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«Tesoros de la Fe» Nº 22 > Tema “Doctores de la Iglesia”

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Santa Teresa de Jesús

Un esplendor en el firmamento de la Iglesia



Entre los santos que marcaron a fondo la vida de la Iglesia, no sólo en su época, sino en todos los tiempos, figura esta gran Santa, Reformadora del Carmelo, Doctora de la Vida Espiritual, mística incomparable y uno de los pilares de la Contra-Reforma católica en oposición al protestantismo.


Plinio María Solimeo


Santa Teresa de Ávila es unánimemente considerada uno de los mayores genios que la humanidad ya produjo. Incluso ateos y librepensadores se ven obligados a enaltecer su viva y aguda inteligencia, la fuerza persuasiva de sus argumentos, su estilo vivo y atrayente y su profundo sentido común. El gran Doctor de la Iglesia, San Alfonso María de Ligorio, la tenía en tan alta estima que la escogió como su patrona, y a ella se consagró como hijo espiritual, enalteciéndola en muchos de sus escritos. Su fiesta transcurre el día 15 de este mes.

Extrema humildad de una Doctora de la Iglesia

“El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena”, confiesa ella con humildad al inicio de su autobiografía1, que muchos consideran que apenas encuentra paralelo en las Confesiones, de San Agustín.

Realmente, sus padres —don Alfonso Sánchez de Cepeda y doña Beatriz de Ahumada, con quien éste se casó en segundas nupcias— estimaban la virtud, y “tenían muchas”. Don Alfonso era “de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos y aún con los criados [...] de gran verdad [...] muy honesto en gran manera”. Al paso que doña Beatriz era de “grandísima honestidad [...] muy apacible y de harto entendimiento”.2 Ese elogio, en boca de la futura Doctora de la Iglesia, tiene mucho peso.

Tercera de nueve hijos del segundo matrimonio de don Alfonso (que del primero tuviera una hija y un hijo 3), Teresa nació el 28 de marzo de 1515. Inteligente, alegre, viva, dotada de un corazón de oro, con capacidad de adaptarse a cualquier temperamento. Ella misma lo reconoce: “en esto me daba el Señor gracia, en dar contento adondequiera que estuviese, y así era muy querida”.4 Lo cual la volvió pronto la precoz confidente de la madre y la preferida del padre y sus hermanos.

Martirio, Cruzadas, Caballería

Doña Beatriz, desde temprano, la inició en la vida de piedad, especialmente en el rezo del rosario y en la lectura de libros religiosos — que era entonces el único género que entraba en aquel hogar. La vida de santos y el modo como conquistaron la corona del martirio arrebataron a Teresa. A los siete años convenció a uno de sus hermanos, un año menor, a acompañarla a tierra de moros a la búsqueda del martirio, lo cual revela también su admiración por las Cruzadas.

Fracasado este plan infantil, pensó hacerse ermitaña en el jardín de su casa. Ávida lectora, alrededor de los doce años comenzó a leer, a ejemplo de su madre, libros de caballería. Con su dinamismo y entusiasmo por los grandes hechos, Teresa se aficionó a ellos. Pero en su mente de adolescente, con la fantasía llena de héroes, damas y castillos, no mantuvo el equilibrio necesario y fue decayendo de su primitivo fervor. Es lo que ella califica como el “tiempo de mis liviandades”. Pero no fue largo, pues, al fallecer su madre cuando tenía catorce años, Teresa entró como interna en el monasterio de monjas agustinas. La influencia de una de ellas, “muy discreta y santa” y de gran nobleza de sangre, fue haciendo con que “mi alma comenzase a volver a las buenas costumbres de mi niñez”. Las cartas de San Jerónimo la llevaron a hacerse monja. Era su vocación ser una verdadera “cruzada” de la mística y de la vida conventual íntegra.

Monasterio carmelita de la Encarnación, en Ávila, donde Santa Teresa vivió 29 años


En el Carmelo: enfermedades y probaciones

No habiendo aún alcanzado los veinte años, Teresa entró, a escondidas de su padre, que la quería mucho, en el Convento de la Encarnación, de las Carmelitas. Razón de la elección: en él tenía a una gran amiga.

