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«Tesoros de la Fe» Nº 180

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San Ambrosio

Ilustre Padre y Doctor de la Iglesia

Todos los autores de la época en que vivió así como los posteriores, fueron sus admiradores o panegiristas. Sus obras son consideradas como obligatorias, en cualquier estudio serio sobre historia de la Iglesia.

Plinio María Solimeo 

Mosaico representando a san Ambrosio, s. V – San Vittore in Ciel d’oro, Basílica de San Ambrosio, Milán

Oriundo de una antigua familia romana que había dado mártires a la Iglesia y altos oficiales al Estado, Ambrosio era el tercer hijo del virtuoso prefecto de las Galias, quien llevaba el mismo nombre del santo.

Aquella era una de las cuatro grandes prefecturas del Imperio y el más alto puesto al que un simple vasallo podía aspirar. Comprendía los actuales territorios de Francia, Inglaterra, España y Tingitana, en el África. Tréveris, Arles y Lyon, sus tres principales ciudades, disputan la honra de ser la cuna de san Ambrosio, que nació el año 340. Unos diez años antes fue precedido por su hermana, Marcelina, virgen consagrada que será también elevada a la honra de los altares, y por Sátiro, su hermano, quien también es venerado como santo.

Alrededor del año 354, en que falleció su padre, la familia regresó a Roma. Al discernir en el menor de sus tres hijos una inteligencia aguda y una extraordinaria aptitud para el estudio, la madre buscó a los mejores profesores de la Ciudad Eterna para su educación. Ambrosio cursó también con brillo la escuela superior, complementando el estudio con los ejercicios de piedad. Así, se conservó siempre casto en medio de la corrupción reinante.

Graduado en derecho, pronto se distinguió en la Corte de Justicia por su elocuencia y habilidad. El prefecto pretoriano de Italia, Anicius Probus, lo llamó para integrar su consejo. Encantado con sus cualidades morales e intelectuales, le consiguió, del emperador Valentiniano, el cargo de gobernador consular de Liguria y Emilia —que comprendían entonces las provincias de la arquidiócesis de Milán, Turín, Génova, Ravena y Bolonia— con residencia en Milán. Al despedirse de Ambrosio, este pagano hizo de profeta al decirle: “Ve y gobierna, no como juez, sino como obispo”.

Elevado providencialmente al episcopado

Cuando Ambrosio llegó a Milán el año 372, la ciudad se encontraba en una situación religiosa deplorable, debido a la influencia de la herejía arriana. Hacía casi 20 años que un hereje y usurpador, Auxencio, amparado por el emperador Constancio, se había adueñado de la cátedra de san Bernabé, obteniendo el exilio del verdadero obispo, san Dionisio, que murió en el destierro. A pesar de ser condenado por el Papa san Dámaso, el intruso permaneció en el puesto hasta su muerte, ocurrida el año 374. Con su fallecimiento, los verdaderos católicos querían escoger a un obispo fiel, y los arrianos a uno que continuase favoreciendo la herejía. Clero y pueblo se reunieron en la catedral para elegir al nuevo prelado, pero el conflicto entre los partidos era tal, que amenazaba convertirse en una verdadera batalla. Ambrosio, por su bondad, afabilidad, rectitud y gentileza, había conquistado los corazones de todos. Juzgó su deber, como gobernador, calmar los ánimos. Su presencia hizo cesar el tumulto. Les aconsejó calma y sumisión a la decisión de los obispos. Cuando terminó de hablar, se oyó a una voz infantil exclamar: “¡Ambrosio, obispo!”. Este grito cayó como un rayo sobre la asamblea, que comenzó a repetirlo acaloradamente.

Ambrosio no era clérigo. Además, según una costumbre poco recomendable de la época, no había sido bautizado, era aún catecúmeno. Y el Concilio de Nicea había prohibido que simples neófitos fueran promovidos al episcopado. Ambrosio, perplejo, alegó esa razón para huir de tremenda responsabilidad. Nada, no obstante, persuadió al pueblo, que era inspirado por Dios.

