La Palabra del Sacerdote Sobre el fin del mundo y el Juicio Final

PREGUNTA

¿Se puede afirmar, a la luz de la Tradición y del Evangelio, que el fin de los tiempos está próximo? ¿Estamos viviendo el comienzo de una tercera guerra mundial?

¿Habrá alguna coincidencia entre el fin de los tiempos y la tercera gran guerra mundial, tan comentada por la ficción?


RESPUESTA

La pregunta envuelve aspectos teológicos y exegéticos, así como aspectos sociales y políticos del momento histórico actual, con una punta de la pregunta que se remite a la literatura de ficción. Como esta columna es un consultorio teológico y moral, y el espacio es limitado para un tema tan amplio, nos restringiremos a los aspectos teológicos y morales, tocando tangencialmente los sociales y políticos en la medida en que éstos se reflejan en un juicio moral de la sociedad moderna.

Comencemos por estos últimos, pues sin duda hay en ellos facetas de importancia capital que pueden hasta proyectar una luz decisiva sobre el fondo de la cuestión.

Castigo, sí; sin embargo, no es el fin del mundo

Nadie puede negar, en su sano juicio, que el mundo moderno está en una tal situación de deterioración moral, que hace todo lo posible para merecer un castigo apocalíptico. Y en el Mensaje de Fátima encontramos la confirmación de la inminencia de una punición de esas proporciones.

No será, sin embargo, el fin del mundo, pues en la misma profecía de Nuestra Señora en Fátima (segunda parte del Secreto) está dicho: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará [...] y será concedido al mundo algún tiempo de paz”. Es el Reino de María, o siglo de María, también anunciado 200 años antes por San Luis Grignion de Montfort. De todo esto, se puede deducir que:

San Mateo escribe el Evangelio inspirado por un ángel

1. Del punto de vista teológico-moral (pues no nos compete pronunciarnos del punto de vista político-diplomático), no se puede descartar la hipótesis de que graves focos de tensión esparcidos por el mundo de hoy, totalmente apartado de la obediencia a los Diez Mandamientos, acaben en una hecatombe como una tercera guerra mundial;

2. Sin embargo, en caso que eso suceda, nada indica que se trate ya del fin del mundo, o “fin de los tiempos”, pues después de ese castigo aún vendría un tiempo de paz, de duración no especificada, pero lo suficientemente largo para caracterizar un triunfo —que es una victoria con gloria, y por lo tanto con esplendor— del Corazón Inmaculado de María, vale decir, de Nuestro Señor Jesucristo y de la Santa Iglesia: ¡el Reino de Maria!

¿Cuándo sucederán estas cosas?

El texto básico para analizar la cuestión del “fin de los tiempos” es el capítulo 24 del Evangelio de San Mateo, del cual pasamos a transcribir los versículos esenciales (lamentando que no haya espacio para reproducirlo por entero):

“Salido Jesús del templo iba ya andando cuando se aproximaron de él sus discípulos, a fin de hacerle reparar en la fábrica del templo. Pero él les dijo: ¿Veis toda esa gran fábrica? Pues en verdad os digo que no quedará de ella piedra sobre piedra.

Y estando después sentado en el monte de los Olivos, se aproximaron de él sus discípulos y le preguntaron en secreto: Dinos, ¿cuándo sucederá eso? ¿Y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo?

A lo que Jesús les respondió: Mirad que nadie os engañe: porque muchos han de venir en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, y seducirán a mucha gente. Oiréis asimismo noticias de batallas y rumores de guerras; no os turbéis por eso, que si bien han de preceder estas cosas, no es todavía esto el término. Es verdad que se armará nación contra nación, y un reino contra otro reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en varios lugares. Pero todo esto no es más que el principio de los males. En aquel tiempo seréis entregados para ser puestos en los tormentos y os darán muerte, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre, con lo que muchos padecerán entonces escándalo y se harán traición unos a otros, y se odiarán recíprocamente; y aparecerá un gran número de falsos profetas que pervertirán a mucha gente. Y por la inundación de los vicios, se resfriará la caridad de muchos. Mas el que perseverare hasta al fin, ese se salvará. Entre tanto se predicará este evangelio del reino en todo el mundo, en testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin.