Según sus coetáneos, Teresa “tenía particular aire y gracia en el andar, en el hablar, en el mirar, y en cualquier acción o gesto que hiciese, o cualquier estado de espíritu que mostrase. El vestido o ropa que traía, aunque fuese el pobre hábito de sayal de su Orden o un harapo remendado que vistiese, todo le caía bien”.5

Un año después de su profesión religiosa, Teresa quedó gravemente enferma, sufriendo innumerables tratamientos en manos de médicos, que más le hicieron mal de que bien. Estuvo por casi tres años paralítica y fue milagrosamente curada por San José. Entró después, según ella afirma, en una fase de tibieza espiritual que duró veinte años. No parece haber sido así, porque incluso entonces recibía inmensas gracias. Hasta que un día, viendo en un oratorio del convento una imagen de Nuestro Señor llagado, con aquella vida y realismo que sólo los españoles de los buenos tiempos eran capaces de reproducir, ella sintió tanta compunción, que se postró a sus pies, diciendo que no se levantaría mientras no fuese atendida en su pedido de mejoría espiritual. “Creo cierto [que aquella súplica] me aprovechó, porque fui mejorando mucho desde entonces”. “A esta causa —afirma— era tan amiga de imágenes”.6 Nótese que en la época recorría Europa un furor contra las imágenes, proveniente de las nefastas doctrinas de Lutero.

Corazón transverberado y otros fenómenos místicos

Los fenómenos místicos que Teresa experimentaba dejaban desconcertados a sus confesores y directores, de los cuales tuvo mucho que sufrir. A veces tenía arrobos y éxtasis en la iglesia, en público, lo que era objeto de comentarios de toda la pequeña Ávila de entonces: ¿viene de Dios? ¿viene del demonio? Cada uno tenía su opinión. Fue preciso que dos santos, San Francisco de Borja y San Pedro de Alcántara, con su autoridad, le confirmasen el origen divino de esas experiencias y la incentivasen a no oponer obstáculos a la acción del Señor. Favores místicos, ella recibió muchos, como el “noviazgo espiritual”, la transverberación de su corazón por un Serafín y el “desposorio místico” con Cristo.

Tormentos terribles causados por el demonio

Es comprensible que, habiendo tantas apariciones divinas, algunas veces el demonio procurase engañarla. “Estaba una vez en un oratorio, y aparecióme [el demonio] hacia el lado izquierdo, de abominable figura. [...] Otra vez me estuvo cinco horas atormentando, con tan terribles dolores y desasosiego interior y exterior, que no me parece se podía ya sufrir. [...] De muchas veces tengo experiencia que no hay cosa [el agua bendita] con que huyan más para no tornar. [...] El caso es que ya tengo tan entendido su poco poder, si yo no soy contra Dios, que casi ningún temor los tengo. Porque no son nada sus fuerzas, si no ven almas rendidas a ellos y cobardes, que aquí muestran ellos su poder”.7

Cierto día fue llevada en espíritu al infierno, donde le fue mostrado el lugar que merecería, si no fuese fiel. “Ello fue en brevísimo espacio, mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme. [...] Sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es. [...] Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado mucho, así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme en padecerlas y dar gracias al Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles”.8

