo lo que María es, Ella lo es por su Hijo; todo lo que Ella recibió, lo recibió por causa de su Hijo.

Uno de esos privilegios positivos es su Realeza, por la cual la llamamos, muy apropiadamente, Nuestra Señora.

Realeza de Nuestra Señora

Tratando de la Realeza de María, el sacerdote marianista Emilio Neubert —conceptuado mariólogo francés—, en su tratado María en el Dogma (Ediciones Paulinas, Vizcaya, 1955), afirma: “Cristo es rey como Dios y como hombre. Como Dios, porque Dios es el dueño soberano de todas las cosas. Como hombre, en virtud de la unión hipostática, que hace de su humanidad y de su divinidad una sola Persona. [...] La realeza de María se apoya, como la de su Hijo, sobre su papel en los misterios de la Encarnación y de la Redención, y también en su función de Madre de todos los hombres. [...] María es Madre de Dios-Hombre. La madre del rey es reina, ella participa, en cierta medida, de su soberanía. Este principio, verdadero en el caso de las madres de reyes ordinarios, lo es más todavía cuando se trata de María. Lo primero porque en su infinito amor por su Madre, Jesús la hace participar de todas sus prerrogativas en la medida en que estas son comunicables a una pura criatura […]. ¿Cómo no la haría participar también de su realeza? En segundo lugar, porque María lo trajo al mundo directamente para ser rey, según el mensaje del ángel: «reinará eternamente». Sin el consentimiento de María, ¿habría poseído Él la realeza? No se hizo rey después de su nacimiento de María, sino en el mismo momento en que se hacía hijo de María”.

Ahora bien, para llegar al punto específico de la pregunta, o sea, a partir de qué momento María pasó a ser Nuestra Señora, si antes o si después de su Asunción, por lo dicho arriba queda claro que, esencialmente, Ella se hizo Reina en el mismo momento en que su Hijo se hizo Rey. A partir, por lo tanto, del momento de la Encarnación, cuando Ella dijo: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).

Reino de María, Reino de Cristo

P. Emile Neubert SM (1878-1967)

Es verdad que esa Realeza originaria fue corroborada después de su Asunción, cuando la Santísima Trinidad la coronó como Reina del cielo y de la tierra.

Es necesario resaltar, junto con el P. Neubert, que “el reinado de María, siendo un reinado de madre, es sobre todo, un reinado de bondad y de misericordia. La Reina celestial ejerce sus funciones derramando el gozo y los beneficios sobre sus fieles súbditos. [...] Reinar es, propiamente, ejercer un dominio sobre los súbditos. Cristo Rey reina sobre las inteligencias, los corazones, las voluntades y hasta sobre los cuerpos de los fieles. María ejerce sobre sus súbditos una influencia análoga. Ella reina sobre las inteligencias haciendo comprender mejor la doctrina de Jesucristo, sobre todo su doctrina relativa a la piedad hacia el Padre y a su amor para los hombres. Ella reina sobre los corazones atrayéndolos por los encantos de su amor maternal, para volverlos enseguida hacia Jesús. Ella reina sobre las voluntades inclinándolas suavemente a observar todos los mandamientos, aún los más austeros, de su divino Hijo. Ella reina sobre los cuerpos, enseñando a los hombres a someter sus miembros a la ley de Dios por la práctica de la templanza y de la castidad. Cuanto más reina María en un alma, mejor domina en ella la realeza de Jesús”.

Pero existe también un aspecto que se mantiene hoy en silencio y que se debe resaltar, junto con el mismo mariólogo: “Reinar es, además, luchar por extender su dominio sobre todos los que, por derecho, deben estar sometidos a la autoridad del soberano, aunque, de hecho, se hayan sustraído a él o no hayan sido todavía reducidos. Ahora bien, la realeza de Cristo está lejos de estar proclamada en todos los lugares; desconocida, hasta combatida entre las naciones cristianas, es todavía ignorada por dos tercios de la humanidad. Todas esas multitudes, Cristo Rey debe someterlas todavía. En este trabajo de conquista, María tiene su papel. Su realeza sobre la tierra es, sin duda, una realeza de amor, pero también una realeza militante y de conquista. Como en un tiempo los pastores y los magos, así los herejes y los idólatras encontrarán a Jesús junto a María, su Madre. Es necesario que María reine para que llegue el reino de Cristo, para que se realice plenamente la oración que el Maestro nos ha enseñado a repetir cada día: Adveniat regnum tuum. Apresurar el advenimiento del reinado de María, es apresurar el advenimiento del reinado de Cristo”.

Coronación de la Virgen, Gentile da Fabriano, s. XV – The J. Paul Getty Museum, Los Angeles, California



  




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+373, d.C. Edesa (Alta Mesopotamia). Simple diácono, fue gran devoto de Nuestra Señora y un campeón contra las herejías. Sus himnos y escritos apologéticos le valieron los calificativos de Cítara del Espíritu Santo y Cantor de la Virgen.



Inmaculado Corazón de María

+ . En el secreto de la aparición en Fátima, del 13 de julio de 1917, Nuestra Señora había dicho: — Vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados.

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