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«Tesoros de la Fe» Nº 168

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San Juan Damasceno

Obispo y Doctor de la Iglesia

El primero de los escolásticos y el último de los Padres Griegos, combatió herejías y sus escritos merecieron el reconocimiento de la Iglesia

Plinio María Solimeo

San Juan Mansur, conocido como Damasceno por haber nacido en Damasco en la segunda mitad del siglo VII, era pues un cristiano de origen árabe. En aquella época Siria ya estaba dominada por los musulmanes, que habían conquistado también Palestina. Sin embargo, en ese comienzo de la ocupación islamita, aún había cierta tolerancia y libertad para los cristianos.

Eso explica por qué su padre, Sergio Mansur, era un hombre de buena fortuna y detentaba en la administración pública el elevado puesto de encargado de percibir los impuestos de los cristianos. Como se desempeñaba en el cargo con toda probidad, gozó de la estima de los altos dirigentes musulmanes de la ciudad, lo que no le impedía de ser un católico auténtico, ayudando a sus correligionarios de todos los modos posibles.

Cierto día en que fue al mercado, estaban siendo presentados los últimos cautivos cristianos capturados en las costas de Italia. Entre ellos se encontraba un monje llamado Cosme. Informado de que se trataba de un hombre de vasta y profunda erudición, Mansur compró entonces su libertad, haciéndolo tutor de sus hijos. Las enseñanzas de Cosme beneficiaron particularmente a Juan, quien hizo rápidos progresos en música, astronomía y teología.

Con la muerte de su padre, Juan Mansur le sucedió en el cargo, que pasó a desempeñar con igual competencia. Mientras tanto, comenzaba en Constantinopla la querella sobre las imágenes.

El emperador León Isaurio, el iconoclasta

El emperador de Oriente era entonces León III, llamado Isaurio por haber nacido en Isauria. Soldado del Imperio Bizantino, destacó por su bravura y habilidad. Nombrado en 713 para el comando de las tropas de Oriente, derrotó al usurpador Teodosio y entró victoriosamente en Constantinopla en marzo de 717, siendo consagrado emperador.

Cinco meses después comenzaba, por tierra y por mar, el sitio islámico de la capital imperial, cuyo término no se daría sino hasta dentro de un año, en agosto de 718. Su defensa fue tan formidable que, de toda la flota musulmana, apenas cinco barcos regresaron a sus puertos en Siria. Perdieron aún los musulmanes 140 mil soldados, de los 180 mil con que contaban. Con esta espectacular victoria, León III salvó verdaderamente a la Cristiandad.1

Óptimo militar pero pésimo administrador, León III promulgó el año 725 una reforma financiera muy impopular. Y al año siguiente, a pesar de ser muy ignorante en la materia, quiso legislar sobre religión. “El emperador llegó a la conclusión de que las imágenes eran el principal impedimento para la conversión de judíos y musulmanes, la causa de la superstición, debilidad y división de su imperio, y opuestas al Primer Mandamiento. La campaña contra las imágenes fue parte de una reforma general de la Iglesia y el Estado. La idea de León III era purificar la Iglesia, centralizarla tanto como fuera posible bajo el Patriarca de Constantinopla, y por tanto fortalecer y centralizar el Estado del imperio”.2 Aquí ya se vislumbra la tendencia constante de Constantinopla de separarse de la verdadera Iglesia.

La Iglesia no adora a los santos, los venera

Así, el año 726, a pesar de las protestas de San Germano, Patriarca de Constantinopla, León III publicó su primer edicto contra la veneración de las imágenes.

Monasterio de San Sabas, en Palestina, donde Juan Mansur se retiró para llevar una vida de recogimiento

San Juan Damasceno, que podía hablar desde Siria sin trabas por no estar sujeto al emperador, entró inmediatamente en el debate, escribiendo tres cartas contra el iconoclasta y su edicto: “Tal vez, conociendo mi indignidad, debiera haberme condenado a perpetuo silencio. Pero cuando la Iglesia de Jesucristo, mi madre, es ultrajada, calumniada y perseguida delante de mí, el grito del amor filial se escapa a pesar mío de mi corazón. La palabra sale de mis labios para defenderla, porque temo a Dios más que a los poderes de este mundo”. Y con la lógica del sentido común, pondera: “Lo que es un libro para los que saben leer, eso son las imágenes para los analfabetos. Lo que la palabra obra por el oído, lo obra la imagen por la vista”.3 Después argumentaba: “¿No veneráis el monte Calvario, la piedra del Santo Sepulcro, los libros del santo Evangelio, el santo leño y los vasos sagrados? ¿Qué duda, pues, tenéis en venerar las imágenes de los santos?”.4 A lo cual añade, que la Iglesia no adora sino a Dios y que venera a los santos. “En cuanto a las imágenes, ellas sirven para instruirnos, para despertar nuestra devoción, porque siendo doble nuestra naturaleza, sensible e intelectual, las cosas visibles son necesarias para que nos acordemos de las invisibles. El mismo Dios se hizo visible encarnándose”.5

El impresionante milagro de la mano amputada

Irritado, el emperador buscó un medio de lastimar a San Juan Damasceno, súbdito de otro Estado. Consiguió entonces un documento autógrafo del santo y, por medio de hábiles copistas, forjó una supuesta carta en que él se ofrecía para entregar Damasco al emperador. En poder de esa carta, León III escribió al califa de Damasco, avisándole “como buen amigo” que tenía un traidor a su lado.