El caso fue llevado al Papa y al emperador, que ratificaron la elección. Después de mucha resistencia, Ambrosio curvó la cabeza, temiendo contrariar la voluntad divina. Fue bautizado y recibió las órdenes menores y mayores. Una semana después, fue consagrado obispo. Tenía entonces 35 años de edad y gobernaría la iglesia de Milán por otros 23 años, plenos de actividades y realizaciones.

Al tomar conocimiento de su consagración episcopal, sus hermanos acudieron a su lado: santa Marcelina, para ayudarlo en las cosas prácticas y en la parte religiosa; y san Sátiro, para auxiliarlo en el aspecto temporal del cargo. Este sacrificado hermano, que renunció a una prefectura para realizar esa misión, era muy unido a san Ambrosio. Por ocasión de su prematura muerte, pocos años después, san Ambrosio pronunció dos conmovedores elogios fúnebres, exaltando sus virtudes.

 Formándose para formar a otros

Graduado apenas en las artes liberales, san Ambrosio se entregó al estudio de las ciencias divinas para completar su formación sacerdotal. “Sus estudios tenían una naturaleza eminentemente práctica. Aprendió, además, que podía enseñar. En el exordio de su tratado ‘De officiis’, se queja de que, a causa de su inesperado paso del tribunal al púlpito se vio forzado a enseñar y aprender simultáneamente. Su piedad, su juicio prudente y su genuino instinto católico lo protegieron del error. Su fama como elocuente expositor de la doctrina católica pronto llegó a los confines de la tierra”.1

El hecho es que Ambrosio profundizó tanto en las ciencias sagradas, que mereció ser incluido entre los cuatro principales Padres de la Iglesia Latina, recibiendo también el título de Doctor de la Iglesia. Es considerado el principal testigo de las enseñanzas de la Iglesia en su tiempo y en las épocas precedentes. Con ello, sus escritos adquirieron fuerza y actualidad difíciles de encontrar, hasta en otros Padres de la Iglesia.2

Basílica de San Ambrosio en Milán

San Ambrosio y san Agustín

Ambrosio estaba siempre dispuesto a recibir a sus fieles, a cualquier hora del día o de la noche, fuesen ellos aristócratas o mendigos. Con eso, estaba siempre atareado, como escribe san Agustín en sus famosas Confesiones: “No veía medio de conversar con él, como lo hubiera deseado, porque un ejército de necesitados me impedía llegar a su presencia”, dice él refiriéndose a la época anterior a su conversión. Cuando lo encontraba sólo, tenía miedo de interrumpirlo: “Me sentaba, y después de haber pasado largo rato contemplándole en silencio —¿quién se hubiera atrevido a turbar una atención tan profunda?—, retirábame pensando que era cruel molestarle en el poco tiempo que se reservaba para reconcentrar su espíritu en medio del tumulto de los negocios”.3 Por increíble que parezca, aquel aparente poco caso de san Ambrosio fue más útil espiritualmente a san Agustín, que todo el tiempo que por ventura el santo le dedicase. Prueba de esa afirmación constituye la propia conversión del gran Doctor de Hipona.

Apostolado por medio de sus escritos

San Ambrosio escribió varios trabajos sobre la virginidad, que generalmente consistían en sermones. El más importante de ellos es el tratado Sobre las Vírgenes, dedicado a su hermana Marcelina. San Jerónimo dice que él fue el más elocuente y exhaustivo de todos los expositores de la virginidad, lo que también es opinión de la Iglesia.

Sus escritos dogmáticos tenían por fin combatir a herejes y paganos, y versan en general sobre la divinidad de Jesucristo, del Espíritu Santo, y tratan también de los sacramentos. Escribió sobre esos temas contra los arrianos; y su trabajo sobre la confesión es una refutación a los novacianos, herejes de la época, cuyos errores se asemejan a los de los protestantes. El ilustre arzobispo escribió también sobre el sacerdocio. “Si san Ambrosio se dedicaba con tanta solicitud a bien regular a los laicos, se aplicaba con más cuidado a la buena disciplina de sus eclesiásticos. Sabía que un buen sacerdote es un tesoro que no se puede estimar suficientemente, y que los grandes males de la Iglesia vienen de la corrupción de aquellos que la gobiernan, como los mayores bienes nacen de su sabia conducta y buenos ejemplos. Y que, para reformar al pueblo, es necesario comenzar por la reforma de los ministros del santo altar”.4