Apreciaba a la Santa Inquisición

El demonio, se acostumbra decir, es “el mono” de Dios. Siempre que hay fenómenos sobrenaturales, suscita otros preternaturales para que se dude también de los primeros. En la época de Santa Teresa hubo muchas falsas místicas, desenmascaradas por el Tribunal de la Inquisición. Enemigos y hasta amigos de la Santa, almas mezquinas que no comprendían que otras pudiesen subir tanto, la prevenían sobre ese santo Tribunal, hoy tan calumniado. He aquí lo que Teresa escribió al respecto, en su autobiografía: Podrían levantar contra mi algún falso testimonio y denunciarme a los inquisidores. La idea me causó gracia. Me hizo reír, porque en este punto nunca temí. Era consciente de que, en materia de fe, yo estaba dispuesta a morir mil veces para no ir contra la menor ceremonia de la Iglesia, o por cualquier verdad de la Escritura. [...] En muy mal estado andaría mi alma si en ella hubiese cosa de tal naturaleza, que me hiciese temer a la Inquisición. Si yo imaginase que hubiere necesidad, seria la primera en ir a buscarla.9 Al Padre Gracián, que temía los rumores de que la Inquisición pudiese ir al recién fundado convento de Sevilla, a causa de calumnias levantadas por dos ex-novicias, Teresa decía: “Calle, padre mío, y no tenga miedo de que la Santa Inquisición, que Dios ha puesto para guardar su fe, dé un disgusto a quien tanta fe tiene, como yo”.10

Porta-documentos de Santa Teresa


Memorable epopeya de las fundaciones

El año 1562, Teresa comenzó la reforma del Carmelo, fundando el Convento de San José, de Ávila, el primero a observar en todo su rigor la antigua regla. Cinco años más tarde, visitando el Superior General del Carmen ese convento, quedó tan encantado con la santidad que veía en él, y con la personalidad de Teresa, que le dio a ella permiso para fundar otros conventos de observancia, inclusive dos de frailes. Comenzó entonces el período épico de las fundaciones, en el cual la indómita Teresa, con algunas compañeras, en un carro de lona jalado por burros, por los rudimentarios caminos de la época, recorre España fundando conventos. La descripción que ella hace de esa saga, en el Libro de las Fundaciones, muestra el heroísmo y la fuerza de alma que demostraron la Madre y sus hijas en esa impresionante aventura.

San Juan de la Cruz, cofundador con la Santa de la rama masculina de los Descalzos, tuvo, como ella, mucho que sufrir por eso.

En fin, “Santa Teresa posee una de las más bellas plumas de la literatura española. Ella es, por lo demás, la escritora más instintiva producida por el genio español, y tal vez por el genio cristiano. [...] La experiencia es su maestra: arrastrándonos a su propio camino, ella nos conduce de la tibieza a la virtud, a la santidad, a la contemplación, al interior mismo de lo divino. Su intuición descubre los pliegues secretos del hombre con la lucidez más fina; contempla y devela las profundidades de Dios en la unión mística más íntima. Ello, junto a un sentido común sólido y luminoso, con una franqueza humilde y encantadora, con una elegancia que seduce y cautiva, con un arrebatamiento alegre y entusiasta: la alegría que nace del amor Porque ella es amor y solamente amor. Amor activo, que la lleva a fundar dieciséis monasterios y la hace arder de celo por su Señor y por la Iglesia”.11

Serían necesarios varios libros para escribir la obra de Santa Teresa y la decisiva influencia que ejerció, no sólo en la Contra‑Reforma católica contra el protestantismo, sino en la vida futura de la Iglesia. Esta gran santa entregó su alma a Dios el 4 de octubre de 1582. Ya en 1614, siendo aún bienaventurada, fue escogida como Patrona de España, de la cual es hija grandemente ilustre.     


Notas.-

1. El Libro de la Vida, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 4ª ed., 1998, 1, 1.
2. Id., 1, 1,2.
3. Cf. Efrén de la Madre de Dios  O.C.I. y Otger Steggink  O. Carm., Tiempo y Vida de Santa Teresa, B.A.C., Madrid, 1977, p. 12, n. 66.
4. El Libro de la Vida, 2, 8.
5. María de San José, Libro de Recreaciones VIII, p. 97, in Efrén, p. 26, y Prov. of the Teresian Carmel in Austria (webmaster@karmel.at).
6. El Libro de la Vida, 9, 6.
7. Id., 31, 2,3,4,11.
8. Id., 32, 1,2,4.
9. Cf. Id., 33, 5.
10. Efrén de la Madre de Dios, op. cit., pp. 680-681.
11. Théodule Rey-Mermet  C.R.S.S., Alfonso de Ligorio - una opción por los abandonados, Editora Santuario, Aparecida, 1984, p. 156.



  




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