Virgen de Trijerusa. La mano restituida a San Juan Damasceno aparece en la parte inferior izquierda

A pesar de que San Juan se declarara inocente, el califa admitió que la carta era genuina y mandó amputarle la mano derecha. Sin embargo, de acuerdo con el primer biógrafo del santo, esa mano fue milagrosamente reincorporada al brazo por intervención de la Santísima Virgen. El califa, reconociendo por el milagro la inocencia de San Juan, lo restableció en el cargo. Pero a esa altura el santo ya se había desengañado del mundo y se retiró al monasterio de San Sabas, en Palestina.

Tan pronto como Juan Mansur llegó al monasterio, le fueron dadas las siguientes normas para observar: “Nunca procures hacer tu voluntad. Aprende a morir a ti mismo para que llegues al completo desapego de todas las criaturas. Ofrece a Dios tus acciones, sufrimientos y oraciones. No te ensoberbezcas en virtud de tus conocimientos o de cualquier otra cosa, sino convéncete cada vez más de que no eres nada sino ignorancia y debilidad. Renuncia a la vanidad, desconfía de tu propia opinión, y no anheles apariciones y privilegios extraordinarios del cielo. Aparta de tu memoria todo lo que te ató al mundo. Observa bien el silencio y entiende que es fácil cometer un pecado, haciendo sólo el bien”.6 Siguiendo al pie de la letra esas normas, San Juan Damasceno llegó pronto a un alto grado de perfección.

No salía del monasterio sino para predicar en Jerusalén. Sus homilías copiadas pasaban de mano en mano como un rico tesoro, difundiéndose por el Oriente.

Uno de sus sermones más famosos fue sobre la Transfiguración, en el cual “discurre sobre su tópico favorito, la doble naturaleza de Cristo, cita los textos clásicos de las Escrituras en testimonio de la primacía de San Pedro, y atestigua la doctrina católica de la Confesión sacramental […] La Anunciación es el texto de un sermón […] en el que atribuye diversas bendiciones a la intercesión de la Santísima Virgen. El segundo de sus tres sermones sobre la Asunción es especialmente notable por su relato detallado de la traslación del cuerpo de la Santísima Virgen al cielo, un relato, advierte, que se basa en la tradición más antigua y digna de confianza”.7 El dogma de la Asunción de la Santísima Virgen al Cielo sería proclamado muchos siglos después.

Eco fiel de la literatura eclesiástica de Oriente

San Juan Damasceno fue a la par filósofo, teólogo, orador ascético, historiador, exegeta, poeta y músico.

Escritor fructífero, su principal obra es Fuente del conocimiento, dividida en tres partes: “la primera, llamada Dialéctica, trae lo mejor de la filosofía griega; la segunda [Libro de las herejías] es histórica, y trata de las herejías nacidas en la Iglesia en el correr de los siglos hasta la de los iconoclastas, y contiene clara exposición y refutación del mahometismo. La tercera es el voluminoso tratado llamado Exposición de la fe ortodoxa, en el que habla de Dios, de sus obras y atributos, de la Providencia, de la Encarnación y Sacramentos, compendiando lo que dicen la Escritura y la Tradición acerca de cada uno de estas materias”.8 “Al tratar del islamismo, ataca vigorosamente las prácticas inmorales de Mahoma y las corruptas enseñanzas incluidas en el Corán para legalizar los delitos del profeta”.9

San Juan Damasceno “es el primero que acometió la empresa de hacer una exposición sintética del dogma y una defensa general de los artículos del Símbolo, contra todas las herejías, realizando, más que una compilación, un resumen personal de los Padres griegos, cuya doctrina condensa con un esfuerzo genial en una lengua clara, firme y precisa. Eco fiel y poderoso de toda la literatura eclesiástica del Oriente antiguo, escribe el primer ensayo de Summa teológica, mereciendo ser llamado el primero de los escolásticos”.10

Entre otras obras de filosofía y teología, San Juan Damasceno “es tenido por autor de muchísimos cánticos selectos y populares, algunos de los cuales traen las antologías antiguas y modernas de música religiosa; tiene entre ellos algunos muy hermosos a la Virgen María. También compuso algunas piadosas trovas para pedir el eterno descanso para las almas del purgatorio”.11

San Juan Damasceno falleció alrededor del año 749, casi centenario. Fue declarado Doctor de la Iglesia por el Papa León XIII en 1890. Su festividad es celebrada el día 4 de diciembre.

Monedas (solidus) de León III y de su hijo Constantino V

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas.-

1. Cf. Charles Diehl, La Grande Encyclopédie, Société Anonyme de la Grande Encyclopédie, París, t. XXII, p. 28-29.

2. Adrian Fortescue, Iconoclasm, in The Catholic Encyclopedia, CD Rom edition.

3. Fray Justo Pérez de Urbel O.S.B., Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, t. I, p. 574-575.

4. P. José Leite S.J., Santos de cada día, Editorial A.O., Braga, 1987, t. III, p. 396.

5. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, París, 1882, t. V, p. 368.

6. José Leite, op. cit. p. 395.

7. John B. O’Connor, Saint John Damascene, The Catholic Encyclopedia, CD Rom edition.

8. Edelvives, El santo de cada día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1947, t. II, p. 277-278.

9. John B. O’Connor, op. cit.

10. Pérez de Urbel, op. cit., p. 576-577.

11. Edelvives, op. cit., p. 278.



  




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