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«Tesoros de la Fe» Nº 26 > Tema “Las mil devociones a la Santísima Virgen en el Perú”

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La Virgen de la Candelaria

Patrona de Puno

 

 

«Todos cuantos se han ocupado del Santuario de Copacabana (...) reconocen que la imagen labrada por Tito Yupanqui y en él venerada, fue un medio de que se valió la Providencia para atraer a los indios a la Fe. Por ello escogió la Virgen como trono de sus misericordias, una región de las más pobladas del Perú y en la cual se había encastillado sólidamente la idolatría. Hasta la venida de la imagen a las riberas del lago Titicaca, se había predicado, es cierto, el Evangelio a las poblaciones ribereñas, se habían establecido doctrinas, pero a juicio de los cronistas de entonces, aún persistían en ellas las prácticas idolátricas y su ingreso en la iglesia de Cristo era, como decía el Virrey Toledo, aparente y casi forzado...  Desde el día 2 de febrero de 1583, en que asentó sus reales en el pueblo la Virgen de la Candelaria, comenzó la conversión definitiva del Collao y la fama de sus milagros hizo que su influencia se extendiera a las comarcas más distantes» (P. Vargas Ugarte  S.J.).¹

 

Las cruentas luchas por la posesión de la riquísima mina de Laicacota, a mediados del siglo XVII, movieron al célebre Conde de Lemos, Don Pedro Antonio Fernández de Castro, a dirigirse en persona al altiplano para pacificar aquella vasta región. En su empeño, el piadoso Virrey —muerto en olor de santidad— acudió al famoso santuario de Copacabana para agradecer a la Virgen por el éxito de su empresa, luego de fundar a orillas del soberbio Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, la ciudad de San Carlos Borromeo de Puno, el 4 de noviembre de 1668. Allí, en la parroquia de San Juan Bautista, se venera desde antaño a una linda, dulce y sonrosada imagen de la Santísima Virgen de la Candelaria.

Pero esta gran devoción del pueblo puneño por su reina y patrona sólo vendría a consolidarse años después, durante la rebelión de Tupac Amaru, en 1780. Puno fue asediada a la sazón por los insurgentes, quienes con los aprestos de guerra, el estrépito de los pututos y las hogueras nocturnas, lograron atemorizar a sus habitantes. En aquel trance volvieron ellos sus ojos a la Mamacha Candelaria y en concierto general sacaron a la imagen en procesión, “implorando con llantos y fervientes súplicas el amparo y socorro de su celestial Madre”. Mientras tanto los sublevados habían coronado las cimas de los cerros que rodean la ciudad, lanzando atronadores y amenazantes gritos. Intervino entonces de modo milagroso la poderosa María: “a los ojos de los indios sitiadores aparecieron las calles y plazas de esta ciudad custodiadas y defendidas por numerosos ejércitos de soldados. El terror y espanto de los sitiadores fue tal, que huyeron precipitadamente en la mayor confusión, sin haber causado el menor mal ni daño a la ciudad”.2

En agradecimiento por aquella merced y por todos los demás favores que en el curso del tiempo la Madre de Dios les ha prodigado, cada año sus pobladores se empeñan con la mayor devoción para engalanar su fiesta el 2 de febrero. Un tradicional novenario da inicio a la conmemoraciones; y una colorida procesión, en la que participan cientos de danzarines, recorre las calles de la ciudad en el día central, al que aún le sigue una octava que concluye siempre en Domingo.

La Virgen de la Candelaria de Puno fue coronada canónicamente el 7 de mayo del 2000, por el Emmo. Cardenal, Mons. Augusto Vargas Alzamora S.J.

Esta hermosa fiesta nos puede servir de parangón para denunciar un doble juego que viene atentando contra la más fina esencia de la religiosidad popular en muchos otros lugares de nuestro querido Perú.

Los fieles, atrapados en una falsa alternativa

La perniciosa influencia de la teología de la liberación, durante las décadas de los 70 y 80, llevó a un amplio sector del clero a abandonar seriamente la asistencia espiritual que le debe a sus fieles, llevados por una preocupación casi exclusiva y mal enfocada por los problemas sociales, abordando sólo su aspecto material. De ahí sobrevino un menosprecio, cuando no un combate abierto, a las prácticas exteriores de la piedad tradicional. Por ejemplo, la devoción a la Santísima Virgen, el culto a las imágenes, el rezo del Santo Rosario, el uso de hábitos terciarios o de hermandades, la realización de procesiones, etc.

Vista panorámica del Lago Titicaca al atardecer. Toda una vasta región “en la cual se había encastillado sólidamente la idolatría” adhirió fervorosamente a la Religión Católica, gracias a la devoción a la Virgen de la Candelaria.
 

Oí contar a un viejo amigo sacerdote que, en una reunión en Trujillo del clero diocesano, un colega criticó ásperamente los “derroches” en las procesiones: “Gastan en flores, gastan en velas, gastan en fuegos artificiales, gastan en homenajes... ” Mi amigo irónicamente lo interpeló: “Padre, ¿acaso es su plata?” Y con la risa general hubo que cambiar de asunto.

Judas, recordémoslo, también criticó a la Magdalena por derramar costosos perfumes sobre los pies del Salvador, “no porque él pasase algún cuidado por los pobres, sino porque era ladrón” (Jn. 12, 6).

No obstante, mientras en ciertos ambientes eclesiásticos estas manifestaciones religiosas pasaron a ser mal vistas, ridiculizadas, criticadas..., comenzó a producirse un extraño fenómeno opuesto: sectores comerciales, publicitarios y turísticos las exaltan y promueven, exclusivamente por la riqueza cultural de la que son portadoras. Es decir –tal como sucede hoy con el desvirtuamiento comercial de la Navidad– se da realce e importancia a la expresión meramente externa, y no al sentimiento interior que les ha dado su origen.

Así, se destacan los bailes, la música, la vestimenta; en desmedro del culto, de la devoción, de la acción de gracias.

Se pretende que un emotivo homenaje a la Patrona se transforme en una ocasión para exhibirse ante las cámaras, el lente fotográfico o las miradas de los turistas.

Se pretende que un acto de piedad tan arraigado en la fe del pueblo, se transforme en un preámbulo de orgías y borracheras.

Se pretende que inocentes y cándidas pallas se transformen en bailarinas de cabaret, que cambien sus amplias y encantadoras polleras por atuendos minúsculos y provocadores.

Se pretende que una tradicional y hermosa manifestación de fe se transforme en una fiesta neopagana, en una mera representación o espectáculo folklórico, para deleite de los enemigos de la religión y para el lucro de un puñado de mercaderes inescrupulosos.

No nos dejemos atrapar en esta falsa alternativa entre los que menosprecian la devoción y los que se aprovechan de ella para corromperla. No renunciemos a nuestras más caras tradiciones cristianas, antes bien, purifiquémoslas de cualquier elemento extraño que las puedan manchar.

Exterioricemos nuestro amor y nuestra devoción a María Santísima en su advocación de la Purificación o Candelaria, y como prueba de ello llevemos una vida honesta que sea el reflejo de sus más altas virtudes.     

 

Notas.-

1. Historia del Culto de María en Iberoamérica, Madrid, 1956, t. I, pp. 56-57.
2. P. Joseph P. Meaney, Novena a la Virgen de la Candelaria, Puno, 1948, pp. 3-4.





  




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Tesoros de la Fe


Nº 255 / Marzo de 2023

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