Según esto, cuando viereis que está establecida en el lugar santo la abominación desoladora que predijo el profeta Daniel (quien lea esto, nótelo bien): en aquel trance los que moran en Judea huyan a los montes; y el que está en el terrado no baje a sacar cosa de su casa; y el que se halle en el campo, no vuelva a coger su túnica. Pero ¡ay de las mujeres que estén encinta o criando en aquellos días! Rogad, pues, que vuestra huida no sea en invierno o en sábado. Porque será tan terrible la tribulación entonces, que no la hubo semejante desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás. Y de no acortarse aquellos días, ninguno se salvaría; pero se abreviarán por amor de los escogidos. [...]

Pero luego después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no alumbrará, y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes de los cielos temblarán. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre, a cuya vista todos los pueblos de la tierra prorrumpirán en llantos; y verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad; el cual enviará sus ángeles, que a voz de trompeta sonora congregarán a sus escogidos de las cuatro partes del mundo, desde un horizonte del cielo hasta el otro. [...] cuando vosotros viereis todas estas cosas, tened por cierto que ya el Hijo del hombre está para llegar; que está a la puerta. En verdad os digo que no se acabará esta generación hasta que se cumpla todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Mas en orden al día y a la hora, nadie lo sabe, ni aun los ángeles del cielo, sino sólo mi Padre. [...] Pues estad vosotros apercibidos, porque a la hora que menos penséis ha de venir el Hijo del hombre”.

Opinión común entre los exegetas

Retomando el texto desde el principio, se ve que los discípulos le presentan al Señor dos preguntas diferentes: “¿Cuándo sucederá eso [la destrucción del templo de Jerusalén]? ¿Y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo?”

Los exegetas no son unánimes en la interpretación de este trecho, pero es común que se entienda que Nuestro Señor superpone tres especies de acontecimientos cronológicamente diferentes: 1) la destrucción del templo y de la ciudad de Jerusalén, ejecutada por el general Tito (futuro emperador romano) el año 70 de nuestra era; 2) los últimos acontecimientos que representarán un punto final en la historia de la humanidad, “fin de los tiempos” o “fin del mundo”; 3) la venida de Jesucristo, con gran poder y majestad, para el Juicio Final, en el cual será emitida la sentencia definitiva: los malos irán “al eterno suplicio, y los justos a la vida eterna” (Mt. 25, 46). Y hay exegetas que consideran los acontecimientos narrados detalladamente en el capítulo 24 como aplicables, por analogía, a las tribulaciones por las cuales la Iglesia pasa sucesivamente a lo largo de la Historia.

Son incontables las lecciones que se podrían sacar de este trecho, que llenarían las páginas de un libro, pero debemos restringirnos a las preguntas del misivista, al cual, por lo tanto, respondemos sintéticamente:

1. Del punto de vista meramente exegético, nadie puede arrogarse el derecho de afirmar que el fin del mundo está próximo: ni los ángeles del cielo lo saben.

2. En consecuencia, también nadie puede afirmar que una eventual tercera guerra mundial, que puede estallar en cualquier momento, coincidiría con el fin de los tiempos, o fin del mundo. Es lo que resulta del texto extraído del capítulo 24 de San Mateo, arriba presentado.

Sin duda lo mejor es tener muy presente la advertencia de Nuestro Señor al final del trecho trascrito por nosotros: “Estad vosotros apercibidos, porque a la hora que menos penséis ha de venir el Hijo del hombre” (Mt. 24, 44). Y la mejor preparación consiste en crecer continuamente en la devoción a la Santísima Virgen, que es la celestial Medianera de todas las gracias, la invicta Madre de la Iglesia que siempre “aplastará la cabeza de la serpiente infernal”.     



San Francisco Javier - Apóstol del Oriente y taumaturgo La inocencia y el sentido de lo maravilloso
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Tesoros de la Fe N°60 diciembre 2006


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