Lucha tenaz contra los herejes arrianos

San Ambrosio impide a Teodosio la entrada en
la catedral de Milán,
Milán , Anton van Dyck, 1619-20 (óleo sobre lienzo, National Gallery, Londres)

Los arrianos, que negaban la divinidad de Cristo, consiguieron el favor de la emperatriz madre, Justina, que se había unido a la herejía. Ella ejercía la regencia en lugar de su hijo menor, Valentiniano II. Mientras tanto el usurpador Máximo, gobernador de Gran Bretaña, preparaba su ejército para invadir Milán. Justina recurrió entonces a san Ambrosio para conseguir que el tirano cambiase de opinión. Eso realmente ocurrió. Sin embargo Justina, en vez de mostrar gratitud al santo, le exigió la entrega de una de sus basílicas para uso de los herejes arrianos. Comenzó entonces una larga batalla entre el altar y el trono. San Ambrosio afirmaba: “Mis bienes son de la patria, pero lo que es de Dios no tengo derecho a entregarlo”. Los arrianos armaron celadas, intentando hasta asesinar al obispo, pero este no cedió. El pueblo le era favorable. En la Semana Santa, los soldados de Justina cercaron la catedral repleta de pueblo. Durante los ocho días que permaneció en el templo con sus fieles, Ambrosio, para entretenerlos, compuso sus famosos himnos, según el uso en el Oriente, que la Iglesia asumió como suyos. Durante esos días fueron encontrados los cuerpos de los mártires san Gervasio y san Protasio. Los milagros que operaron a la vista de todos, más de un siglo después de su muerte, consolidaron la victoria del arzobispo contra los arrianos.

El valor del arrepentimiento y de la penitencia

El buen entendimiento de san Ambrosio con el emperador Teodosio, que se estableció temporalmente en Milán, se rompió. En Tesalónica, el gobernador de la ciudad fue asesinado por la población encolerizada, porque había encadenado a un comediante muy querido de la multitud. En un primer asomo de ira, Teodosio decretó que todos, sin excepción, fueran pasados por el filo de la espada, siendo un total de siete mil personas. Cuando el emperador se arrepintió de aquel acto, ya era tarde.

San Ambrosio lo amonestó, prohibiéndole de entrar en la catedral mientras no hiciera penitencia pública por el pecado cometido. En la oración fúnebre que hizo de él, san Ambrosio narra lo que pasó: “Despojándose de todos sus emblemas de realeza, lloró en la iglesia sus pecados públicamente. No se avergonzó el emperador de realizar una penitencia pública que muchos individuos evitarían. Ni hubo después día en su vida en que él no llorara su error”.5 En esa ocasión, Eugenio, que deseaba restaurar el paganismo, usurpó el trono imperial. El invicto Teodosio fue a su encuentro y lo derrotó. Dividió entonces el imperio entre sus hijos Arcadio y Honorio, y murió poco después, teniendo a su lado a san Ambrosio, que le administró los últimos sacramentos.

El gran arzobispo siguió al emperador dos años después, falleciendo la noche del Sábado Santo, 4 de abril de 397. Su fiesta se celebra el día 7 de diciembre, aniversario de su consagración episcopal.

 Notas.-

 1. James F. Loughlin, St. Ambrose, The Catholic Encyclopedia, online edition, www.newadvent.org.

2. Se llaman Padres de la Iglesia a ciertos escritores eclesiásticos antiguos, que se distinguieron por la pureza de doctrina y santidad de vida, siendo reconocidos por la Iglesia como testigos de la tradición divina.

3. Apud Fray Justo Pérez de Urbel OSB, Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. IV, p. 492.

4. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, París, 1882, t. XIV, p. 101.

5. James F. Loughlin, op. cit.



  




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