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Un auxilio venido del Cielo:
La Medalla Milagrosa



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La Medalla Milagrosa: Un auxilio venido del Cielo
Fue pensando en personas necesitadas como nosotros que Nuestra Señora, la mejor de todas las madres, en su misericordia insondable nos trajo la Medalla Milagrosa, este providencial auxilio venido del Cielo.

Es un poderoso recurso ofrecido por la Madre de Dios a los hombres, particularmente adecuado para épocas de crisis como la actual. Debe su origen a las célebres apariciones marianas ocurridas en la capilla de la Rue du Bac (calle del Bac), en París.

El sábado 27 de noviembre de 1830, la Virgen Inmaculada se apareció a Santa Catalina Labouré, entonces joven novicia de la Congregación de las Hermanas de la Caridad, y le confió la misión de hacer acuñar una medalla según el modelo que le reveló: “Haz acuñar una medalla igual a este modelo. Las personas que la lleven con confianza recibirán grandes gracias, sobre todo si la llevan pendiente del cuello” —prometió la Santísima Virgen.


 


Poco tiempo después, una terrible epidemia de cólera se desata sobre París: en pocos días, veinte mil muertos. Las Hermanas de la Caridad, no sabiendo qué hacer para remediar la situación, comienzan a distribuir las primeras medallas... y los enfermos se curan. “¡La medalla es milagrosa!” —proclaman a una voz. La noticia se difunde; la medalla y los milagros también. De ahí proviene el nombre con el que se la conoce hasta hoy.

En vista de tantos hechos extraordinarios, el arzobispo de París, Mons. Quélen, mandó hacer una investigación oficial sobre el origen y los hechos de la medalla. He aquí su conclusión:

“La rapidez extraordinaria con la cual esta medalla se ha propagado, el número prodigioso de medallas que han sido acuñadas y distribuidas, los hechos maravillosos y las gracias singulares que los fieles han obtenido con su confianza, parecen verdaderamente los signos por los cuales el Cielo ha querido confirmar la realidad de las apariciones, la veracidad del relato de la vidente y la difusión de la medalla”.

Y en Roma, en 1846, a consecuencia de la sorprendente conversión del joven e influyente banquero judío Alfonso Ratisbona, el Papa Gregorio XVI confirmaba con su autoridad las conclusiones del arzobispo de París.


 


Algunas recomendaciones

1. Lleve siempre la medalla con verdadero espíritu de fe, para vivir en gracia de Dios y gozar de la protección de la Virgen Inmaculada.

2. Recite todos los días la oración-jaculatoria que la medalla lleva grabada en su original francés: Ô Marie conçue sans péché, priez pour nous qui avons recours à VousOh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos. La Santísima Virgen ha querido ser invocada y saludada con esas palabras.

3. Difunda la medalla a su alrededor, y ofrézcasela especialmente a los enfermos y a los afligidos.


 


Lourdes y la Medalla Milagrosa

Esta medalla es conocida hoy en el mundo entero. Pero con frecuencia se ignora que las apariciones en la capilla de la Rue du Bac prepararon los grandes acontecimientos de Lourdes.

“La Señora de la Gruta se me ha aparecido tal como está representada en la Medalla Milagrosa”, declaró Santa Bernardita que llevaba al cuello la medalla de la Rue du Bac.

La invocación Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos, difundida en todas partes por la Medalla Milagrosa, suscitó el gran movimiento de fe que movió al Papa Pío IX, en 1854, a definir el dogma de la Inmaculada Concepción. Cuatro años después, la aparición de Lourdes confirmaba de manera inesperada la definición de Roma.

En 1954, con ocasión del centenario del dogma mariano, la Santa Sede hizo acuñar una medalla conmemorativa. En el reverso de la misma, la imagen de la Medalla Milagrosa y la de la gruta de Lourdes, asociadas estrechamente, ponían de relieve el lazo íntimo que une las dos apariciones de la Virgen con la definición del dogma de la Inmaculada Concepción.

Así como Lourdes es una fuente inagotable de gracias, la Medalla Milagrosa es siempre el instrumento de la incansable bondad de la Santísima Virgen con todos los pecadores y desdichados de la tierra.

Los cristianos que sepan meditar su significado encontrarán en ella el simbolismo de toda la doctrina de la Iglesia sobre el lugar providencial que María ocupa en la Redención, y en particular su mediación universal.